viernes, 31 de octubre de 2014

MINERALES ¿NUESTROS HERMANOS?

 Por: Renato Costa 

El poético, amoroso y sabio Francisco de Asís fue conocido como “el hermano de la naturaleza” porque a todo, fuesen conceptos concretos o abstractos, lo llamaba como hermano o hermana. Era “hermano sol”, “hermano fuego”, “hermana luna”, “hermana agua”, así como era “hermana pobreza”, “hermana caridad” y así sucesivamente. Lejos de ser fuerza de expresión, lo que estaba por detrás de ese hablar de Francisco era una profunda comprensión de la Creación. Como todo emanó de Dios, cada proceso natural, cosa o ser viviente es hijo o hija de la “Inteligencia Suprema, Causa Primera de Todas las Cosas”.  Así, somos todos hermanos o hermanas.
Nos viene a la mente, al iniciar este estudio sobre los minerales a la luz del Espiritismo, el frenesí con que tantas personas en todo el mundo se dedican a estudiar y a loar las alegadas propiedades curativas de los cristales y la fe con que nosotros, espíritas, tomamos un vasito de agua fluidificada. ¿Habrá fundamento para tales creencias? ¿Existirá alguna relación entre un vaso de agua y un cristal en un proceso de cura? Creemos que, antes de extendernos en ponderaciones sobre tales cuestiones, es menester que sepamos de lo que estamos hablando.
¿Qué es esa materia inerte e inorgánica que se encuentra en todas partes? ¿Qué son esas rocas majestuosas que adornan el horizonte? ¿Qué es esa pulverizada arena que nos ofrece el placer gratuito de la playa? ¿Qué son esos nombres extraños asociados a nuestra salud, unos que nos dejan enfermos cuando hacen falta en nuestro cuerpo y otros que lo hacen justo por encontrarse en el presente? ¿Qué significa, al final, toda esa pluralidad que ofrece los diminutos ladrillos con los cuales la naturaleza yergue el magnifico edificio de la vida?
Creemos que es conveniente hablar un poco de nuestros olvidados hermanos del reino mineral, que tanto nos auxilian y de los cuales dependemos tanto y que, a despecho de eso, acostumbran a ser ignorados en nuestras conversaciones sobre la evolución. Antes de continuar, es importante esclarecer una confusión que es común que ocurra cuando hablamos del reino mineral, como es, encontrar que el mismo está constituido de rocas y piedras. No, el reino mineral está constituido, como el nombre dice, de minerales. Las piedras y rocas no son más que el resultado de los millones de diferentes maneras con que dos o más minerales se pueden combinar de acuerdo con las condiciones a que fueron sometidos a lo largo de los siglos. Luego, cuando rompemos una piedra o explotamos una roca no estamos rompiendo un mineral, nada está pasando, por tanto, con el principio inteligente que por ventura pueda existir asociado al mismo. ¿”Por qué”?, podrá a esta altura preguntarnos, sorprendido, sobresaltado, el amable lector.
“¿Qué historia es esa de principio inteligente asociado a un mineral? La perspectiva de tal pregunta nos invita a profundizar un poco más el entendimiento de lo que son eses integrantes del reino mineral. Los minerales encontrados en la naturaleza terrestre son, normalmente, sólidos, duros y compactos, exhibiendo formas precisas, que llamamos cristal. Algunos sólidos y líquidos amorfos encontrados en la naturaleza son, también, aceptados como minerales, por atender a los criterios físico-químicos pertinentes. Un caso particular de estos últimos son los elementos o sustancias que se encuentran en el estado líquido en la naturaleza pero que solamente exhibe la forma cristalina en el estado sólido. Un caso conocido es el hidróxido de oxigeno. En su estado sólido, esa sustancia es un mineral cristalino que se encuentra en las nubes, en heladas o en los majestuosos iceberg y a la cual nuestro vocabulario da el nombre de hielo. No obstante, ella se encuentra mucho más fácilmente en la naturaleza en su forma líquida y amorfa, cuando es conocida como agua.
El cristal es un elemento de geometría constante y regular, geometría esta que es mantenida, no importa cuanto se rompa el mineral, ni incluso si lo reducimos a polvo. Esto se da por una razón al mismo tiempo simple e intrigante, como es, el hecho de la estructura exhibida externamente por el cristal, no importa su tamaño, es exactamente la misma con que se organizan los átomos de los elementos químicos que lo componen. Cada mineral posee propiedades físico-químicas bien definidas y únicas que lo caracterizan. La composición química y la estructura cristalina son las características que, juntas, definen a un mineral específico. El grafito y el diamante, por ejemplo, poseen propiedades físico-químicas distintas, a despecho de tener ambos la misma composición química, como sea, la de átomos de carbono. Eso se da porque las respectivas estructuras cristalinas difieren, siguiendo el carbono el sistema cristalino cúbico y el diamante, el hexagonal, fruto de las condiciones diferentes bajo las cuales se formaron uno y otro.
Ahora que ya hablamos de minerales, volvemos a nuestra pregunta de arriba, sobre el “principio inteligente”. Examinando la Codificación, constataremos que la Pregunta 540 de El Libro de los Espíritus nos da una pista para responder, cuando los Espíritus afirman: “… Es así que todo sirve, que todo se encadena en la Naturaleza, desde el átomo primitivo hasta el arcángel, que también comenzó por ser átomo”. Y cuando leemos a León Denis, en El Problema del Ser, del Destino y del Dolor, vemos que él usa una forma poética para dar la misma idea: “...El espíritu duerme en el mineral, sueña en el vegetal, se agita en el animal y despierta en el hombre”. Sin mayores razonamientos, con base apenas en las dos citas de arriba, podemos aceptar que algo existe en el mineral más allá de lo puramente físico.
El hecho de seguir los minerales un sistema tan ordenado en su formación sugiere la existencia de una inteligencia que los organiza. Parece, aun, sugerir que la matriz inteligente que define un mineral reside más allá de cada trozo, más allá del bloque del cual se haya cortado el pedazo, más allá incluso del mineral como especie presente en el planeta. Cuando los diversos equipamientos de prospección geológica a bordo de la sonda Cassini-Huygens escrutaron el planeta Saturno y su luna Titán, ellos buscaron allí señales claras de la existencia de los mismos minerales que existen aquí en la Tierra. Sabiendo los científicos, a pesar de usar otro argumento y otros conceptos, que tenemos una matriz inteligente única para todas las circunstancias de cada elemento mineral en nuestro planeta, ellos parten de la premisa de que tal matriz sea única en todo el Universo o, por lo menos, en nuestro Sistema Solar. Si tomáramos el concepto de alma-grupo-de la-especie, propuesto por Jorge Andrea en Impulsos Creativos de la Evolución para las especies animales, y lo extendiéramos para el reino mineral, la única diferencia que resaltaría a nuestros ojos es que existe una diversidad muchísimo mayor de especies animales que de minerales.
Lo que vemos, por tanto, es que el proceso que desencadenó la formación de vértices con características propias en el interior de las almas-grupos de las diversas especies animales con vistas a la formación sucesivas de sub-especies, razas y, finalmente, individuos, aun no fue disparado en el reino mineral. Entendiendo de esa forma, la figura poética de León Denis queda clara cuando él informa que el “Espíritu duerme en el mineral” (las comillas son nuestras). Nos dice Emmanuel, en la respuesta a la Pregunta 79 de El Consolador, que “el mineral es atracción”, idea que Jorge Andrea desarrolla extensamente en el Capítulo I de la obra citada más arriba. Por falta de espacio en un artículo como este, sugerimos al lector que no deje de leer obras tan importantes para, entre otras enseñanzas, reciban aquellas que se refieren al reino mineral, objeto de nuestra conversación. De lo que pudimos aprender con los citados autores, parece lícito deducir que el principio inteligente se ejercita en el reino mineral experimentando exactamente las características que estudiamos, como son, la combinación química de los elementos básicos, la estructura cristalina en que esa combinación es adquirida y las transformaciones que la naturaleza y el hombre ejercen sobre ese resultado.
Estaría, de esa forma, preparándose para continuar su jornada, no en el reino vegetal terrestre, sino en el propio reino mineral, sin embargo, en mundos más y más evolucionados, donde la diversidad de opciones se le irá abriendo de forma creciente, dando ocasión a los numerosos grados de sutiliza que nuestra Doctrina nos informa que existen. Concluir que los minerales no evolucionan por la observación de aquellos existentes en nuestro planeta es ignorar la constitución de los mundos en las diferentes etapas evolutivas. Concluir que ellos no poseen vida, siendo incapaces, por tanto, de evolucionar por sí mismos, es razonable, sensato y en consonancia con las enseñanzas doctrinarias. No obstante, el hecho de que ellos no posean vida no significa que no evolucionen pues, si eso no ocurriese, no habría como existir minerales más sutiles en los mundos más evolucionados.
Creyendo que ya tenemos una mejor idea de lo que son los minerales, pensemos, un poco, en las alegadas propiedades curativas de los cristales de que hablamos al inicio de este estudio. Sabemos que todo objeto de uso personal queda impregnado, en mayor o menor grado, de las energías emanadas de su dueño, conforme sea mayor o menor el apego del poseedor por el objeto poseído. Tal realidad es estudiada por la psicometría. No es de eso, no obstante, de lo que estamos hablando y, sí, de la impregnación consciente y bien intencionada de vibraciones puras y amorosas. A la luz de las enseñanzas espíritas, sabemos que los buenos Espíritus pueden utilizar a médiums con buena capacidad de magnetización para transferir fluidos curadores para el agua o para cualquier sustancia u objetos adecuados para eso.
Tal certeza es lo que justifica el uso generalizado en las casas espíritas de aquello que llamamos agua fluidificada. Del mismo modo, debemos entender que un cristal que haya sido impregnado por un Espíritu, encarnado o no, con sus mejores sentimientos, puede, sí, tener efectos benéficos sobre quien lo posee. No, sin embargo, por seguir el éste o aquel sistema de combinación espacial en su estructura cristalina, ni por poseer tal o cual composición química. Quitando los cristales de minerales radioactivos, cancerígenos y venenosos, todos los demás podrán ser benéficos para nosotros, por lo menos, tan benéficos como puro fuera el amor de quien los hubiera impregnado de buenas vibraciones y grande fuera la fe y el merecimiento de quien los utilizara. La composición química y la estructura cristalina del mineral irán, sí, a determinar, con mayor o menor facilidad con que los fluidos curativos serán transmitidos a el y la duración con que los mismos quedaran presentes en el cristal, del mismo modo que hace con la energía luminosa que sobre el incide.
Para finalizar, queremos dejar claro que no estamos sugiriendo, ni apoyando, el uso de cristales en las casas espíritas. Al contrario, lo juzgamos contraindicado. Según el entendimiento que nos propicia el estudio de la Doctrina, no hay nada, absolutamente nada, que pueda ser obtenido de un cristal, que no pueda ser igualmente obtenido de un vasito de agua fluidificada, de un pase transmitido con amor y recibido con compenetración o con el simple y dedicado trabajo en el bien, en cualquier hora y lugar. ¿Por qué volver indispensable para la institución un tratamiento si el mismo o mejor efecto puede ser obtenido con simplicidad y casi sin coste?
Renato Costa

Bibliografía
ANDRÉA DOS SANTOS, Jorge. Impulsos Creativos de la Evolución. 3. ed. Río de Janeiro: Societo Lorenz, 1995. KARDEC, Allan. E Libro de los Espíritus. 76. Ed. Río de Janeiro: FEB, 1995. DENIS, León. El Problema del Ser, del Destino y del Dolor. 10. ed. Río de Janeiro: FEB, 1997. PERONI, Rodrigo. Mineralogía – Estudio de los Minerales. Apostilla de Geología de Ingeniería I del Departamento de Ingeniería de Minas de la Universidad Federal de Río Grande del Sur. Obtenido, en 09/07/2004 de http://www.lapes.ufrgs.br XAVIER, Francisco Cándido. El Consolador. Por el Espíritu Emmanuel. 17. Ed. Río de Janeiro: FEB, 1995.
Artículo originalmente publicado en Tribuna Espírita - Septiembre/Octubre de 2005 - João Pessoa, PB João Cabral ADE-SERGIPE Aracaju-Sergipe-Brasil En: 27.07.07 Mensaje traducido por Isabel Porras-España