lunes, 1 de julio de 2013
DEL MITO AL MÉTODO
Llámase “mito” una ficción alegórica que predominaba en las culturas antiguas y medioevales, muy utilizada en los pueblos cuando todavía no se conocía el razonamiento científico. El mito sirvió para imponer las doctrinas religiosas y los privilegios dominantes entre los griegos. Lo llenaba todo; pero empezó a perder su hermetismo y su extensión cuando no pudo competir con el avance científico de la Filosofía, que insistía en pedir a toda enseñanza la prueba necesaria. Desde los presocráticos se inquiría explicar por qué, cómo, cuándo, para qué, con cuáles efectos.
Los mitológicos se encontraron sin las respuestas pertinentes. Allí comenzó a producirse la reducción del mito. Sus sostenedores quisieron ponerle punto final al acoso, respondiendo “Es así; porque es así”. Como los filósofos continuaron pidiendo “pruebas”, inventaron esta otra contestación: “Es verdad, porque así lo revelan los dioses”. Los filósofos argumentaban: “¿Y si los dioses están errados?”.
Los mitológicos apelaron a la antigüedad de la tradición, también, a la incapacidad mental de los incrédulos. Ningún argumento pudo vencer la necesidad de demostrar la verdad mitológica y probar la suficiencia de la revelación divina, y los mitológicos buscaron respuestas “razonables”, que sólo el método matemático y el experimental eran capaces de ofrecer. De este modo, de pronto se encontraron en el terreno de sus perseguidores, y se completó la declinación del mito. Ganó la razón. Favorecidas, crecieron la Física, la Química y la Filosofía. De la Astrología, aportada por los persas, salió la Astronomía, fomentada por los atenienses. Pero el mito resultó reducido a sólo las religiones, no pudiendo competir con el conocimiento científico. Nació la Historia, propuesta por Heródoto y después la mejoraron Tucídides y Tito Livio.
Las religiones han combatido las ciencias y para conservar sus creyentes, inventaron nuevas leyendas, utilizaron mejor el mito; en el siglo XV inventaron las Universidades y después reforzaron la instrucción catequística. Pocos mitos llegaron hasta nosotros; entre ellos, el de la creación adamita.
El dios de los judeocristianos hizo al hombre con la apariencia del hombre actual, con autoridad para usufructuar cuanto el Paraíso tenía y tendría, y al verlo muy pensativo, decidió completarle la felicidad a Adán; lo durmió, y de una de sus costillas, le hizo a Eva, adulta y hermosa. Después lo despertó. La Biblia dice que Adán “conoció” a Eva. Eso lo explica todo.
Las ciencias nos cuentan, que el hombre es, por su cuerpo físico, un individuo del reino animal. Su alma es un ser diferente, llegado del reino espiritual, lo hizo utilizando como laboratorio el cuerpo de la madre; pero actuando el alma como el único escultor de su propio cuerpo, eligiendo su sexo, su talla, etc. Todo lo ha planificado después de evaluar su progreso logrado en las reencarnaciones cumplidas, y en consideración a la dinámica y la dirección que requerirá su nueva existencia, elegida autonómicamente para avanzar en su evolución. Nadie reencarna como turista. Todos renacemos para alcanzar algo. Cada nueva existencia es un nuevo taller, donde habrá un solo operario y, por lo tanto, un solo responsable de la obra realizada. Un maestro experto, con mucha experiencia para aconsejarlo, será su mejor amigo, es el “espíritu protector”. En familia y en el catecismo le enseñarán que ese consejero se llama “el ángel de la guarda”.
El cuerpo físico estará lleno de instintos. El alma cuenta con muchas facultades psíquicas y su inseparable cuerpo denominado “periespíritu”; entre los dos existe una influencia recíproca inolvidable, dado que en el “periespíritu” están grabadas las huellas decisivas de cuanto el alma ha “vivido” en sus existencias y son inseparables del ser. Por eso, todo recién nacido es un viajero de muchas jornadas, que lleva consigo el registro de sus experiencias, que llena el subconsciente que le ayuda en la nueva existencia. Los instintos son impulsos irresistibles de naturaleza animal y le producen necesidades de este tipo. Las facultades psíquicas obedecerán su voluntad y le permiten controlar los instintos e impedir el dominio de las pasiones.
Los instintos no son tentaciones de demonios, como le han enseñado. No es cierto que su cuerpo físico es “pecador”. Lo que sucede es, que pertenece al reino animal; pero ese cuerpo, como lo enseña el Espiritismo, que lo compara con “un cofre de oro”, es donde se guardan preciosas joyas útiles al espíritu, pues sin ellas, no podría expiar ni cumplir sus misiones. El espiritista no denigra de su cuerpo físico.
Todos necesitamos instruirnos mejor sobre nuestro cuerpo. No hay razones para expresarnos despectivamente de él al sentir sus instintos. Ningún espiritista incurre en la crueldad de martirizarse o flagelarse el cuerpo. Mucho más útil es estudiarlo para conocerlo, cuidarlo, sanearlo.
Afortunadamente poseemos el instinto sexual, que ninguna razón existe para considerarlo indigno o inmoral. Contra quienes lo señalan perjudicial para el progreso humano, lo hacen por ignorancia y por respeto a la educación mística que han recibido; porque dicho instinto disminuye la distancia social mientras garantiza el mantenimiento del poblamiento humano. Los sexólogos científicos y éticos, contribuyen, cuando manejan sus conocimientos con alejamiento del mercado morboso, suelen ser oportunos maestros; porque el criterio de corrupción, es hijo de las creencias religiosas. Obsérvese que hay religiones que hacen objeto de adoración al falo.
El Espiritismo, siendo una ciencia natural de singular influencia en la Filosofía de la Historia, la Psicología, la Sociología y la Moral, que muy claro y muy alto ha advertido que no es una religión, interpreta el celibato impuesto en algunas religiones, como una violencia consciente a las leyes naturales. Gente que pretende ser espiritista con apego a la interpretación religiosa de nuestra Doctrina, se han impuesto a sí mismo el celibato, con la intención de que ello coadyuve a su progreso espiritual; pero viven en el error. El celibato es la negación de la enseñanza de los espíritus.
Quienes estamos dedicados a la investigación de los fenómenos espíritas y a la enseñanza de esta doctrina, recomendamos no usar indistintamente las expresiones de “alma” y “espíritu”, para que
nuestros seguidores utilicen adecuadamente ambos términos.
Es un “alma”, el ser que no vive un cuerpo físico propio. Es un desencarnado. Es un “alma”. La denominación de “espíritu” es una referencia a un ser encarnado.
Otra enseñanza oportuna, es la de aclarar, que están equivocados aquellos que sostienen, que para todos llega el día de no reencarnar más; porque ya no necesitan expiar ni vivir en cuerpo físico. Esto no es cierto. Quien mucho sabe, continúa reencarnado para enseñar.
En El Libro de los Espíritus, en el contenido de los números del 100 al 127, se estudia la Escala de los Espíritus. No se llega a la clase de “espíritu puro” en escasas reencarnaciones. Son necesarias muchas, muchas. Estos espíritus puros son excelentes candidatos para desempeñarse exitosamente como “misioneros” y algunas de tales misiones les exige reencarnar. Más fácil aún es esto: La reencarnación es indispensable para que el espíritu expíe y elimine sus culpas. Nadie expía desencarnado; porque es indispensable para el ser, vivir la experiencia de una realidad, con su vaivén y en la presión social. Dicho esto está claro que aún los espíritus “puros” necesitan reencarnar.
El solo hecho de haber aprendido mucho un espíritu, les obliga a reencarnar para enseñar a otros, dado que el saber, la superioridad que proporciona la sabiduría, no la alcanza un espíritu para su conciencia solamente, sino para que se haga un ser de bien y distribuya su bondad, explique a otros que todos estamos como alumnos en una escuela, aprendiendo a practicar la “ley de Amor”. Para eso venimos del mundo espiritual.
La Doctrina Espírita no es un monólogo que sólo enseñe la reencarnación. Sostiene la pluralidad de los mundos habitados. El espiritista que sea indiferente a esto; que no lo crea o no puede entenderlo, necesita saberlo y poderlo explicar. El espíritu que en la Tierra lo ha aprendido todo, seguirá a otro de esos mundos, para aprender más, o para enseñar lo aprendido.
Por eso encontramos quienes dicen ser espiritistas, pero no han podido entender esto. Cierto es, también, que algunos brillantes oradores que ocupan las tribunas de los Centros Espíritas, nunca explican estas cosas, porque se dicen reservados para exponer temas de más alto rango. Por eso es interminable la procesión de ignorantes que frecuentan nuestras tribunas.
Pero, la prudencia aconseja ser indulgente.
Por: Pedro A. Barbosa de la Torre
Maracaibo (Venezuela)
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Muy claro y vigente lo aquí expresado. Las veces que he reflexionado las ideas espíritas llego a conclusiones similares y a veces pienso que protegemos demasiado la Codificación cuando el propio Kardec enseña la capacidad evolutiva de la Doctrina Espírita. Sí es cierto que debemos prepararnos mejor para exponer las ideas expresadas en la Codificación y para permitir la evolución de dichas ideas. Lo que no cambia perece en el tiempo.
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