sábado, 6 de julio de 2013

EL FANATISMO

Por:  Amalia Domingo Soler

Según dice el diccionario, "Fanatismo significa cierto grado de exaltación religiosa, que arrastra a cometer punibles excesos en virtud de un mal entendido celo.  Llámase también así la exaltación en las opiniones  políticas; por extensión, pasión extremada, especie de manía por un objeto físico o moral."

Por las definiciones anteriores, hay que convencerse que el fanatismo es sumamente perjudicial aplicado a todas las pasiones de la vida; mejor dicho, en todos los ideales, puesto que  en un justo medio reside la virtud.

Las mujeres, por regla general son fanáticas; para ellas, el justo medio no existe, porque la exageración domina en todos sus actos; efecto quizás de su natural sentimentalismo, o del desequilibrio que hay en su manera de ser; las mujeres o quieren con delirio o aborrecen con crueldad. Se ha dicho y con sobrada razón, que cuando la mujer pierde la vergüenza, va mucho más lejos que el hombre en sus alardes de envilecimiento y de abyección; y a las que les da por comerse los santos por los pies (como se dice vulgarmente), no salen de las iglesias, y abandonan su casa y olvidan sus deberes para con su familia, por no perder ninguna función religiosa, sea en la iglesia que sea, católica o protestante.

Hablo por experiencia propia, pues recuerdo  perfectamente, que antes de estudiar Espiritismo, busqué en la Iglesia de Lutero un consuelo para mi alma afligida, y era tan elocuente el Pastor que regenteaba la Capilla a que yo acudía, que no perdía ni un solo culto; ya podía llover a mares, o nevar en abundancia, o arreciar el vendaval, yo los domingos iba dos veces a la Capilla, por la mañana y por la noche.

Recuerdo perfectamente que tuve que ausentarme de Madrid una temporada, y ni aun viajando y contemplando lo que nunca había visto, nada me satisfacía ni me indemnizaba de las horas de éxtasis que yo pasaba escuchando al Pastor protestante: el asistir al culto, era para mí una necesidad imperiosa, superior a todos los deberes.

Recuerdo que una noche debía yo asistir a una parienta mía que estaba enferma, y aunque ella tenía quien le asistiera, me había pedido que aquella noche no me separase de ella; yo escuché su ruego, pero al al llegar la hora de ir al culto, mi inquietud y mi ansiedad fueron tan en aumento, que dejé a la enferma encargada a una amiga mía y me fui a la capilla a escuchar la plática, y aquella noche (memorable en mi vida) no encontré al Pastor ta elocuente, y era que mi razón, llamando a mi conciencia le decía que entre un enfermo y un discurso religioso, no debe ser dudosa la elección: el enfermo debe ser el preferido.

Y aquella noche al salir de la capilla dije entre mí: Religión que no despierta el sentimiento de caridad, no es verdadera religión; yo soy una fanática como lo son muchas mujeres, y el fanatismo religioso ni eleva ni engrandece el sentimiento; yo quiero engrandecerme, yo quiero amar a la humanidad; y desde aquella noche, seguí escuchando al Pastor protestante, "protestando" mi razón de los argumentos que empleaba; al dejar de ser fanática, la venda que cubría mi entendimiento se rasgó en mil pedazos; fui avanzando en mis estudios, en mis observaciones, y concluí por adquirir el íntimo convencimiento, que el fanatismo religioso es el peor de todos los fanatismos, porque seca la fuente del sentimiento; el que cree en la virtualidad de los Santos, de las vírgenes y de los cristos, no compadecerá la desnudez del huérfano, ni la del anciano indigente; pero en cambio, vestirá con ricas telas, y adornará con valiosas joyas las imágenes de sus ídolos predilectos; y el creyente de la Iglesia de Lutero, gastará una fortuna en comprar biblias para repartirlas gratuitamente, y tal vez escuche indiferente la súplica de un pequeñuelo que le pida un pedazo de pan para su pobre madre postrada en el lecho del dolor.

Mucho se puede escribir sobre el fanatismo religioso, y mucho quiero decir en mis artículos sucesivos sobre esa plaga que desde época muy remota pesa sobre la humanidad.

Amalia Domingo Soler.

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