Tal
como en los seres humanos, existe en los seres animales un
principio independiente de la materia que sobrevive a la desaparición
del cuerpo. A ese principio podríamos denominarlo alma, según
el sentido y la extensión que diéramos a la palabra. Tiene su
origen en el elemento inteligente universal, fuente común con el que
anima al hombre, pero en éste ha recibido una elaboración que lo
eleva totalmente por sobre el de aquellos. Hay entre el alma
de los irracionales y la humana, tanta distancia como la que existe
entre el alma del hombre y Dios.
Los
animales conservan después de la muerte su individualidad, pero no
conciencia de sí. La vida inteligente permanece para ellos en estado
latente. El espíritu del irracional es clasificado después de su
muerte por los seres a quienes compete esa tarea y casi de inmediato
se le utiliza, no tiene oportunidad de entrar en relaciones con otras
criaturas.
Hasta
ese momento por no estar unido a un cuerpo, podríamos hablar de un
estado de erraticidad (para los que desconocen el significado de este
término, aclaro que erraticidad se denomina a la situación en la
que se encuentran los espíritus en el espacio en el período que
corre entre una encarnación y la siguiente: por haberse desprendido
de sus cuerpos se encuentran errantes). Decíamos que hasta ese
momento, por no estar
el principio inteligente unido a un cuerpo podríamos hablar de un
estado de erraticidad, pero nunca de espíritu errante. Este es un
ser que piensa y obra por su libre voluntad, que tiene plena
conciencia de sí, facultades de las que no goza el animal.
Ahora
bien, tanto los animales como los hombres se encuentran sometidos a
la ley del progreso, pero éste, en los primeros, opera por la fuerza
de las circunstancias. Por no mediar discernimiento, comprensión ni,
por ende, voluntad de su parte, los animales no son posibles de
expiación alguna (o sea, no tienen responsabilidad espiritual por su
actos).
Por
lo expuesto, los irracionales no están destinados en forma perpetua
a la inferioridad, ello estaría en desacuerdo con la unidad de miras
y de progreso que se observa en todas las obras de la creación. Dios
no se contradice… en la naturaleza todo se eslabona y armoniza por
leyes generales que trasuntan su infinita justicia y sabiduría.
Es
en los seres inferiores de la creación, donde el principio
inteligente al que nos estamos refiriendo se elabora e individualiza
paulatinamente mientras ensaya para la vida. Consiste en una tarea
preparatoria, como consecuencia de la cual, el principio
inteligente experimenta una transformación y se convierte en
espíritu. Entonces comienza
para él el período de humanidad y, con éste, la conciencia de su
futuro, la posibilidad para distinguir entre el bien y el mal y,
consecuentemente, la responsabilidad por sus propios actos.
Trazando
un paralelo, podríamos decir que acontece con el principio
inteligente un proceso similar al que atravesamos los seres humanos,
donde tras la etapa de la niñez, pasamos por la adolescencia, luego
por la juventud, para finalmente alcanzar la edad madura.
Nada
hay en este origen que deba avergonzarnos… ¿acaso creen ustedes
que sienten humillación los grandes hombres por haber sido embriones
informes en el seno materno…? Si por algo debe avergonzarse el ser
humano es por su inferioridad que lo torna impotente para sondear en
los designios de Dios y advertir la sabiduría de las leyes que rigen
la armonía en el universo.
En
la naturaleza todo es solidario… pensar que Dios ha podido crear
seres inteligentes desprovistos de un futuro, sería blasfemar
de su bondad la que se extiende a todas sus criaturas.
Ahora
bien, la aludida comunidad de origen en el principio inteligente de
los seres vivos no significa en modo alguno la consagración de la
doctrina de la metempsicosis (aclaremos que esta doctrina afirma la
posibilidad de que el espíritu del hombre vuelva a encarnar en
animales o en seres de inferior evolución). Tengamos presente que
dos cosas pueden tener un mismo origen y no asemejarse en modo alguno
más tarde…
¿quién reconocería el árbol, con sus hojas, flores y frutos, en
el germen amorfo contenido en su semilla? Tan pronto el principio
inteligente alcanza el grado necesario de elaboración para ser
espíritu e ingresar en el período hominal, deja
de tener toda relación con su primitivo estado y solo es respecto
del alma de los animales, lo que el árbol para su simiente.
El hombre solo se asemejará al animal en la posesión de un cuerpo,
en las pasiones que nacen de su influencia y en el instinto de
conservación que le es inherente.
Por
lo expuesto, la metempsicosis sería cierta si por ella entendiéramos
la progresión del principio inteligente de un estado inferior a otro
superior en cuyo transurso adquiere desarrollos que transforman su
naturaleza. Falsa, si la interpretamos como una transmigración
directa del hombre al animal, pues ello implicaría una retrogradación
o involución inaceptable desde el punto de vista espiritual.
Tengamos
presente que esta concepción, según la cual el principio
inteligente sólo alcanza su condición de espíritu luego de haberse
elaborado e individualizado en los diversos grados de los seres
inferiores de la creación, condice plenamente con la justicia y la
bondad de Dios quien otorga, de este modo, una salida, una meta, un
destino a los animales, quienes dejan de ser así seres desheredados
para encontraren
el porvenir que se les reserva una compensación a los sufrimientos e
inferioridad actuales.
La
razón por la cual el espíritu no tiene conciencia de las vidas que
han precedido para él a su período de humanidad, radica en que
justamente es éste el punto de inflexión que determina el comienzo
de su vida como tal: así también podríamos afirmar que apenas
puede recordar sus primeras existencias como hombre, del mismo modo
que el individuo adulto no retiene ya en la memoria los primeros
tiempos de
su infancia y, menos aún, el lapso en que ha permanecido en el seno
materno.
Según
la distancia que separe a los períodos de prehumanidad y el progreso
adquirido desde el comienzo de este último, el espíritu podrá
conservar durante algunas generaciones reflejos de su primitivo
estado. Ello acontecería pues ningún cambio opera en la naturaleza
por transición brusca, extendiendo siempre eslabones que unen los
extremos de la cadena de seres y acontecimientos. Tales huellas
se borrarán con el desarrollo en el ser de libre arbitrio (libre
albedrío) y, por sobre todas las cosas, la toma de conciencia de sí
mismo. Los progresos iniciales serán lentos pues no estarán
secundados por la voluntad, pero a medida que adquiera más perfecta
conciencia de sí, la progresión se acelerará.
Para
finalizar, digamos que en todo ser viviente existe un elemento
sustancial psicodinámico que trasciende la materia y las
limitaciones de tiempo y de espacio. Que permanece idéntico a sí
mismo a pesar de los continuos cambios derivados de la ley de
evolución. En el
reino vegetal se manifiesta por la sensibilidad ante los estímulos,
en los animales, esa alma rudimentaria se expresa principalmente a
través de
los instintos y del raciocinio elemental, en los seres humanos,
constituye el asiento de la individualidad superior se muestra en sus
facultades cognitivas y voltivas, progresando en etapas alternativas
de encarnación y desencarnación.
Que
el hombre, máximo eslabón en la cadena de seres vivientes en el
planeta Tierra, no constituye un capricho de la naturaleza ni el
resultado azaroso de mutaciones orgánicas, sino la exacta
consecuencia de un vasto plan cósmico que muestra a su espíritu en
constante ascenso hacia el gran objetivo, consistente en alcanzar la depuración
total y, con ella, la perfección espiritual.
No
quisiera finalizar el trabajo sin transcribir la hermosa respuesta
que dio el mundo espiritual a Allan Kardec, el codificador de la
doctrina espírita, cuando preguntó sobre la evolución espiritual:
“En
la naturaleza todo se eslabona, desde el átomo primitivo hasta el
arcángel, pues él mismo comenzó en un átomo; admirable ley de
armonía cuyo conjunto no puede aprehender aún el hombre. Éste,
mediante un esfuerzo de su intelecto puede entrever los vínculos.
Pero sólo cuando su
inteligencia haya adquirido el total desarrollo y se vea libre de los
prejuicios del orgullo y la ignorancia, sólo entonces, podrá ver
con claridad en la obra de la providencia”.
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