lunes, 7 de mayo de 2012

LA BIOÉTICA Y EL PARADIGMA ESPÍRITA


     El progreso científico nos hace creer que estamos rompiendo las fronteras de lo imposible y la osadía de los científicos parece atropellar la ficción y provocar una rotura en el mito de la creación. A cada nuevo descubrimiento que nos sorprende nos da la impresión de que estamos yendo muy lejos y el sistema de frenos parece fuera de control. Cada descubrimiento, no obstante, revela la paradoja que expone con más énfasis nuestras contradicciones: lo que pasamos a saber demuestra con más más fuerza lo que aún no sabemos.
     Identificamos las sub-partículas de la materia, su equivalencia con la energía y disecamos un eje de luz en ondas y en “cuantas” de energía. Desconocemos, sin embargo, cual es la esencia de la energía, de dónde proviene la materia que nos impresiona y no tenemos aún una noción bastante segura de los fundamentos del Universo.
     Disecamos la célula, recombinamos su química, interpretamos su código reproductor y osamos alterar el abecedario genético. Podemos hacer copias de cualquier forma de vida y darle apariencias o aptitudes previamente escogidas. Desconocemos sin embargo cual es la esencia que produce la vida y de donde proviene esta fuerza que da vida a las células. No tenemos, tampoco, una noción muy segura de los fundamentos que nos apuntan hacia el origen de la vida.
     Los aparatos de ultra-sonido nos permiten “ver” el feto dentro del útero en tres dimensiones.      Podemos identificar sus defectos estructurales confirmando precozmente la existencia de malformaciones fetales. La biopsia de las células de la cavidad amniótica dentro del útero nos da un registro de identidad de la criatura mucho antes de esta nacer. Así, los padres y el médico tienen la posibilidad de decidir si continuar o no la gestación de una criatura que se presentará con parálisis o retraso por toda la vida. Precisamos saber, no obstante, si interrumpir esta vida no significa perturbar el desarrollo de otra vida que trasciende las expresiones de la materia, para la cual, la deformación física forme parte de sus necesidades. No hay cómo formularnos esta pregunta para esta criatura antes que ella venga al mundo, mas sabemos que las que están entre nosotros, cuando tratan de caminar, retorciendo sus manos cuando tratan de escribir o "masticando" las palabras cuando quieren hablar, estas, aún así, quieren vivir, y, si posible, de manos dadas con sus madres.
     Los medios de cultura, los microscopios y los delicados instrumentos de manipulación de las células nos permiten tratar con el óvulo y el espermatozoide con la misma facilidad con que Mendel combinó las flores y los guisantes de su jardín. Los colores de las guisantes y de las flores pueden variar con la misma facilidad con que podemos escoger el sexo, el color de la piel y el color de los ojos para nuestras hijos. Estos hijos, empero, no traen consigo, la certeza de la felicidad, del respeto a la vida o la obediencia a los padres porque estos apenas pueden proporcionar el material genético que la reproducción asistida facilitó. Precisamos aclarar s antecediendo la forma física no existe un ser transcendente cuyas cualidades y aptitudes nos son completamente desconocidas.
      El equipo médico de respiración asistida prolonga la vida de millares de pacientes que la UTI intenta salvar. Los trasplantes de órganos dan al paciente la oportunidad de un renacer en la jornada de la vida. Los inmunosupresores controlan el rechazo en los transplantes y reducen las respuestas no deseadas en innumerables dolencias en que la inmunología está esclareciendo la causa. Aplicaciones que tocan directamente el sistema nervioso están controlando dolores terribles que incomodan los pacientes con cáncer. Estos progresos todos, aún así, no conseguirán nunca solucionar el dilema de la muerte y del sufrimiento que a veces la antecede. Por otro lado, estos recursos que alivian y prolongan la vida, pueden, con la misma competencia, ser puestos a disposición para decidir la fecha de la muerte o la interrupción del sufrimiento. El recurso de la tecnología pone la toga de juez al médico que no sabe ver el sentido purificador de Almas cuando el dolor se torna crónico o incontrolable. Precisamos saber si aliviar el sufrimiento físico no precipita un compromiso mayor o si compromete un rescate que estaremos posponiendo.
     El hombre está acostumbrado a usar su inteligencia para fragmentar sus problemas y con esto poder dominarlos. Hoy, la extensión de nuestro conocimiento nos permite percibir que esta separación “reduce lo complejo del mundo en fragmentos inconexos”, fracciona un problema específico mas crea un dilema gigantesco por la repercusión en el todo. Este modelo de fragmentación y la competencia tecnológica que proporcionó, no son suficientes para resolver las contradicciones de nuestro mundo interior. Hemos de revisar nuestras posiciones éticas con argumentos que extrapolen los límites y el alcance de la Ciencia. Principalmente, por que nos falta responder aquellas preguntas esenciales que esclarezcan quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos. En los días de hoy estos dilemas nos parecen ser inevitables.
     Los dilemas de la ética de hoy nos empujan precipitadamente hacia el aborto que descarta el niño malformado; la eutanasia que acelera la muerte suponiendo alivio del sufrimiento; la gestación de crianzas sin vínculo afectivo con los padres; la manipulación genética que podrá escoger la apariencia física; la vida psico-social del organismo completo, en contraposición a la vida biológica de media docena de células embrionarias fertilizadas en laboratorio. Parece que no nos damos cuenta de que estamos estirando o cortando el hilo de la “tela de la vida”.
     En 1857 Allan Kardec codificó una Doctrina de bases científicas, filosóficas y morales. Entre sus principios se afirma que la fe ha de someterse al criterio de racionalidad. Sus enunciados científicos no se subordinan a las amarras de una ciencia que sólo consigue ver el mundo material que impresiona nuestros limitados sentidos. Sus verdades están sujetas al progreso humano que la misma Ciencia tiende a promover.
     Su contenido fue proporcionado por Espíritus que acompañan y promueven el desarrollo de la Humanidad. Ellos afirmaron que somos todos Almas inmortales que ocupamos provisoriamente un cuerpo físico que nos permite vivir experiencias que, de simples e ignorantes, nos tornarán sabios y puros de corazón. Este proceso de evolución se define en una serie interminable de reencarnaciones que se procesan en la Tierra y en otros planos de la creación divina.
Esta Doctrina nos revela que el aborto destruye la vida biológica e impide la reencarnación del espíritu que habita ese cuerpo desde la fecundación, comprometiendo su evolución espiritual.
     La eutanasia pospone la redención y la reparación de débitos contraídos por el espíritu, cuyo cuerpo sufre para posibilitarlas. Esto no significa evitar medios de aliviar el dolor o el sufrimiento, sino impedir que se utilice la muerte como recurso terapéutico.
     Cada uno recibe, al reencarnar, el cuerpo más adecuado a sus necesidades espirituales. La manipulación genética dirigida a obtener los beneficios y las dificultades que este cuerpo venga a manifestar, son establecidas por entidades espirituales que velan por nuestro progreso. La evolución del conocimiento humano posibilitará que el médico-científico participe y favorezca nuestras posibilidades físicas, mas, jamás nos librará de los compromisos palingenésicos que nuestros débitos pretéritos imponen como cuenta a pagar en nuestro propio beneficio.
     Nuestra vinculación familiar ya estuvo ligada al sobrenombre o a los títulos de nobleza. Hoy, está determinada por los lazos matrimoniales o por la paternidad reconocida en el DNA. Las técnicas de reproducción están desmontando todos estos vínculos físicos, carnales, mas no conseguirán deshacernos de los compromisos que dejamos de cumplir delante de hermanos de otras vidas, que más temprano o más tarde, se cruzarán en nuestro camino, atraídos por la vibración que las ataduras de la culpa o los lazos de amor nos impulsaren.
      Enseñan los Espíritus que la reencarnación tiene inicio en el momento de la fecundación a través de procesos complejos que exigen la “regresión” del cuerpo espiritual del reencarnante, la ordenación del patrimonio genético que este recibirá y la conjunción de fuerzas de atracción ejercidas por los futuros padres. Esos Instructores espirituales nos anticiparon que la fecundación y el desarrollo del embrión puede ocurrir sin la presencia de un espíritu asumiendo este cuerpo. Este hecho nos permite imaginar que la fecundación en laboratorio ocurre desprovista de un espíritu en sus células y la gravidez sólo tendrá éxito cuando a conjunción de diversos factores ligados a la participación de un espíritu y la conjunción de vibraciones de los padres promuevan la sintonía de esta unión.
     Cuando Allan Kardec preguntó a los Espíritus cual era nuestro mayor derecho, le respondieron: el derecho de vivir. La vida es la mayor expresión de la creación de Dios. Aún no tenemos alcance suficiente para comprender la extensión de la creación divina que expresa vida en todo lo que existe. Los Espíritus, sin embargo, enseñaron que el principio inteligente deberá recorrer toda la jornada de evolución, desde el átomo al arcángel.

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     Nubor Orlando Facure, CRM-SP 11789, es director del Instituto del Cerebro de Campiñas, y ex-profesor titular de neurocirugía de la UNICAMP. Diversos de sus textos en la interface ciencia-espiritismo, así como referencias a sus publicaciones recientes en esa área se encuentran en el sitehttp://www.geocities.com/nubor_facure/