sábado, 28 de julio de 2012

LA CUESTIÓN SOCIAL Y EL LIBRE ALBEDRÍO




En la actualidad los hechos nos demuestran que vivimos en una sociedad cuyos principios se basan en la libertad de mercado como organismo regulador de las relaciones económicas y sociales. Tal mercado determina las condiciones bajo las cuales se efectúan los trueques, regula las condiciones para la adquisición y venta de la mano de obra, para obtener mayor lucro, pues la energía y la capacidad humanas son transformadas en objetos, artículos. En la sociedad en que vivimos, quien posee capital puede comprar  trabajo y exigir que se trabaje para el mayor beneficio posible, relativo a la inversión de su capital. Quien posee la fuerza del trabajo, el trabajador, debe venderla a los capitalistas, mediante las condiciones del mercado, siempre envilecedoras, a menos que conjuntamente con su familia se muera de hambre.
La sociedad actual se refleja en una estructura económica de valores, donde el capital comanda el trabajo; donde las cosas acumuladas (riquezas) tienen valor superior al ser humano (que posee la fuerza de trabajo), y es aquello que está vivo, que tiene vida.

En el proceso de globalización de la economía, testimoniamos la creciente centralización y concentración del capital. Grandes conglomerados crecen continuamente, mientras que las pequeñas y medianas empresas van siendo expulsadas del mercado, por falta de competitividad, haciéndolas caer en la clandestinidad o en el mercado informal.

Un creciente número de personas deja de ser independiente para volverse dependientes de los que dirigen los grandes imperios económicos. El individuo pierde su individualidad, pasa a ser un número, un código, un tornillo a ser gastado, consumido por la máquina. Tal estructura económica, social y política, ha dado como resultado, seres humanos alienados de sí mismos, de sus semejantes y de la naturaleza, puesto que se transformaron en artículos, en objetos. Pasan a ver su fuerza de vida como una inversión que debe producir el lucro máximo, al capitalista, bajo las condiciones de mercado existentes.

Las relaciones humanas pasan a ser inseguras, ansiosas. Al mismo tiempo que todos intentan estar junto a los otros, todos se sienten solos, invadidos por el recelo de perder el trabajo, el empleo.
En este engranaje todo pasa a ser objeto de trueque y consumo; los valores materiales y los espirituales.
Podemos verificar entonces que el individuo no dispone de su libre albedrío, pues es libre solamente cuando y donde posea medios de superar y dominar sus motivaciones.

La sociedad estructurada bajo el concepto materialista, consumista, excluyendo inmensas parcelas de los seres humanos de la utilización de los bienes, hizo del hombre un ser inclinado a oprimir al propio semejante. La ciencia, producto de esa misma sociedad, lo hizo malo. La sociedad materialista no proporciona al hombre la comprensión de que  él es el artífice de su destino; de que tiene que esculpir la gran obra del espíritu en la ruda materia, a lo largo de la vida.

Por ser materialista, la sociedad transmite al hombre las concepciones materialistas, y el hombre olvida entonces al espíritu. Todo es materia. Por tanto: ¡Vivamos el aquí y ahora!

Afortunadamente un número considerable de criaturas, no piensa como la sociedad materialista. Formamos parte de esas criaturas, pues entendemos que el hombre es el único responsable de su propio destino. Para dar una amplitud mayor al concepto, podemos sustituir la palabra destino, que trae un sentido determinista y fatalista, por la palabra camino, con la finalidad de entender mejor no sólo la libre trayectoria humana, objetiva, existencial del hombre en cada encarnación, sino también su trayectoria en el proceso evolutivo interior, de su responsabilidad como Espíritu a lo largo de variadas vidas, constituyendo un aprendizaje acumulativo y progresivo, en razón de las leyes naturales de causa y efecto y de reencarnación.
No en tanto debemos entender que la selección del camino, no recae totalmente en cada uno, sino también en las influencias exteriores, las cuales como Espíritu que es, cede por su espontánea voluntad, teniendo en vista que el libre albedrío es decurrente del desenvolvimiento y de la voluntad del Espíritu.

Allan Kardec, en "El Libro de los Espíritus" en la cuestión 544, nos informa que "el hombre puede actuar sugestionado por influencias exteriores, no obstante, dado a su libre albedrío, él puede raciocinar para distinguir una idea cierta de una falsa, y obviamente deberá sufrir las consecuencias del comportamiento erróneo".

Tal procedimiento se aplica a todos los seres humanos, dirigentes y dirigidos, empresarios y empleados, capitalistas y proletarios, gobierno y gobernados.

Se ve la gran responsabilidad, delante de la ley de causalidad, que asumen todos aquellos, con raras excepciones, que detentan en sus manos el poder. Sea el poder político, el poder del capital, el poder de dirección, etc. Como el capital no posee ética y moral, la sociedad paulatinamente pasa a ser inética, inmoral y amoral. 

Tales depositarios del poder, en vez de colocar en alto los principios morales y éticos de la solidaridad y de luchar por ellos, colocan en alto sus intereses materialistas y sobre ellos forjan principios ficticios, falsos, los cuales acaban por alcanzar la masa humana que pasa igualmente a vivenciarlos, actuando por instinto en la lucha por la sobrevivencia. Muchos se equiparan a los brutos, a los animales.
Allan Kardec, en "El Libro de los Espíritus", preg. 595, enfoca:
"El comportamiento del hombre, que posee libre albedrío, en la mayoría de las veces puede ser comparado al comportamiento de los animales, que actúan por instinto, donde la libertad (de los animales) está limitada por sus necesidades".

En la sociedad el comportamiento del hombre, movido por el instinto, demuestra falta de progreso espiritual, no en tanto, con el progreso material él puede reconocer los factores negativos y erróneos de su conducta, puesto que todos poseen, en su conciencia una percepción de su origen como Espíritu, y de su finalidad en la tierra como encarnado. La gran mayoría de los hombres ya comprenden por intuición, el deber de la solidaridad recíproca, ya comprenden el mal que hacen, y solamente no actúan con solidaridad y hacen el mal para satisfacer sus pasiones, su egoísmo (obra citada, preg, 670). Esta comprensión adviene del progreso intelectual que propicia discernir el bien y el mal, lo cierto y lo errado. El libre albedrío se desenvuelve, seguido por el desenvolvimiento de la inteligencia, aumentando, así, la responsabilidad del hombre por su conducta, por sus actos (obra citada, preg. 780).

El mayor obstáculo al desenvolvimiento y progreso moral del hombre, son el orgullo y el egoísmo. El progreso intelectual que debería conducir el desenvolvimiento moral del hombre, ante aquellos obstáculos (orgullo y egoísmo) aumentan su intensidad, pasando a desenvolver la ambición, el amor y el poder por las riquezas.
Con el paso del tiempo, el ser olvida los nobles ideales y las creencias, colocando en la profundidad del alma la perfidia, la mentira. Pasan a despreciar al vencido, aunque sea un justo, un honesto, y a glorificar al vencedor, aunque sea un crápula, un deshonesto.

Una sociedad estructurada materialista como la nuestra, crea conceptos superficiales de negación de toda disciplina moral y ética. Oponiéndose al concepto de que el hombre es responsable, olvidándose de que él no vive aislado, sino en sociedad, que debe ser un organismo vivo donde cada miembro tiene un trabajo a cumplir. La vida no es reposo, sino esfuerzo de conquista.

La sociedad precisa recordar que por encima de los intereses materiales, está un interés mayor, urgente, que a todos incumbe: la solidaridad, el amor. Es importante recordar a los gobernantes y legisladores: en cualquier institución política, social, económica y jurídica, que el trabajo, la propiedad, la riqueza, la organización del Estado en sí y su funcionamiento, no son conceptos aislados, sino que son funciones de la ley, esto es, se entrelazan lógicamente.

Urge saber que el libre albedrío nos es concedido, por las leyes superiores de la Vida, porque es necesario que seamos libres y responsables y podamos de esa forma, en libertad y responsabilidad conquistar la felicidad.
¿Como nos es concedido el libre albedrío?

A medida que el Espíritu evoluciona, crece en conocimiento, se dilata el libre albedrío, forzándolo a liberarse de los procesos deterministas, que inconscientemente lo conducirán a la madurez. El proceso del libre albedrío surge paralelamente a la alborada, al desabrochar, de la conciencia. Su adquisición proporciona al ser conducir el proceso de su adelanto; unos se adelanta trabajando duramente en la creación de conquistas espirituales; otros se estacionan en la indolencia, prefiriendo el reposo al trabajo fatigante en favor de su progreso.
Hay quien progresa y hay quien se estaciona; quien acumula valores y quien los desperdicia. De ahí las escalas divergentes de valores morales, éticos, económicos, etc., que encontramos en nuestra sociedad y en el planeta.

Todos estamos en el camino, cada uno con sus conceptos y preconceptos; cada uno diferente dos demás; cada uno plantando libremente con sus pensamientos, actos y acciones la simiente de donde  brotará el inexorable destino.

Todos somos libres en la elección de las causas de nuestros procedimientos; mas no somos libres en la cosecha de los efectos y de las reacciones que nos son impuestas por la ley de causalidad.

Así como la facultad de escoger y de dominar crece, aumenta, con la capacidad y el merecimiento, también cada elección en el camino nos liberará o nos prenderá a los procesos regeneradores. De esa forma el libre albedrío no es un hecho constante y absoluto, sino un hecho progresivo y relativo, al desenvolvimiento espiritual que cada uno haya alcanzado. No obstante nuestra libertad, el proceso evolutivo trazado por las leyes superiores de la vida permanece inviolable, pues nuestra libertad es relativa y nuestras acciones nada pueden alterar a no ser en lo que respecta a cada uno de nosotros mismos.

La ley en el plano de la materia es determinista; en el plano del Espíritu es libertad; por la evolución se procesa, para el Espíritu el pasar del determinismo al libre albedrío.

Con la evolución del ser a lo largo de los milenios, se amplia la conciencia y consecuentemente las responsabilidades. Se instala en el ser una ética y una moral racionales, que trazan los grandes rumbos de la vida individual con poderosos reflejos en el campo social. Tal ética y moral no impone; no obliga. Ella es simplemente racional y se dirige a seres racionales. No invoca las iras de un dios vengativo; simplemente indica y muestra las reacciones naturales y inevitables de una ley íntima, que es inviolable, perfecta, justa. En esta ética y en esta moral está la clave de todos los dolores, de todos los sufrimientos, de todas las diferencias existentes.

En la inferioridad, en la indignidad, en la vileza, en la torpeza de la naturaleza humana generados por el orgullo y por el egoísmo, está la causa de todos los males, y en la ascensión espiritual todo el remedio para sanarlos.

Volvamos a la sociedad en que vivimos y su estructura económica típicamente hedonística.
La ciencia económica, materialista, parte de la premisa hedonística, que en la teoría socrática "del bien y de lo útil, de la prudencia..., produce, entendida por la índole voluptuosa de Arístipo, el hedonismo, o la filosofía, en cual toda la humana bienaventuranza se resuelve en el placer."

El hedonismo es la "doctrina que considera que el placer individual e inmediato es el único bien  posible, principio y fin de la vida moral".

Las bases reales del fenómeno económico, están en la aplicación de la naturaleza egoísta del capital en el campo de los negocios; que el mercado no es un equilibrio de derechos, sino una medición de fuerzas para un estrangulamiento recíproco; donde el hombre es una fiera invernada de civilización; donde la ciencia (económica) que él estudia es la codificación del egoísmo, esto es, del instinto más disgregador del conjunto social.
El principio hedonístico es un principio anti-solidario, de disgregación que la sociedad económica trae en sí como un insanable vicio de origen y que reaparece en momentos de crisis, como la que pasamos en la actualidad. Egoísmo del capital, del trabajo, del productor, del consumidor, egoísmo individual, de clase, de nación (régimen proteccionista) etc.

Tal fenómeno económico es la expresión de la ley del mínimo esfuerzo, tomando siempre la forma de coacción.

En esta estructura económica el equilibrio entre la oferta y la demanda es la resultante de una lucha; la oferta de un producto no es otra cosa que la exigencia de un precio; todo pasa a ser movido por la necesidad propia y no por la conciencia de las necesidades recíprocas.

Se demuestra su verdadera naturaleza: una estructura, un sistema económico y social perenne de atritos, un equilibrio fatigante entre fuerzas contrarias intentando suprimirse, agravadas por el peso del egoísmo.
No nos podemos olvidar del principio "doy para que me den", donde el egoísmo avanza triunfante, siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, en busca de equilibrios nuevos, falsos, mas que conservan siempre su marca originaria, el egoísmo destructor.
El instinto hedonístico de gran porción de la sociedad, en su inconciencia de todos los otros valores sociales, avanza pisando y destruyendo todo, siempre que se realice a sí mismo; fuerza primitiva (instinto), brutal, y principio de destrucción de la sociedad, a la cual se deben infinitas crisis y reveses.

Si miremos bien lo que pasa a nuestro derredor y otras partes. Vemos que los bienes, no siguen el camino de la necesidad; la riqueza es atraída por la riqueza y huye de la pobreza. La psicología hedonística hace que el dinero corra para donde no hay necesidad (véase los impuestos, la asignación de fondos del Gobierno Central a los Distritos y  Municipios), y lo aparta de donde podría suavizar el dolor, proteger la vida (salud, educación, seguridad). Todos se apartan del débil, del vencido, del excluido y, mal una debilidad se manifieste, todo concurre para agravarla, empujando la víctima para el declive de la ruina.

La riqueza del Estado, la distribución de las verbas, difícilmente alcanza su finalidad, que debería ser la de tornarse en un medio de vida y de mejoría, para tornarse, como acontece, un medio de opresión, de corrupción, que absorbe y destruye la vida, en lugar de fecundarla y erguirla.

El siglo, que terminó, olvidó el Espíritu, para crear la ciencia mecánica, materialista, formadora de toda nuestra estructura cultural. No en tanto, las leyes de la vida, adormecidas por milenios, sufrieron un choque repentino, y hoy están de acuerdo para impelernos en dirección a la nueva civilización del tercer milenio.
Tal civilización deberá tener como lema: Ama a tu prójimo como a ti mismo.

Para poder vivenciar la nueva fase que se aproxima, recordemos que la vida es un viaje, y nada más poseemos que nuestras obras.

A toda hora se muere y a toda hora se renace, mas cada cual es siempre hijo de sí mismo. La evolución, señalada por el movimiento del tiempo, no puede parar. De la misma forma, no podemos parar la gran influencia, la gran atracción, que a todo rige: el Amor.

Al nivel de la materia se llama atracción y cohesión; al nivel de la energía, impulso y transmisión; al nivel del espíritu, impulso de vida y ascensión.

Allan Kardec, en "El Libro de los Espíritus", preg. 888-a, nos muestra que todo se renueva cuando el Amor impera: "Amaos unos a los otros, es toda la ley. El amor es la ley de atracción para los seres vivos y organizados, y la atracción es la ley de amor para la materia inorgánica".

En este final y comienzo de milenio estamos siendo llamados para las grandes verdades del espíritu, donde cada ser vibrará y responderá, conforme a su capacidad de vibrar y responder.
La Doctrina de los Espíritus habla a nuestro corazón, a nuestra conciencia exhortándonos a la elevación de nuestra conducta.

Sabemos que los conceptos aquí expuestos se encuentran muy distanciados del mundo hecho de mentiras y de desconfianzas, porque en el corazón de los hombres, y sus sistemas, dominan el egoísmo y la violencia; no el bien, sino el mal.

No obstante, podemos alertar que si no existe un principio ético y moral, coordinador, para organizar la sociedad humana, ella se desagregará en el embate de los egoísmos.

Estamos en una curva de la historia, en la alborada de una civilización nueva.

No se amedrenten los justos y los afligidos, que observan la algarabía humana que acompaña la falsa gloria, la riqueza, el placer, porque, si con eso alguien vence y goza por un momento, las leyes de la vida vigilan,  están atentas…

Los principios éticos y morales puros se corrompen y entonces adquieren valor de mentira, que es el proceso de disgregación de los ideales.

Momentos de dolores y angustias se avecinan en aquellos que de una misión hacen una profesión y ponen el espíritu como base del poder humano; de aquellos que mienten e inducen a la mentira; de aquellos que dando ejemplos de afortunada injusticia, la proponen como norma de vida; de los religiosos y de las religiones que no desempeñaron la función de preservar y salvar los valores espirituales del mundo.

Para terminar repetimos las palabras de aquel que debe ser el modelo para los seres humanos:

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados".
"Bienaventurados los que lloran porque serán consolados."


              Rubén Meira
              e-mail: rubensmeira@zaz.com.br