Max Weber en su libro “La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo” estudió la relación entre el pensamiento protestante y el desarrollo del Capitalismo en los países que lo adoptaron. La rígida ética del trabajo, de la vida sobria y de la acumulación de capital como una forma de realización en la Tierra de la gracia divina para con sus escogidos, fueron factores que contribuyeron decididamente a la economía capitalista.
De la misma forma, pero en bases filosóficas y religiosas diferentes, el Prof. Ricardo Mário Gonçalves propuso en su obra “La Ética Budista y el Espíritu Económico del Japón” que el pensamiento Budista fue uno de los factores que contribuyó en la transformación del Japón del siglo XIX. Algunos filósofos budistas enfatizaban la correcta observancia de los deberes cotidianos como un instrumento para la realización espiritual. A través de una vida de diligencia en el trabajo, alejamiento de los excesos y comprensión de la realidad que le rodea, el hombre podría alcanzar la iluminación que lo eximiría del ciclo interminable de existencias insatisfactorias. Tal espíritu venía de encuentro a las necesidades de la época de transformación que sacaron a Japón del atraso feudal y en pocas décadas lo transformaron en una potencia.
Colocado así que no es una idea extraña que las bases filosóficas y morales de una sociedad sean de importancia crucial para su desenvolvimiento en todas las dimensiones culturales, inclusive en el de la economía, no deja de ser natural que se piense que tipo de sociedad se construiría sobre el pensamiento espírita.
La Doctrina Espírita, como los maestros budistas estudiados por el Prof. Ricardo, da gran importancia al trabajo como instrumento de realización espiritual. A través del esfuerzo cotidiano, el espíritu se perfecciona y la correcta vivencia de las oportunidades profesionales lo hace avanzar intelectual y moralmente. De la misma forma, el Espiritismo valoriza una vida equilibrada, lejos de los excesos. El mundo material es transitorio, nuestro estado educativo aquí debe ser bien aprovechado y una vida equilibrada, alejada de los vicios y de los excesos de los placeres, permite que las oportunidades sean aprovechadas al máximo. Diferentemente talvez del Protestantismo y más próximo del pensamiento budista, el Espiritismo no condena que el hombre tenga una vida alegre y placentera, apenas muestra que los excesos y abusos tienen serias consecuencias.
Como las doctrinas filosóficas orientales, el Espiritismo postula un ordenamiento moral del Universo que se expresa a través de la ley de Causa y Efecto. Todas nuestras acciones tienen repercusio-nes y la cualidad moral de ellas implica en el tipo de repercusión que tendrán. Una acción que trae el sufrimiento de otros seres trae en consecuencia infelicidad para aquel que la practicó y, de la misma forma, toda acción que libere del sufrimiento o disminuya el sufrimiento de otros seres trae felicidad para su agente. La conocida palabra “Karma” (más Dharma) significa justamente “acción” en sánscrito y trae embutido el concepto de que somos responsables por nuestras acciones al cosechar inevitablemente sus resultados.
De esta forma, antes de todo, el Espírita es un individuo consciente de que su situación presente es de su entera responsabilidad, resultante de todas sus acciones en el pasado, y que su futuro depende de como actúe ahora. Sea en su vida particular, sea en su actuación profesional, sea en el ejercicio de algún cargo público o voluntario, él es conciente de que es responsable por lo que hace y que su currículo de vida es mucho más que la lista de los títulos y posiciones conseguidos. Su currículo espiritual, que lo acompañará a través de esta vida y de las próximas, le conferirá las credenciales para alcanzar nuevas etapas de crecimiento o quedar preso en la reparación de las acciones incorrectas que efectuó.
El Espírita sabe que retornará a este mundo en nuevas reencarnaciones y la sociedad que encontrará será justamente aquella que contribuyó a formar en sus existencias pasadas. No hay, como en el Protestantismo, la visión de que nuestra salvación no depende de nuestros actos y que por selección divina seremos elegidos para la morada de los justos. Por lo contrario, tendremos que conquistar el derecho a esa morada, construyéndola poco a poco dentro de nosotros y alrededor de nosotros por nuestras acciones. También no es la fe lo que salva al espírita, por el contrario, en la visión espírita aquel que tiene fé en la Doctrina y no la vivencia está en situación peor que aquel que no la conoce. La calidad de las acciones está relacionada al conocimiento de lo que se está haciendo y aquel que actúa mal sabiendo que está haciendo el mal es peor que aquel que no sabe lo que hace.
Así el espírita tiende a adherirse a causas que mejoren al mundo. En las relaciones económicas valoriza la ética profesional y busca relaciones sustentables, en que todas las partes sean beneficia-das. En el ejercicio de los cargos públicos el espírita tiende a buscar la justicia social y al desarrollo de programas que traigan el progreso de la sociedad. Es un hijo del Iluminismo y acredita que la educación y el bienestar material están ligados, que la sociedad humana camina para estados más civilizados.
La sustentabilidad es una causa naturalmente apoyada por los espíritas, pues es una consecuencia natural de las leyes morales que mencionamos. Sólo una acción consciente hacia el bien puede generar resultados satisfactorios duraderos y al pensar en relaciones económicas que preserven el medio ambiente, que busquen la satisfacción de todos los participantes de los procesos económicos, se está justamente dejando de lado el egoísmo y trabajando para el bien de todos.
Por tanto nada más lógico que concluir que una sociedad apoyada en el pensamiento espírita será una sociedad sustentable. Una sociedad en que sus actores sociales actúan de forma a maximizar los beneficios para todos a corto, medio y largo plazo. Al huir de los excesos esta sociedad sustentable permitirá un manejo más adecuado de los recursos naturales y un aprovechamiento más igualitario de los bienes producidos. Esta sociedad también huirá de los excesos de las ideologías, pues el espírita cree que la evolución del pensamiento es constante y no hay como evitar que el tiempo cambie los escenarios humanos, inclusive las verdades establecidas por el hombre para la estructuración de su vida intelectual. Toda forma de creencia sincera es respetable a los ojos del espírita y la investigación científica es el fundamento mismo de su fe racional. El debate, la búsqueda del consenso a través del intercambio fraterno de las ideas será el vehículo natural para que esta sociedad se sustente en el largo plazo sin los choques ideológicos y extremismo que muchas veces echan a perder los esfuerzos pacíficos de generaciones.
En fin, creemos firmemente que el Espiritismo tiene un papel importante que desempeñar en el pensamiento humano y que su influencia será sentida a medida que más y más sus ideas sean difundidas en la sociedad. Sin duda alguna, la sociedad del futuro será plural, las religiones actuales, lejos de desaparecer, madurarán y se influenciarán mutuamente. Posiblemente los postulados espíritas, por su lógica interna, por su respaldo en la comprobación científica de los hechos que les dan sustentación, a los pocos encontrarán eco en otras corrientes religiosas y las varias divisiones del espiritualismo del futuro serán por causa de preferencias individuales en cuestiones de detalles, no en el antagonismo o en la disputa por la posesión exclusiva de la verdad. En este nuevo mundo, en esta nueva sociedad sustentable, el Espiritismo será una de las fuentes de inspiración para el hombre continuar mejorándose a sí mismo.
Bibliografía
•Andrade, Geziel. Capital y Trabajo a la Luz del Espiritismo. Capivari – SP: EME Editora, 1994.
•Cassirer, Ernst. The Philosophy of the Enlightenment. Traducido del alemán por Fritz C. A. Koelln y James P. Pettegrove. New Jersey (EUA): Princeton University Press, 1979.
•Gonçalves, Ricardo Mario. La Ética Budista y el Espíritu Económico del Japón. Prefacio de Heródoto Barbeiro. San Pablo: Elevación, 2007.
•Kardec, Allan. Obras Póstumas. Volumen XIX de las Obras Completas de Allan Kardec. San Pablo: EDICEL, 1973.
•Weber, Max. La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. 10.a Ed. Traducción de M. Irene de Q. F. Szmrecsányi y Tomás J. M. Szmrecsányi. San Pablo: Librería Pionera Editora, 1996.