La
sociedad actual se refleja en una estructura económica de valores, donde el
capital comanda el trabajo; donde las cosas acumuladas (riquezas) tienen valor
superior al ser humano (que posee la fuerza de trabajo), y es aquello que está
vivo, que tiene vida.
En
el proceso de globalización de la economía, testimoniamos la creciente
centralización y concentración del capital. Grandes conglomerados crecen
continuamente, mientras que las pequeñas y medianas empresas van siendo
expulsadas del mercado, por falta de competitividad, haciéndolas caer en la
clandestinidad o en el mercado informal.
Un
creciente número de personas deja de ser independiente para volverse
dependientes de los que dirigen los grandes imperios económicos. El individuo
pierde su individualidad, pasa a ser un número, un código, un tornillo a ser
gastado, consumido por la máquina. Tal estructura económica, social y política,
ha dado como resultado, seres humanos alienados de sí mismos, de sus semejantes
y de la naturaleza, puesto que se transformaron en artículos, en objetos. Pasan
a ver su fuerza de vida como una inversión que debe producir el lucro máximo,
al capitalista, bajo las condiciones de mercado existentes.
Las
relaciones humanas pasan a ser inseguras, ansiosas. Al mismo tiempo que todos
intentan estar junto a los otros, todos se sienten solos, invadidos por el
recelo de perder el trabajo, el empleo.
En
este engranaje todo pasa a ser objeto de trueque y consumo; los valores
materiales y los espirituales.
Podemos
verificar entonces que el individuo no dispone de su libre albedrío, pues es
libre solamente cuando y donde posea medios de superar y dominar sus
motivaciones.
La
sociedad estructurada bajo el concepto materialista, consumista, excluyendo
inmensas parcelas de los seres humanos de la utilización de los bienes, hizo
del hombre un ser inclinado a oprimir al propio semejante. La ciencia, producto
de esa misma sociedad, lo hizo malo. La sociedad materialista no proporciona al
hombre la comprensión de que él es
el artífice de su destino; de que tiene que esculpir la gran obra del espíritu
en la ruda materia, a lo largo de la vida.
Por
ser materialista, la sociedad transmite al hombre las concepciones
materialistas, y el hombre olvida entonces al espíritu. Todo es materia. Por
tanto: ¡Vivamos el aquí y ahora!
Afortunadamente
un número considerable de criaturas, no piensa como la sociedad materialista.
Formamos parte de esas criaturas, pues entendemos que el hombre es el único
responsable de su propio destino. Para dar una amplitud mayor al concepto,
podemos sustituir la palabra destino, que trae un sentido determinista y
fatalista, por la palabra camino, con la finalidad de entender mejor no sólo la
libre trayectoria humana, objetiva, existencial del hombre en cada encarnación,
sino también su trayectoria en el proceso evolutivo interior, de su responsabilidad
como Espíritu a lo largo de variadas vidas, constituyendo un aprendizaje
acumulativo y progresivo, en razón de las leyes naturales de causa y efecto y
de reencarnación.
No
en tanto debemos entender que la selección del camino, no recae totalmente en
cada uno, sino también en las influencias exteriores, las cuales como Espíritu
que es, cede por su espontánea voluntad, teniendo en vista que el libre albedrío
es decurrente del desenvolvimiento y de la voluntad del Espíritu.
Allan
Kardec, en "El Libro de los Espíritus" en la cuestión 544, nos
informa que "el hombre puede actuar sugestionado por influencias
exteriores, no obstante, dado a su libre albedrío, él puede raciocinar para
distinguir una idea cierta de una falsa, y obviamente deberá sufrir las
consecuencias del comportamiento erróneo".
Tal
procedimiento se aplica a todos los seres humanos, dirigentes y dirigidos,
empresarios y empleados, capitalistas y proletarios, gobierno y gobernados.
Se
ve la gran responsabilidad, delante de la ley de causalidad, que asumen todos
aquellos, con raras excepciones, que detentan en sus manos el poder. Sea el
poder político, el poder del capital, el poder de dirección, etc. Como el
capital no posee ética y moral, la sociedad paulatinamente pasa a ser inética,
inmoral y amoral.
Tales
depositarios del poder, en vez de colocar en alto los principios morales y éticos
de la solidaridad y de luchar por ellos, colocan en alto sus intereses
materialistas y sobre ellos forjan principios ficticios, falsos, los cuales
acaban por alcanzar la masa humana que pasa igualmente a vivenciarlos, actuando
por instinto en la lucha por la sobrevivencia. Muchos se equiparan a los
brutos, a los animales.
Allan
Kardec, en "El Libro de los Espíritus", preg. 595, enfoca:
"El
comportamiento del hombre, que posee libre albedrío, en la mayoría de las veces
puede ser comparado al comportamiento de los animales, que actúan por instinto,
donde la libertad (de los animales) está limitada por sus necesidades".
En
la sociedad el comportamiento del hombre, movido por el instinto, demuestra
falta de progreso espiritual, no en tanto, con el progreso material él puede
reconocer los factores negativos y erróneos de su conducta, puesto que todos
poseen, en su conciencia una percepción de su origen como Espíritu, y de su finalidad
en la tierra como encarnado. La gran mayoría de los hombres ya comprenden por
intuición, el deber de la solidaridad recíproca, ya comprenden el mal que
hacen, y solamente no actúan con solidaridad y hacen el mal para satisfacer sus
pasiones, su egoísmo (obra citada, preg, 670). Esta comprensión adviene del
progreso intelectual que propicia discernir el bien y el mal, lo cierto y lo
errado. El libre albedrío se desenvuelve, seguido por el desenvolvimiento de la
inteligencia, aumentando, así, la responsabilidad del hombre por su conducta,
por sus actos (obra citada, preg. 780).
El
mayor obstáculo al desenvolvimiento y progreso moral del hombre, son el orgullo
y el egoísmo. El progreso intelectual que debería conducir el desenvolvimiento
moral del hombre, ante aquellos obstáculos (orgullo y egoísmo) aumentan su
intensidad, pasando a desenvolver la ambición, el amor y el poder por las
riquezas.
Con
el paso del tiempo, el ser olvida los nobles ideales y las creencias, colocando
en la profundidad del alma la perfidia, la mentira. Pasan a despreciar al
vencido, aunque sea un justo, un honesto, y a glorificar al vencedor, aunque
sea un crápula, un deshonesto.
Una
sociedad estructurada materialista como la nuestra, crea conceptos
superficiales de negación de toda disciplina moral y ética. Oponiéndose al
concepto de que el hombre es responsable, olvidándose de que él no vive
aislado, sino en sociedad, que debe ser un organismo vivo donde cada miembro
tiene un trabajo a cumplir. La vida no es reposo, sino esfuerzo de conquista.
La
sociedad precisa recordar que por encima de los intereses materiales, está un
interés mayor, urgente, que a todos incumbe: la solidaridad, el amor. Es
importante recordar a los gobernantes y legisladores: en cualquier institución
política, social, económica y jurídica, que el trabajo, la propiedad, la
riqueza, la organización del Estado en sí y su funcionamiento, no son conceptos
aislados, sino que son funciones de la ley, esto es, se entrelazan lógicamente.
Urge
saber que el libre albedrío nos es concedido, por las leyes superiores de la
Vida, porque es necesario que seamos libres y responsables y podamos de esa
forma, en libertad y responsabilidad conquistar la felicidad.
¿Como
nos es concedido el libre albedrío?
A
medida que el Espíritu evoluciona, crece en conocimiento, se dilata el libre
albedrío, forzándolo a liberarse de los procesos deterministas, que
inconscientemente lo conducirán a la madurez. El proceso del libre albedrío
surge paralelamente a la alborada, al desabrochar, de la conciencia. Su
adquisición proporciona al ser conducir el proceso de su adelanto; unos se
adelanta trabajando duramente en la creación de conquistas espirituales; otros
se estacionan en la indolencia, prefiriendo el reposo al trabajo fatigante en
favor de su progreso.
Hay
quien progresa y hay quien se estaciona; quien acumula valores y quien los
desperdicia. De ahí las escalas divergentes de valores morales, éticos, económicos,
etc., que encontramos en nuestra sociedad y en el planeta.
Todos
estamos en el camino, cada uno con sus conceptos y preconceptos; cada uno
diferente dos demás; cada uno plantando libremente con sus pensamientos, actos
y acciones la simiente de donde
brotará el inexorable destino.
Todos
somos libres en la elección de las causas de nuestros procedimientos; mas no
somos libres en la cosecha de los efectos y de las reacciones que nos son
impuestas por la ley de causalidad.
Así
como la facultad de escoger y de dominar crece, aumenta, con la capacidad y el
merecimiento, también cada elección en el camino nos liberará o nos prenderá a
los procesos regeneradores. De esa forma el libre albedrío no es un hecho
constante y absoluto, sino un hecho progresivo y relativo, al desenvolvimiento
espiritual que cada uno haya alcanzado. No obstante nuestra libertad, el
proceso evolutivo trazado por las leyes superiores de la vida permanece
inviolable, pues nuestra libertad es relativa y nuestras acciones nada pueden
alterar a no ser en lo que respecta a cada uno de nosotros mismos.
La
ley en el plano de la materia es determinista; en el plano del Espíritu es
libertad; por la evolución se procesa, para el Espíritu el pasar del
determinismo al libre albedrío.
Con
la evolución del ser a lo largo de los milenios, se amplia la conciencia y
consecuentemente las responsabilidades. Se instala en el ser una ética y una
moral racionales, que trazan los grandes rumbos de la vida individual con
poderosos reflejos en el campo social. Tal ética y moral no impone; no obliga.
Ella es simplemente racional y se dirige a seres racionales. No invoca las iras
de un dios vengativo; simplemente indica y muestra las reacciones naturales y
inevitables de una ley íntima, que es inviolable, perfecta, justa. En esta ética
y en esta moral está la clave de todos los dolores, de todos los sufrimientos,
de todas las diferencias existentes.
En
la inferioridad, en la indignidad, en la vileza, en la torpeza de la naturaleza
humana generados por el orgullo y por el egoísmo, está la causa de todos los
males, y en la ascensión espiritual todo el remedio para sanarlos.
Volvamos
a la sociedad en que vivimos y su estructura económica típicamente hedonística.
La
ciencia económica, materialista, parte de la premisa hedonística, que en la
teoría socrática "del bien y de lo útil, de la prudencia..., produce,
entendida por la índole voluptuosa de Arístipo, el hedonismo, o la filosofía,
en cual toda la humana bienaventuranza se resuelve en el placer."
El
hedonismo es la "doctrina que considera que el placer individual e
inmediato es el único bien posible,
principio y fin de la vida moral".
Las
bases reales del fenómeno económico, están en la aplicación de la naturaleza
egoísta del capital en el campo de los negocios; que el mercado no es un
equilibrio de derechos, sino una medición de fuerzas para un estrangulamiento
recíproco; donde el hombre es una fiera invernada de civilización; donde la
ciencia (económica) que él estudia es la codificación del egoísmo, esto es, del
instinto más disgregador del conjunto social.
El
principio hedonístico es un principio anti-solidario, de disgregación que la
sociedad económica trae en sí como un insanable vicio de origen y que reaparece
en momentos de crisis, como la que pasamos en la actualidad. Egoísmo del
capital, del trabajo, del productor, del consumidor, egoísmo individual, de
clase, de nación (régimen proteccionista) etc.
Tal
fenómeno económico es la expresión de la ley del mínimo esfuerzo, tomando
siempre la forma de coacción.
En
esta estructura económica el equilibrio entre la oferta y la demanda es la
resultante de una lucha; la oferta de un producto no es otra cosa que la
exigencia de un precio; todo pasa a ser movido por la necesidad propia y no por
la conciencia de las necesidades recíprocas.
Se
demuestra su verdadera naturaleza: una estructura, un sistema económico y
social perenne de atritos, un equilibrio fatigante entre fuerzas contrarias
intentando suprimirse, agravadas por el peso del egoísmo.
No
nos podemos olvidar del principio "doy para que me den", donde el egoísmo
avanza triunfante, siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, en busca de
equilibrios nuevos, falsos, mas que conservan siempre su marca originaria, el
egoísmo destructor.
El
instinto hedonístico de gran porción de la sociedad, en su inconciencia de
todos los otros valores sociales, avanza pisando y destruyendo todo, siempre
que se realice a sí mismo; fuerza primitiva (instinto), brutal, y principio de
destrucción de la sociedad, a la cual se deben infinitas crisis y reveses.
Si
miremos bien lo que pasa a nuestro derredor y otras partes. Vemos que los
bienes, no siguen el camino de la necesidad; la riqueza es atraída por la
riqueza y huye de la pobreza. La psicología hedonística hace que el dinero
corra para donde no hay necesidad (véase los impuestos, la asignación de fondos
del Gobierno Central a los Distritos y
Municipios), y lo aparta de donde podría suavizar el dolor, proteger la
vida (salud, educación, seguridad). Todos se apartan del débil, del vencido,
del excluido y, mal una debilidad se manifieste, todo concurre para agravarla,
empujando la víctima para el declive de la ruina.
La
riqueza del Estado, la distribución de las verbas, difícilmente alcanza su
finalidad, que debería ser la de tornarse en un medio de vida y de mejoría,
para tornarse, como acontece, un medio de opresión, de corrupción, que absorbe
y destruye la vida, en lugar de fecundarla y erguirla.
El
siglo, que terminó, olvidó el Espíritu, para crear la ciencia mecánica,
materialista, formadora de toda nuestra estructura cultural. No en tanto, las
leyes de la vida, adormecidas por milenios, sufrieron un choque repentino, y
hoy están de acuerdo para impelernos en dirección a la nueva civilización del
tercer milenio.
Tal
civilización deberá tener como lema: Ama a tu prójimo como a ti mismo.
Para
poder vivenciar la nueva fase que se aproxima, recordemos que la vida es un
viaje, y nada más poseemos que nuestras obras.
A
toda hora se muere y a toda hora se renace, mas cada cual es siempre hijo de sí
mismo. La evolución, señalada por el movimiento del tiempo, no puede parar. De
la misma forma, no podemos parar la gran influencia, la gran atracción, que a
todo rige: el Amor.
Al
nivel de la materia se llama atracción y cohesión; al nivel de la energía,
impulso y transmisión; al nivel del espíritu, impulso de vida y ascensión.
Allan
Kardec, en "El Libro de los Espíritus", preg. 888-a, nos muestra
que todo se renueva cuando el Amor impera: "Amaos unos a los otros, es
toda la ley. El amor es la ley de atracción para los seres vivos y organizados,
y la atracción es la ley de amor para la materia inorgánica".
En
este final y comienzo de milenio estamos siendo llamados para las grandes
verdades del espíritu, donde cada ser vibrará y responderá, conforme a su
capacidad de vibrar y responder.
La
Doctrina de los Espíritus habla a nuestro corazón, a nuestra conciencia exhortándonos
a la elevación de nuestra conducta.
Sabemos
que los conceptos aquí expuestos se encuentran muy distanciados del mundo hecho
de mentiras y de desconfianzas, porque en el corazón de los hombres, y sus sistemas,
dominan el egoísmo y la violencia; no el bien, sino el mal.
No
obstante, podemos alertar que si no existe un principio ético y moral,
coordinador, para organizar la sociedad humana, ella se desagregará en el
embate de los egoísmos.
Estamos
en una curva de la historia, en la alborada de una civilización nueva.
No
se amedrenten los justos y los afligidos, que observan la algarabía humana que
acompaña la falsa gloria, la riqueza, el placer, porque, si con eso alguien
vence y goza por un momento, las leyes de la vida vigilan, están atentas…
Los
principios éticos y morales puros se corrompen y entonces adquieren valor de
mentira, que es el proceso de disgregación de los ideales.
Momentos
de dolores y angustias se avecinan en aquellos que de una misión hacen una
profesión y ponen el espíritu como base del poder humano; de aquellos que
mienten e inducen a la mentira; de aquellos que dando ejemplos de afortunada
injusticia, la proponen como norma de vida; de los religiosos y de las
religiones que no desempeñaron la función de preservar y salvar los valores
espirituales del mundo.
Para
terminar repetimos las palabras de aquel que debe ser el modelo para los seres
humanos:
"Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados".
"Bienaventurados los
que lloran porque serán consolados."Rubén Meira
e-mail: rubensmeira@zaz.com.br
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