Fernando Guedes de Mello
Alguien
le dijo: ‘Es que tu madre y tus hermanos están allí afuera y
quieren hablar contigo. Respondió él a quien lo informaba: ‘¿Quien
es mi madre y quienes son mis hermanos?’ Y extendiendo la mano
sobre los discípulos, dijo: ‘He aquí mi madre y mis hermanos.
Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en el
cielo, este es mi hermano, mi hermana y mi madre’ – Mt.12,47-50
Una
cosa es cierta: de la antropología que adoptemos dependerá la
teología que haremos. ¿Quienes somos? ¿De donde venimos? ¿Para
dónde vamos? Son preguntas que permanecen válidas, en el nuevo y en
el viejo paradigma. Nuestro modo de ver al hombre determinará
nuestro modo de ser en el mundo, incluido ahí el ser religioso.
Tocante las versiones materialistas del hombre, nos parece que hay
dos maneras de vernos existiendo en el mundo:
La
primera, más común a las religiones occidentales, nos ve como
“seres humanos que buscan una experiencia espiritual”. Deriva de
una visión creacionista del hombre y del mundo, en la cual nuestro
status humano queda establecido de una vez por todas. Prioriza nuestro linaje carnal, los lazos familiares, socialess, tribales y
nacionales, y tiende a oponerse a aquellos que con ellos no se
identifican. Es la principal responsable por las varias formulaciones
del viejo paradigma en teología.
La
segunda, más encontrada en las tradiciones orientales y
neoplatónicas, ve los hombres como “seres espirituales que pasan
por una experiencia humana”. Piensa el hombre en términos de una
conciencia en evolución en el universo. En esa perspectiva, podrían
existir otros seres evolucionados, más allá del homo
sapiens, en éste y en otros mundos,
que perdería así su condición de “rey de la creación”.
Más
discreta, ve nuestro linaje espiritual como prioritario, es poco dada
a la prominencia política y, a lo largo de los siglos, buscó
refugio en monasterios, escuelas y fraternidades secretas, para mejor
resguardar sus tesoros de sabiduría. Es del encuentro de esas
verdaderas tradiciones espirituales que podrá emerger un nuevo
paradigma en teología.
La
teoría de la evolución de las especies de Darwin tuvo el mérito de
ser pionera en ese campo, mas muchas de sus hipótesis están hoy
completamente superadas. Su principal falla fue tratar de explicar la
evolución como resultado de la “ley del más fuerte” o de una
“lucha por la sobrevivencia”, lo que sugiere una “competencia”
entre las especies. Ese enfoque acabó por contaminar otras esferas
que van desde el capitalismo más salvaje por la conquista de
mercados hasta la “lucha de clases”, defendida por Marx y Engels
como siendo la espuela propulsora para el comunismo. Hasta hoy el
mundo está pagando por ese error de perspectiva. Basta leer los
periódicos.
En
verdad, la evolución es fruto de la colaboración entre las
especies. En la época de Darwin todavía no había sido desarrollada
la noción de eco-sistemas como entramado de la vida planetaria. A las
formas de vida más complejas le corresponden niveles de conciencia
más elevados, según Teilhard de Chardin. Mas es la ampliación de
la conciencia que, según él, engendra organismos vivos cada vez más
versátiles, lo contrario de lo que imaginó Darwin. En la peor de
las hipótesis, se trataría de dos caras de la misma moneda. Debemos
a Teilhard haber “espiritualizado” la teoría de la evolución,
en lugar de simplemente negarla, como hacen los fundamentalistas del
viejo paradigma. No fue a ciegas que su obra quedó interdictada por
la Iglesia Católica, mientras vivió.
La
evolución continúa ocurriendo en las propias especies existentes.
Significativo es, por ejemplo, el fenómeno del “centésimo
macaco”, que es un experimento comprobado y no simple teoría. Más
recientemente, la experiencia de enseñar un lenguaje gestual,
semejante al de los sordo-mudos, a chimpancés. Lo más notable es el
hecho de que, después de enseñado, este fue transmitido por la
madre a los hijotes, formando una nueva cultura entre los chimpancés.
Al nivel humano, hay quien diga que una mutación genética podrá
dar origen a una nueva especie humana, el homo
sapiens sapiens. La verdad es que
Dios dispone aún de enormes recursos en su ingeniería genética,
mucho mayores de lo que supone nuestra vana filosofía…o religión.