sábado, 9 de agosto de 2014

ANTROPOLOGÍA

Fernando Guedes de Mello


Alguien le dijo: ‘Es que tu madre y tus hermanos están allí afuera y quieren hablar contigo. Respondió él a quien lo informaba: ‘¿Quien es mi madre y quienes son mis hermanos?’ Y extendiendo la mano sobre los discípulos, dijo: ‘He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, este es mi hermano, mi hermana y mi madre’ – Mt.12,47-50

Una cosa es cierta: de la antropología que adoptemos dependerá la teología que haremos. ¿Quienes somos? ¿De donde venimos? ¿Para dónde vamos? Son preguntas que permanecen válidas, en el nuevo y en el viejo paradigma. Nuestro modo de ver al hombre determinará nuestro modo de ser en el mundo, incluido ahí el ser religioso. Tocante las versiones materialistas del hombre, nos parece que hay dos maneras de vernos existiendo en el mundo:

La primera, más común a las religiones occidentales, nos ve como “seres humanos que buscan una experiencia espiritual”. Deriva de una visión creacionista del hombre y del mundo, en la cual nuestro status humano queda establecido de una vez por todas. Prioriza nuestro linaje carnal, los lazos familiares, socialess, tribales y nacionales, y tiende a oponerse a aquellos que con ellos no se identifican. Es la principal responsable por las varias formulaciones del viejo paradigma en teología.

La segunda, más encontrada en las tradiciones orientales y neoplatónicas, ve los hombres como “seres espirituales que pasan por una experiencia humana”. Piensa el hombre en términos de una conciencia en evolución en el universo. En esa perspectiva, podrían existir otros seres evolucionados, más allá del homo sapiens, en éste y en otros mundos, que perdería así su condición de “rey de la creación”.

Más discreta, ve nuestro linaje espiritual como prioritario, es poco dada a la prominencia política y, a lo largo de los siglos, buscó refugio en monasterios, escuelas y fraternidades secretas, para mejor resguardar sus tesoros de sabiduría. Es del encuentro de esas verdaderas tradiciones espirituales que podrá emerger un nuevo paradigma en teología.

La teoría de la evolución de las especies de Darwin tuvo el mérito de ser pionera en ese campo, mas muchas de sus hipótesis están hoy completamente superadas. Su principal falla fue tratar de explicar la evolución como resultado de la “ley del más fuerte” o de una “lucha por la sobrevivencia”, lo que sugiere una “competencia” entre las especies. Ese enfoque acabó por contaminar otras esferas que van desde el capitalismo más salvaje por la conquista de mercados hasta la “lucha de clases”, defendida por Marx y Engels como siendo la espuela propulsora para el comunismo. Hasta hoy el mundo está pagando por ese error de perspectiva. Basta leer los periódicos.

En verdad, la evolución es fruto de la colaboración entre las especies. En la época de Darwin todavía no había sido desarrollada la noción de eco-sistemas como entramado de la vida planetaria. A las formas de vida más complejas le corresponden niveles de conciencia más elevados, según Teilhard de Chardin. Mas es la ampliación de la conciencia que, según él, engendra organismos vivos cada vez más versátiles, lo contrario de lo que imaginó Darwin. En la peor de las hipótesis, se trataría de dos caras de la misma moneda. Debemos a Teilhard haber “espiritualizado” la teoría de la evolución, en lugar de simplemente negarla, como hacen los fundamentalistas del viejo paradigma. No fue a ciegas que su obra quedó interdictada por la Iglesia Católica, mientras vivió.

La evolución continúa ocurriendo en las propias especies existentes. Significativo es, por ejemplo, el fenómeno del “centésimo macaco”, que es un experimento comprobado y no simple teoría. Más recientemente, la experiencia de enseñar un lenguaje gestual, semejante al de los sordo-mudos, a chimpancés. Lo más notable es el hecho de que, después de enseñado, este fue transmitido por la madre a los hijotes, formando una nueva cultura entre los chimpancés. Al nivel humano, hay quien diga que una mutación genética podrá dar origen a una nueva especie humana, el homo sapiens sapiens. La verdad es que Dios dispone aún de enormes recursos en su ingeniería genética, mucho mayores de lo que supone nuestra vana filosofía…o religión.



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