Si
comprendiésemos mejor los mecanismos de la Ley de acción y reacción evitaríamos
infortunios, ambiciones y deshonras que, definitivamente, no estarían en
nuestro camino, seríamos más comedidos en todas las acciones diarias.
Precisamos reflexionar la Ley de causa y efecto con el máximo discernimiento, a
fin de concienciarnos sobre su imposición rígida y fatal, que ataca tanto
reparaciones chocantes, como gratificaciones sorprendentes, siempre, justas,
juiciosas y controladas, las cuales expresan la respuesta de la Naturaleza, o
de la Creación, contra la desarmonía constituida o sumisiones a los códigos
divinos en sus suaves aspectos.
“¡Cuán
severa y temible es la ley que rige los destinos de la Creación! Los hombres
terrenos precisan ser avisados de estas impresionantes verdades, a fin de que
mejor se conduzcan durante las obligatorias travesías de las existencias.”[1]
La Ley de acción y reacción o causa y efecto también popularizada como Ley del
“carma” [2], conocida desde las civilizaciones más antiguas.
Nadie
está sujeto al imperio aleatorio del “acaso”, pues este no existe. La
casualidad no tiene espacios en los diccionarios espíritas, por tanto no tiene
poder capaz de regir nuestros destinos. Es la Ley del “carma”, Ley de “causa y
efecto” o la Providencia divina, que todo ordena, corrige y actúa,
interfiriendo tanto en las dimensiones infinitésimales del microcosmo, como en
la inmensidad colosal del macro universo. Tal divino dictamen objetiva
exclusivamente administrar el mejoramiento incesante de todas las cosas y seres
que estructuran la armonía de la Ley del Creador.
La Ley de
causa y efecto tonifica la contabilidad divina con su saldo acreedor o deudor
para con nosotros. Las elevadas regulaciones del Padre demuestran que “la
sembradura es libre, más la cosecha obligatoria”, y “a cada uno será dado
conforme sus obras”, por tanto, no permiten excepciones a nadie, mas
ajustan las criaturas a la disciplina individual y colectiva, tan
necesarias para el equilibrio y armonía de la Humanidad.
El principal
medio de modificar para mejor el llamado “carma” o cuenta del destino creada
por nosotros mismos reside en el control de nuestros deseos, pensamientos,
palabras y acciones, pues, a medida que nos mejoramos, reduciremos o
modificaremos los débitos del pasado y crearemos un nuevo “carma” para el
futuro.
Sufrimos
tras la desencarnacion los resultados de todas las imperfecciones que no
conseguimos corregir en la vida física. La Ley divina instituye que felicidad y
desdicha sean reflejos naturales del grado de pureza o impureza moral. La
completa felicidad refleja la purificación completa del Espíritu, mientras la
imperfección causa sufrimiento y privación de la alegría Por tanto, toda
perfección alcanzada es fuente de gozo y atenuante de sufrimientos.
Por la
justicia de Dios sufrimos no apenas por el mal que hicimos más también por el
que dejamos de hacer en la Tierra o en el Más Allá del Túmulo. El sufrimiento
(expiación) varía según la naturaleza y gravedad de la falta, pudiendo la misma
falta producir expiaciones distintas, según las circunstancias, atenuantes o
agravantes, en que fuera cometida. Para la Codificación espírita no hay regla
absoluta ni uniforme en cuanto a la naturaleza y duración de la penalidad: - la
única ley general es que toda falta tendrá punición, y todo acto meritorio
tendrá gratificación, según su valor.
Con del
libre arbitrio somos siempre jueces del propio destino, pudiendo prolongar los
sufrimientos por la persistencia en el mal, o atenuarlo y hasta anularlos por
la práctica del bien. Uno de los mecanismos que suavizan el sufrimiento es la
contricción. Entretanto no nos basta el arrepentimiento, pues son
imprescindibles la expiación y la reparación. Allan Kardec explica lo
siguiente: “arrepentimiento, expiación y reparación constituyen las tres
condiciones necesarias para aplacar los coscuencas de un fallo y sus
implicaciones. El arrepentimiento suaviza los amargores de la expiación,
abriendo por la esperanza el camino de la rehabilitación; solo la reparación,
aún así, puede anular el efecto distrayéndole la causa. De lo contrario, el
perdón sería una gracia, no una anulación.”[3]
El
arrepentimiento puede darse por todas partes y en cualquier tiempo; si fuera
tarde, sin embargo, el culpable sufre por más tiempo. Hasta que los
últimos vestigios de la falta desaparezcan, la expiación consiste en los
sufrimientos físicos y morales que le son consecuentes, sea en la vida actual,
sea en la vida espiritual tras la muerte, o aún en la nueva existencia
corporal. La reparación consiste en hacer el bien aquellos a quien se había
hecho el mal. En que pese a la diversidad de géneros y grados de sufrimientos
de los Espíritus imperfectos, la Ley de Dios establece que el sufrimiento sea
inherente a la imperfección.
Toda
imperfección, así como toda falta de ella proveniente, trae consigo la propia
punición en las consecuencias naturales e inevitables. Siendo así, la molestia
pune los excesos y de la ociosidad nace el tedio, sin que sea menester de una
condena especial para cada falta o individuo. Pudiendo todo hombre liberarse de
las imperfecciones por efecto de la voluntad, puede igualmente anular los males
consecutivos y asegurar la futura felicidad. A cada uno según sus obras, en el
Cielo como en la Tierra: - tal es la ley de Justicia Divina. [4]
Referencias
bibliográficas:
[1] Pereira,
Ivvone. Dramas de la Obsesión, dictado por el espíritu Bezerra de Menezes, RJ:
Ed. FEB, 2004
[2]
Expresión hinduísta expresando el efecto que nuestas accciones generan en el
futuro (tanto en esta como en otras encarnaciones)
[3] Kardec,
Allan. El Cielo y el Infierno, Las penas futuras según el espiritismo, sección:
código penal de la vida futura, RJ: Ed. FEB 1977
[4] Idem
Traducido
por: Mercedes Cruz Reyes
Madrid/España