Final
del 1er capítulo: “Fundamentos Científicos de la Concepción Neo
Espiritista de la Vida y de la Historia”
Hasta
mediados del siglo pasado, el Espiritismo no formó un cuerpo de
doctrina. Los elementos de esta profunda ciencia del espíritu, lo
mismo en lo que se refiere a los fenómenos que a los conceptos
filosóficos, se hallaban dispersos por todos los pueblos de la
tierra y se encuentran en todas las épocas de la historia mezclados
con las más diversas creencias y prácticas religiosas. Las personas
dotadas de facultades mediúmnicas fueron consideradas una veces como
dioses o adivinos, otras como demoníacos, brujos o hechiceros. Las
prácticas fueron del dominio esotérico de las religiones, y por eso
que, en algunos casos, todavía conservan ese sello de misticismo y
de superstición del que aún el Espiritismo no se ha podido
desprender, no obstante los adelantos de la ciencia y de la crítica
razonada. Los fenómenos fueron aceptados sin clasificación ni
orden, tomando las manifestaciones anímicas por revelaciones
espíritas o éstas por aquellas y, muchas veces, la charlatanería y
la sofisticación, por la verdad. Y no es extraño que haya todavía
muchas personas que crean firmemente que todo lo que sale por la boca
de un médium es manifestación genuina del más allá.
Si
esto sucedió con los fenómenos, ¿qué podía esperarse de la
teoría? Esta adoleció y adolece aún de análogos defectos,
defectos de interpretación y, por ende, de uniformidad filosófica e
ideológica, debido todo ello, a la influencia de las religiones, al
carácter de revelación providencial, de infalibilidad, o de
superioridad que, la gente sencilla o ignorante, atribuye a las
comunicaciones espíritas, ir a esa tendencia al sincretismo que todo
lo quiere conciliar - aún los absurdos religiosos más grandes, con
los hechos y conceptos más claros y verdaderos, - tendencia que se
nota en casi todos los autores clásicos y no en pocos modernos, que
aún viven pegados a la roca de los prejuicios de la vieja
escolástica. De ahí que el Espiritismo, como filosofía, resulte
una doctrina heterogénea y, en algunos casos contradictoria, cuyos
principios y preceptos difieren entre sí, a tal punto que originan
dos corrientes opuestas: una religiosa y conservadora, la otra
racionalista ir revolucionaria, que hoy se manifiestan
pronunciadamente.
En
1857, Hipólito Denizar Rivail, (Allan Kardec), espíritu observador
y de una penetración poco común, examinó, compiló y clasificó
los hechos, formuló la teoría y estableció la nomenclatura
espírita, creando un vocabulario con el cual expresó los hechos y
los conceptos doctrinarios que de ellos se desprenden. Pero la
doctrina de Kardec y de sus colaboradores, con ser verdadera en sus
principios fundamentales, no pudo traspasar los límites de su época
ni romper por completo con los moldes religiosos a los cuales se
ajustó. Kardec buscó conciliar el Espiritismo, por un lado, con la
ciencia, por otro, con las religiones, usando métodos,
procedimientos de lógica, formas de pensamiento y de lenguaje
propios de los dos. Esto pudo ser conveniente en su tiempo, en que la
fe religiosa, a falta de una mejor comprensión de los fenómenos
espiritistas y del carácter de revelación que se les atribuía,
desempeñaban un papel primordial en el ánimo de los creyentes, no
así en el de los que buscaban la verdad por la experiencia y el
razonamiento, aún sabiéndola posible y demostrable. Por otra parte,
la creencia en la supervivencia del espíritu no había sido
desalojada aún de la ciencia por el positivismo y por el
materialismo. Hoy las exigencias del espíritu científico y
filosófico, que abarcan horizontes más amplios no se satisfacen con
los expedientes religiosos y morales de San Luis, de San Agustín, o
de cualquier otro santo filósofo o teólogo, ni con versículos,
preceptos o parábolas extraídas de la Biblia.
La
concepción moderna del Espiritismo ha venido elaborándose con la
experiencia de los hechos, no sólo en el terreno de la psicología
experimental, en el fenomenismo metapsíquico y espírita – que le
sirve de base fundamental – sino también abonando este terreno con
la contribución de las demás ciencias físicas y naturales y con
las reflexiones filosóficas que
éstas
sugieren.
En
una palabra, podemos afirmar que el Espiritismo, durante el proceso
de su evolución, estaba gestándose en la conciencia y en la mente
de los hombres que lo habían de elevar a una nueva concepción
científica y filosófica, estaba formando la nueva dialéctica
espiritualista ajustada a los hechos de la psicología moderna y de
la concepción espiritista, dínamo-genética, de la vida y de la
historia.
Nuevos
tiempos, nuevos hombres, nuevas concepciones del universo, nuevas
ideologías y nuevas formas a las ideas.
El
signo de progreso evidente del Espiritismo, en la actualidad, es su
grandiosa concepción dialéctica, cuyos elementos fundamentales
exponemos en esta obra, como asimismo el enriquecimiento de su
terminología, que ha sufrido una sensible renovación y ha sido
aumentada considerablemente con neologismos apropiados, necesarios
para la comprensión y debida clasificación de los hechos y de las
ideas y conceptos.
No
hay ciencia ni filosofía que, en el curso de su evolución, no sufra
modificaciones, que no cambie en alguno de sus conceptos y en los
términos del conocimiento, a medida que éste se, hace más
extensivo, más claro, más comprensible, más ajustado a la verdad
esencial que encarnan los hechos o fenómenos estudiados.
La
concepción dialéctica y su lógica científica ponen de manifiesto
la renovación y avance del Espiritismo despojándolo de todo
elemento ajeno a su contenido científico y filosófico y reafirmando
uno de los más hermosos principios de su doctrina: El Espiritismo,
marchando de acuerdo con los progresos de la ciencia, no tiene nada
que temer.
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