Hay en el alma humana una impronta de
Dios, un Arquetipo, del que brota una fuerza poderosa que necesita
ser expresada. No podría ser de otra manera ya que la evolución se
realiza mediante la interacción de condiciones externas con los
instrumentos del espíritu y sus potencialidades latentes.
Somos criaturas conscientes pero
limitadas que formamos parte de un todo sumamente complejo que nos
informa, fundamentalmente desde niveles inconscientes, por eso, dado
que esa impronta está arraigada y emerge desde una base en extremo
profunda y vital no se la puede expresar acabadamente a través de la
racionalidad sino a través de símbolos, ritos y mitos. Todos ellos
son intentos de reproducir en superficie lo que palpita en el fondo.
Esta expresión de lo sagrado ha tenido
en la humanidad un largo camino evolutivo y diferencias culturales.
Hacia el 2.500 a.c. aproximadamente,
finalizó un período de desarrollo con características comunes en
todas las altas culturas existentes en el planeta, de aquí en más
cada una de ellas, habiendo ya alcanzado madurez, continuó un camino
de diferenciación creciente. No solo se delinearon dos formas
diferentes de concebir lo sagrado, también se configuraron dos
psicologías distintas: la de oriente y la de occidente.
Durante la etapa de desarrollo común,
en los albores de la civilización, el arquetipo de lo sagrado, este
contenido “numinoso” del alma, se expresó en primer lugar como
ASOMBRO frente a la fuerza y misterio de la vida.
Los restos arqueológicos de la etapa
pre-histórica y los relatos míticos después, ponen de manifiesto
que esa fue la emoción predominante. Hay cientos de miles de
estatuillas femeninas que representan la fertilidad e incluso la
planta de los templos tenían forma de útero. La percepción de la
vida no estaba aún obstaculizada por racionalizaciones por lo que el
cosmos seguramente se captaba con toda su fuerza haciendo un impacto
fundamental en el alma humana.
La vida se experimentaba como un todo,
incluso la vida social participaba del cosmos.
En los rituales con reyes y
sacerdotisas, se reproducían los ciclos de nacimiento y muerte que
veían en la naturaleza. El rey representaba a la comunidad y la
sacerdotisa a los dioses y lo sagrado. Que ambos fueran sacrificados,
y en alguna etapa lo fueron con toda su familia y sirvientes, pone de
manifiesto lo que antes dijimos: la intensidad con la que se captaban
las leyes de la naturaleza y a la vez, la necesidad de expresar la
pertenencia al cosmos y de garantizar con el rito su continuidad.
Esta visión de la vida determinó
necesariamente que la dirección de la cultura estuviera en manos de los sacerdotes.
Ellos descifraban el misterio, lo interpretaban, establecían los rituales y construían
los símbolos.
En esta tarea por comprender el
movimiento de la vida se dieron los primeros pasos de civilización:
desarrollaron la escritura y un calendario matemático, y se dieron
los lineamientos de una organización social cada vez más compleja
que requería fuertes vínculos y una alta organización, único
camino posible para garantizar la supervivencia de la comunidad.
El segundo motivo que aparece como
expresión religiosa es la SALVACION, los relatos evidencian una
necesidad de redención o liberación de una condición humana que
comienza a experimentarse como limitada e incompleta.
Es a partir de aquí que se inicia el
proceso de diferenciación cultural.
Para Occidente y Cercano Oriente esta
etapa de diferenciación se la puede denominar de DISOCIACION MITICA
ya que en el área cultural de la región Mesopotámica situada entre
los ríos Tigris y Eufrates (actualmente atraviesan Irán e Irak), el
Asombro fue lesionado por las condiciones geográficas y sociales
reinantes y se instaló para siempre la disociación del orden humano
y el divino y la necesidad de Salvación.
Resulta fundamental destacar aquí que
esta es el área cultural en la que nacieron y se nutrieron el
Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo.
La primer civilización de la
Mesopotamia, estaba conformada por un conjunto de ciudades estados
independientes. Estos focos de cultura, eran permanentemente
asediadas por tribus nómades de los desiertos que rodean la fértil
región, en busca del trigo que se almacenaban en sus templos. Y
continúo siendo una región de choques permanentes entre grupos
étnicos y pueblos con tradiciones completamente distintas. A esta
dificultad con los pueblos del desierto se sumaban las rivalidades
entre las diferentes ciudades que se disputan el predominio en la
región.
Por otra parte, la geografía y las
condiciones climáticas eran sumamente agresivas , las crecidas de
los ríos Tígris y Eufrates no eran regulares por eso mismo eran
sorpresivas e incontrolables o bien requerían esfuerzos titánicos
para soportar sus embates sin sufrir severos daños, las tormentas
también era fuertes e imprevisibles.
Estas condiciones sociales y
geográficas determinaron, necesariamente, un modo particular de
concebir la vida, y profundizaron el desarrollo de la cultura
material. La vigilancia de la naturaleza condujo al desarrollo de la
astronomía, a la interpretación de condiciones meteorológicas, y
de las técnicas de adivinación. En lo social y político condujo a
la formación de gobiernos cada vez más fuertes y a la redacción
del primer códigos civil que se conoce, en el que está establecido
con sumo
detalle la Ley del Talión.
Por otra parte, se pasó de una
concepción vegetal y femenina de la vida, vinculada a los ciclos
lunares, a una concepción solar, masculina y combativa. La vida ya
no era concebida como un orden de ciclos vitales que se suceden y son
complementarios a la vez, sino que se impuso una concepción
progresiva donde la luz solar siempre es victoriosa en una lucha con
la sombra.
Fue así como la concepción sacerdotal
de las primeras etapas, de un orden sagrado que se expresaba
matemáticamente en un ordenamiento cósmico perfecto fue oscurecida
por una concepción antropomórfica de los poderes que mueven el
mundo, en permanente lucha y competencia. Los relatos míticos de
Mesopotamia como sus ritos ponen de manifiesto una gran inseguridad,
temor y angustia, por lo que es válido suponer que la condición
humana era experimentada con un sentido trágico.
La vida de los seres humanos ya no se
desenvolvía dentro de un orden divino de armonía y perfección, que
se expresaba en cada hecho de la naturaleza y en la vida social misma
sino que, por el contrario, se había producido una terrible ruptura
entre el orden humano y el divino.
La ruptura con lo divino generó un
sentimiento de ansiedad por la pérdida, un corrosivo sentimiento de
culpa y el anhelo de retorno. Los textos de las cultura que se
sucedieron en la región, incluida la Biblia, relatan las sucesivas
pérdidas y recuperación del favor divino, y los muestran como niños
que tratan de ganarse el favor de su padre. Asimismo el Job Bíblico
tienen fuertes antecedentes
en relatos de pueblos anteriores
Judios, cristianos y musulmanes han necesitado compulsivamente una
alianza o un pacto con Dios que implicara un reconocimiento para
ellos, con él que se pudiera restablecer la unidad y que los redima
a la vez de una condición de pecado.
Cada una de las tres a su tiempo se
consideró a si misma como la elegida para la implantación en el
mundo del orden de Dios.
En las culturas que fueron modeladas
por estas tres religiones reina la tensión y la dualidad (cuerpo y
alma, cielo y tierra, vida y muerte, Dios y Humanos) predominó un
sentimiento de exilio y carencia, culpa y pecado. El mundo no es
manifestación de lo divino sino territorio de conflicto.
La imagen mitológica del nacimiento
del primer humano es común en todas las mitologías del mundo, pero
la forma en la que aparece a la vida muestra la profunda diferencia
entre la concepción de las religiones de occidente y las de oriente,
especialmente la hindú.
En la Biblia, Dios es trascendente al
Hombre, son entidades separadas desde el primer momento. A tal punto
que la mujer es creada de una costilla de Adán, el primer hombre. Y
la presencia de ambos en el mundo que conocemos es producto de un
error que no debería haber ocurrido: la desobediencia y posterior
expulsión del paraíso. Por el contrario en la versión hindú,
Dios, ser sumamente creativo y dinámico produjo en un despliegue de
su propia esencia todo lo que existe, todo lo que vive es por lo
tanto de naturaleza divina. Dios es Inmanente.
En el mundo hindú la separación de
los seres humanos de su fuente no es más que una ilusión de los
sentidos que se genera en la condición de tres dimensiones en la que
la vida de los humanos parece estar atrapada. Solo se requiere una
reorientación mental y psicológica por la cual, la mente que conoce
restablece el vínculo con lo divino.
Ello es posible mediante un instrumento
por cierto milenario: el YOGA. El término significa “vincular, enlazar o unir”
y podría considerarse que equivale al término religión. En la India y en todas las doctrinas
que nacieron en su seno como el Budismo, el “ego” resultado inmediato de la ilusión de
los sentidos, debe ser disuelto porque es el principio de una ilusión, la ilusión de
separación.
El Taoísmo (China) sería una posición
intermedia entres estas dos concepciones.
El diagrama del Yin/Yang representa el
misterio de un todo que contiene en si mismo los miles de seres. Pero
si bien esta es una concepción muy próxima a la India, ya que todo
está contenido y no separado, no consideran que este mundo de tres
dimensiones deba ser eludido como engañoso. Este mundo, tal como se
manifiesta, forma parte de lo divino por lo tanto la tarea sería
identificar las leyes que gobiernan la vida en general y la mente en
particular y dejarse llevar por ellas, vivir en sintonía con ellas.
El objetivo es por tanto experimentar a la vez las imágenes
ilusorias de la tercera dimensión y la serenidad del yo profundo
enraizado en lo divino.
En una era de intercambios culturales
tan notorios como los que vivimos el impulso evolutivo es de
superación de las propias metáforas hacia una síntesis mayor que
incluya nuevos elementos que oxigenen las viejas concepciones. Esta
posibilidad es para mirar, mirarse y comparar, no para combatir o
desacreditar sino para mejorar, compartir, y disfrutar en paz de un
mundo diverso, rico, colorido y pleno de matices.
Mónica Maggi
Sobre el libro “Las Máscaras de
Dios”
de Joseph Campbel (tomo Mitología
oriental)
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