Moisés, venerado por su fidelidad y justicia, manifestaba estar representando a Dios, y sin embargo no titubeaba al resolver dominado por la ira.
Josué presumía proclamar su grandeza con banderas sangrientas, mientras sometía a poblaciones indefensas más allá del Jordán.
David suponía dignificarlo cuando conquistó la colina de Sión a costa del llanto de las viudas y de los huérfanos.
Salomón creía reverenciarlo al dedicar las existencias de gran cantidad de servidores a la construcción del famosos templo que, edificado con los más caros y lujosos materiales, perpetúa hasta hoy su memoria.
Y todos nosotros, durante sucesivas reencarnaciones, hemos pretendido honrar la fe en Dios, fomentando guerras y expoliando a nuestros semejantes en momentos culminantes de fanatismo y desenfreno posesivos por el oro.
El Espiritismo, sin embargo, nos muestra a Jesús abrazando el servicio espontáneo a la humanidad, a la vez que como el modelo más puro y fiel de la misma.
Aunque libre, se transformó en servidor de la comunidad, llevando la más inmediata ayuda a los que estaban ubicados en los últimos grados de la escala social.
Sin haber formulado ningún juramento que lo obligase a tratar con los enfermos, amparó a los dolientes con extrema dedicación.
No vestía la toga de juez, pero patrocinó la causa de los desherederados.
Divorciado de todo compromiso como padre de familia, llamó hacia él a los niños.
Desvinculado de los círculos políticos, enseñó el repeto a las autoridades constituidas.
Profundamnete sincero, era humilde en grado máximo con los ignorantes; mas fue humilde y también sincero, tanto como se puede ser con aquellos que conociendo sus propios deberes frente a los preceptos divinos, no los respetan ni los cumplen.
Pasó por el mundo bendiciendo y consolando, esclareciendo y sirviendo, pero prefirió morir antes que violar el mandato de amor y verdad que lo ligaba a los designios del Padre Eterno.
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Para
nosotros, encarnados o desencarnados, ya sea con la luz de la Doctrina
Espírita o bien carente de ella, es importante el examen periódico de
nuestros testimonios personales de la espiritualidad en nuestra vida
cotidiana, pues de tal manera lograremos discernir qué viene a ser la fe
en Dios en nosotros y la fe en el Maestro a quien decimos honrar.
EMMANUEL, Guía Espiritual de Chico Xavier.
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