REVISTA ESPIRITA – Correspondencia – Carta del Dr.
Morhéry, págs. 50-52.
Loudéac, 20 de diciembre de 1858.
Sr. Allan Kardec,
Me congratulo por haberme puesto en
contacto con vos para el género de estudio al cual nos entregamos mutuamente. Hace
más de veinte años que me ocupo de una obra que debería intitularse: Estudio
sobre los Gérmenes. Esta obra debía ser especialmente fisiológica; sin embargo,
mi intención era demostrar la insuficiencia del sistema de Bichat, que no
admite sino la vida orgánica y la vida de relación. Yo quería probar que existe
un tercer modo de existencia que sobrevive a los otros dos, en estado no
orgánico. Este tercer modo no es otro que el de la vida anímica o espírita,
como la llamáis. En una palabra, es el germen primitivo que engendra a los dos
otros modos de existencia: el orgánico y el de relación. También quería
demostrar que los gérmenes son de naturaleza fluídica, biodinámicos, que se
atraen, que son indestructibles, autógenos y en número definido, ya sea en
nuestro planeta como en todos los medios circunscritos. Cuando apareció Terre
et Ciel, de Jean Reynaud, fui obligado a modificar mis convicciones. Reconocí
que mi sistema era demasiado limitado, y admití con él que los astros, por el
intercambio de electricidad que pueden establecer recíprocamente, deben
necesariamente –por esas diversas corrientes eléctricas– favorecer la
transmigración de los gérmenes o Espíritus de la misma naturaleza fluídica.
Cuando se habló de las mesas
giratorias, en seguida me entregué a esta práctica y conseguí resultados tales
que no tuve más ninguna duda sobre esas manifestaciones. Luego comprendí que
había llegado el momento en que el mundo invisible iba a volverse visible y
tangible y que, desde entonces, marchábamos hacia una revolución sin
precedentes en las Ciencias y en la Filosofía. Sin embargo, yo estaba lejos de esperar
que un periódico espírita pudiera establecerse tan rápido y mantenerse en
Francia. Hoy, Sr., gracias a vuestra perseverancia, es un hecho adquirido, y
este hecho es de un gran alcance. Estoy lejos de creer que las dificultades
estén vencidas; encontraréis bastantes obstáculos y sufriréis muchas injurias,
pero al final de cuentas, la verdad se abrirá Textos extraídos de las Obras de
Allan Kardec paso; se llegará a reconocer la exactitud de la observación de nuestro
célebre profesor Gay-Lussac, que nos decía en su Curso, con respecto a los
cuerpos imponderables e invisibles, que estas expresiones eran inexactas, y que
solamente constataban nuestra impotencia en el estado actual de la Ciencia;
agregó que sería más lógico llamarlos no ponderosos. Sucede lo mismo con la
visibilidad y la tangibilidad; lo que no es visible para uno, lo es para otro, incluso
a simple vista, como por ejemplo: los sensitivos; en fin, la audición, el
olfato y el gusto –que no son más que modificaciones de la propiedad tangible–
son nulos en el hombre en comparación con los del perro, con los del águila y
con los de diversos animales. Por lo tanto, nada hay de absoluto en esas
propiedades que se multiplican según los organismos. Nada hay de invisible, de
intangible, de imponderable: todo puede ser visto, tocado o pesado cuando nuestros
órganos – que son nuestros primeros y más preciosos instrumentos – se vuelvan
más sutiles.
A tantas experiencias a las que ya habéis recurrido para constatar
nuestro tercer modo de existencia (la vida espírita), os pido que agreguéis la
siguiente: tened a bien magnetizar a un ciego de nacimiento, y en el estado
sonambúlico dirigidle una serie de preguntas sobre las formas y los colores. Si
el sensitivo es lúcido, os probará de una manera perentoria que sobre esas
cosas tiene conocimientos que sólo podría haber
adquirido en una o en varias existencias anteriores.
Termino, Sr., rogando que aceptéis
mis más sinceras felicitaciones por el género de estudios al cual os
consagráis. Como nunca he tenido miedo de manifestar mis opiniones, podéis
incluir mi carta en vuestra Revista, si así lo juzgáis de utilidad.
Vuestro servidor muy devoto,
MORHÉRY, Doctor en Medicina.
Nota – Nos sentimos muy felices con la autorización que el Dr.
Morhéry consintió en darnos para publicar su notable carta que acabamos de
leer. La misma prueba que, al lado del hombre de Ciencia, en él existe el
hombre juicioso que ve algo más allá de nuestras sensaciones y que sabe hacer
el sacrificio de sus opiniones personales en presencia de la evidencia. En él
la convicción no es una fe ciega, sino razonada; es la deducción lógica del
sabio que no cree saberlo todo.
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