lunes, 26 de mayo de 2014

MI AMIGO EL ESPÍRITA


 Carlos Drumond de Andrade

En de fin de semana de placer, en el final de enero, para huir de un carnaval fuera de época, que tumultúa el tránsito de nuestra ciudad, además del barullo insoportable en horario no permitido, fuimos a Salgadiño, en el Estado de Pernambuco, un minúsculo municipio, donde una agua mineral vierte a más de 30º C de temperatura. Por sus propie­dades medicinales, muchas personas con problemas de reumatismo, derrame cerebral, alergias, etc., van allí en busca del baño curativo.

A falta de programa, además de las piscinas, no había otra cosa  que el chismorreo o las conversaciones al respecto de nada. Pero al final, mucha conversación buena aconteció. Se habló de la vida, de literatura, de religión y de la lluvia, la cual no faltó  por aquellos ideas. Como los políti­cos no cuidan de la transposición de las aguas del río San Francisco para las regiones de sequía, se propuso de Dios resolvieron soplar las nubes de la Patagonia empujándolas para el Brasil, haciendo llover en el país entero. ¡Quien sabe, si bajo el comando del propio San Francisco!

Entre las conversas, hablé con un pernambucano de 77 años, médico y militar reformado, que presentaba leves señas de AVC, lo que podía ser visto por la boca ligeramente torcida, aunque se veía físicamente bien. Preguntó se yo era espírita. Ignoré el motivo de la pregunta y tampoco  tuve interés en saberlo.

Delante de mi respuesta afirmativa, se confesó que había sido espírita y que aplicaba pases y fungía de monitor en un Centro en Recife. Pero había desistido, pues nunca había aceptado esa historia de la reencar­nación y, menos aún, la comunicación de los espíritus por la acción de los médiums. Si los espíritus realmente “bajaban”, ¿por qué nunca “bajaron” en él?, fue su conclusión.

Oí por algún tiempo sus afirmaciones. Citó pasajes del Evangelio de Jesús y disparó “Muchos serán los llamados y pocos los escogidos.” ¿Por qué yo no fui un escogido?

Tras oírlo desafiar el Nuevo Testamento en diferentes fascículos y versí­culos, le pregunté: ¿Mas Jesús no dijo a Tomás “tu viste y no creíste; bien-aventurados los que no vieron y creyeran?”

Cuando me fue dada la oportunidad de argumentar, sin la intención de proselitismo ni la de recuperar para el rebaño espírita la oveja descarriada, completé: — Mi amigo, yo no soy espírita porque soy médium con alguna tarea definida, ni porque vea, escuche o sienta la presencia de los espíritus. No creo en la reencarnación porque tuve pruebas. Creo en la reencarnación no por fe, mas por buen sentido. Es así la fe espírita. Se fundamenta en el raciocinio. Para que yo respete a Dios como la infinita misericordia, el Creador soberanamente justo y bueno, yo no puedo admitir una humani­dad tan heterogénea sin que haya una justa razón para que así sea. Por lógica, no acepto que uno sea creado ángel y otro perverso. Sería una parcialidad que no combina con Dios. Defiendo, inclusive, que Judas Iscariote no reencarnó para traicionar a Jesús. Lo traicionó porque quiso, resultado de su libre-albedrío ligado a la ganancia.

Le digo más: Hay un joven que trabaja en nuestro predio comercial, un evangélico de la Asamblea de Dios. En cada momento de descanso él está de Biblia en mano. Es un bello cristiano, honesto y trabajador. A veces él me hace preguntas, porque la doctrina de la salvación por la fe y por la sangre de Jesús está desprovista de lógica. No resiste al menor examen a la luz del buen sentido.

Cierta vez él argumentó: “Pero si es como el señor dice que existe reencarnación para sufrir y pagar por los errores, ¿qué adelantó que Jesús muriera por nosotros?”

Explicamos al joven que no reencarnamos para pagar nada, ni para sufrir por los errores cometidos. Renacemos para aprender lo que no quisimos o no pudimos, por faltarnos entendimiento en las encarnaciones anteriores. Muchas veces la experiencia llega a doler. Mas no porque Dios imponga el dolor. Duele porque el hombre continúa sin condiciones de aceptar la necesidad del aprendizaje. Se guía por el orgullo y el dolor es el resultado de su inconformidad, lo que denota su falta de fe.

En cuanto a Jesús haber muerto por nosotros, no es verdad. Jesús nos ofreció su vida, no su muerte. Dejó las altas esferas donde vivía y vive por méritos propios, para sumergirse en este valle de lágrimas trayéndonos Sus lecciones de amor. Enseñó reglas de buen vivir, para que fuésemos felices. Vino para vivir entre nosotros, no para morir. Nosotros fuimos lo que, ingratos como siempre fuimos y aún somos, matamos a Jesús, sin piedad. Mandamos al Mesías manso y bueno para la cruz y liberamos al malhechor Barrabás. Había el indulto de la Pascua y el tribunal ofreció al pueblo el derecho de liberar uno de los condenados. El pueblo, que siempre escoge mal, dio la libertad al bandido y condenó a muerte al ser más amoroso que el planeta conoció.

El paso de Jesús por la Tierra no debería ser recordado por el cruel suplicio de la cruz, mas por las parábolas, por las enseñanzas dadas por diferentes medios, por Su ejemplo personal de amor por los hombres, soportando los enfermos del  alma, los imperfectos, los de conciencia pesada, diciendo que los dolientes son los  que precisaban de los médicos. No juzgó y decía que el que juzga será juzgado con el mismo rigor que juzga. Fueron lecciones mucho más importantes que las curas que realizó. Él no vino para curar los cuerpos, sino las almas.

Paulo de Tarso, al hablar de la salvación por la fe, diciendo que fuimos salvos por la sangre de Jesús, fue mal interpretado, o se expreso equivo­cadamente, y las doctrinas que lo siguen ciegamente divulgan que ya estamos todos con el paraíso garantizado. ¿Por qué alguien se va a esforzar para ser bueno, honesto, trabajador si, a pesar de sus fallas, ya está salvo? ¡Es un sacrificio innecesario!

Aquel señor que encontramos en Salgadillo confesó que prefirió dejar el Espiritismo a engañarse a sí mismo. Si en su corazón la doctrina no tenía sentido, era mejor dejarla. Concordamos con la coherencia de su racio­cinio. La preocupación, sin embargo, es como alguien en esas condicio­nes llegó a ser pasista y monitor en reuniones de desobsesión. ¡Qué poca preparación tenía el dirigente de los trabajos para aceptar un colaborador como ese! ¡Cuántos otros espíritas existen en esas condiciones!

Por eso, siempre enfatizamos que lo más importante dentro de un Centro Espírita es el estudio. Sin éste de nada adelantan los pases, las curas, las charlas, porque nada edifican. Cuantos trabajos son hechos por personas que “creen” que son espíritas. Encuentran que Kardec tiene razón, que es posible que existan los espíritus, que la reencarnación es viable, entre muchas otras cosas que ellos creen.

Allán Kardec, seguidor del catolicismo, sólo decidió codificar y divulgar el Espiritismo después que, orientado por su buen sentido, concluyó que se trataba de una doctrina seria, lógica y verdadera. Nadie puede ser espírita basado en la insensatez y en la duda.

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