Carlos Drumond de Andrade
En de fin de semana de placer, en el final de enero, para huir de un
carnaval fuera de época, que tumultúa el tránsito de nuestra ciudad, además del
barullo insoportable en horario no permitido, fuimos a Salgadiño, en el Estado
de Pernambuco, un minúsculo municipio, donde una agua mineral vierte a más de
30º C de temperatura. Por sus propiedades medicinales, muchas personas con
problemas de reumatismo, derrame cerebral, alergias, etc., van allí en busca
del baño curativo.
A falta de programa, además de las piscinas, no había otra cosa que el chismorreo o las conversaciones
al respecto de nada. Pero al final, mucha conversación buena aconteció. Se
habló de la vida, de literatura, de religión y de la lluvia, la cual no
faltó por aquellos ideas. Como los
políticos no cuidan de la transposición de las aguas del río San Francisco
para las regiones de sequía, se propuso de Dios resolvieron soplar las nubes de
la Patagonia empujándolas para el Brasil, haciendo llover en el país entero.
¡Quien sabe, si bajo el comando del propio San Francisco!
Entre las conversas, hablé con un pernambucano de 77 años, médico y
militar reformado, que presentaba leves señas de AVC, lo que podía ser visto
por la boca ligeramente torcida, aunque se veía físicamente bien. Preguntó se
yo era espírita. Ignoré el motivo de la pregunta y tampoco tuve interés en saberlo.
Delante de mi respuesta afirmativa, se confesó que había sido espírita
y que aplicaba pases y fungía de monitor en un Centro en Recife. Pero había
desistido, pues nunca había aceptado esa historia de la reencarnación y, menos
aún, la comunicación de los espíritus por la acción de los médiums. Si los
espíritus realmente “bajaban”, ¿por qué nunca “bajaron” en él?, fue su
conclusión.
Oí por algún tiempo sus afirmaciones. Citó pasajes del Evangelio de
Jesús y disparó “Muchos serán los llamados y pocos los escogidos.” ¿Por qué yo
no fui un escogido?
Tras oírlo desafiar el Nuevo Testamento en diferentes fascículos y
versículos, le pregunté: ¿Mas Jesús no dijo a Tomás “tu viste y no creíste;
bien-aventurados los que no vieron y creyeran?”
Cuando me fue dada la oportunidad de argumentar, sin la intención de
proselitismo ni la de recuperar para el rebaño espírita la oveja descarriada,
completé: — Mi amigo, yo no soy espírita porque soy médium con alguna tarea
definida, ni porque vea, escuche o sienta la presencia de los espíritus. No
creo en la reencarnación porque tuve pruebas. Creo en la reencarnación no por
fe, mas por buen sentido. Es así la fe espírita. Se fundamenta en el
raciocinio. Para que yo respete a Dios como la infinita misericordia, el
Creador soberanamente justo y bueno, yo no puedo admitir una humanidad tan
heterogénea sin que haya una justa razón para que así sea. Por lógica, no
acepto que uno sea creado ángel y otro perverso. Sería una parcialidad que no
combina con Dios. Defiendo, inclusive, que Judas Iscariote no reencarnó para
traicionar a Jesús. Lo traicionó porque quiso, resultado de su libre-albedrío
ligado a la ganancia.
Le digo más: Hay un joven que trabaja en nuestro predio comercial, un
evangélico de la Asamblea de Dios. En cada momento de descanso él está de
Biblia en mano. Es un bello cristiano, honesto y trabajador. A veces él me hace
preguntas, porque la doctrina de la salvación por la fe y por la sangre de
Jesús está desprovista de lógica. No resiste al menor examen a la luz del buen
sentido.
Cierta vez él argumentó: “Pero si es como el señor dice que existe
reencarnación para sufrir y pagar por los errores, ¿qué adelantó que Jesús
muriera por nosotros?”
Explicamos al joven que no reencarnamos para pagar nada, ni para
sufrir por los errores cometidos. Renacemos para aprender lo que no quisimos o
no pudimos, por faltarnos entendimiento en las encarnaciones anteriores. Muchas
veces la experiencia llega a doler. Mas no porque Dios imponga el dolor. Duele
porque el hombre continúa sin condiciones de aceptar la necesidad del
aprendizaje. Se guía por el orgullo y el dolor es el resultado de su
inconformidad, lo que denota su falta de fe.
En cuanto a Jesús haber muerto por nosotros, no es verdad. Jesús nos
ofreció su vida, no su muerte. Dejó las altas esferas donde vivía y vive por
méritos propios, para sumergirse en este valle de lágrimas trayéndonos Sus
lecciones de amor. Enseñó reglas de buen vivir, para que fuésemos felices. Vino
para vivir entre nosotros, no para morir. Nosotros fuimos lo que, ingratos como
siempre fuimos y aún somos, matamos a Jesús, sin piedad. Mandamos al Mesías
manso y bueno para la cruz y liberamos al malhechor Barrabás. Había el indulto
de la Pascua y el tribunal ofreció al pueblo el derecho de liberar uno de los
condenados. El pueblo, que siempre escoge mal, dio la libertad al bandido y
condenó a muerte al ser más amoroso que el planeta conoció.
El paso de Jesús por la Tierra no debería ser recordado por el cruel
suplicio de la cruz, mas por las parábolas, por las enseñanzas dadas por
diferentes medios, por Su ejemplo personal de amor por los hombres, soportando
los enfermos del alma, los
imperfectos, los de conciencia pesada, diciendo que los dolientes son los que precisaban de los médicos. No juzgó
y decía que el que juzga será juzgado con el mismo rigor que juzga. Fueron
lecciones mucho más importantes que las curas que realizó. Él no vino para
curar los cuerpos, sino las almas.
Paulo de Tarso, al hablar de la salvación por la fe, diciendo que
fuimos salvos por la sangre de Jesús, fue mal interpretado, o se expreso equivocadamente,
y las doctrinas que lo siguen ciegamente divulgan que ya estamos todos con el
paraíso garantizado. ¿Por qué alguien se va a esforzar para ser bueno, honesto,
trabajador si, a pesar de sus fallas, ya está salvo? ¡Es un sacrificio
innecesario!
Aquel señor que encontramos en Salgadillo confesó que prefirió dejar
el Espiritismo a engañarse a sí mismo. Si en su corazón la doctrina no tenía
sentido, era mejor dejarla. Concordamos con la coherencia de su raciocinio. La
preocupación, sin embargo, es como alguien en esas condiciones llegó a ser
pasista y monitor en reuniones de desobsesión. ¡Qué poca preparación tenía el
dirigente de los trabajos para aceptar un colaborador como ese! ¡Cuántos otros
espíritas existen en esas condiciones!
Por eso, siempre enfatizamos que lo más importante dentro de un Centro
Espírita es el estudio. Sin éste de nada adelantan los pases, las curas, las
charlas, porque nada edifican. Cuantos trabajos son hechos por personas que
“creen” que son espíritas. Encuentran que Kardec tiene razón, que es posible
que existan los espíritus, que la reencarnación es viable, entre muchas otras
cosas que ellos creen.
Allán Kardec, seguidor del catolicismo,
sólo decidió codificar y divulgar el Espiritismo después que, orientado por su
buen sentido, concluyó que se trataba de una doctrina seria, lógica y
verdadera. Nadie puede ser espírita basado en la insensatez y en la duda.
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