domingo, 11 de enero de 2015

DESENCARNACIÓN Y CREMACIÓN

Mucho se ha hablado, investigado y publicado sobre la reencarnación. Sin el proceso reencarnatorio muchas de nuestras interpretaciones de la vida quedarían apocadas, sin vitalidad y con muy poca posibilidad de ser explicadas.  Con el proceso renovador de la reencarnación todos los mecanismos relacionados con la vida se presentan con mayor lógica. Como todo fenómeno, el reencarnatorio posee su inverso y complementario.  Así como existe el proceso reencarnatorio, con mucha mayor razón el proceso desencarnatorio complementa el ciclo de vida.  Cuna y sepultura son etapas que se complementan y afirman las leyes dinámicas que rigen la vida.
De acuerdo a la Doctrina de los Espíritus y a lo que toda la gama de conocimientos e investigaciones diversas han afirmado, el proceso desencarnatorio es de alta complejidad, además de presentar variaciones que oscilan de individuo a individuo. 
El proceso desencarnatorio no puede depender únicamente del desprendimiento de las energías espirituales, con abandono del cuerpo a las reacciones de cadaverización.  Si el espíritu al reencarnar construyó su propio cuerpo dirigido por las emanaciones de sus energías en la célula-huevo, dirigiendo el proceso genético y las fases embriológicas que siguen al desenvolvimiento del producto de la procreación, es muy claro y lógico que los campos de las células físicas tengan una absoluta subordinación a las energías de aquél dinamismo.  Con ello, podemos aquilatar el perfecto engranaje e imantación de los campos del espíritu con la materia.  Espíritu y materia, perfectamente conjugados y preparados, a fin de atender las razones de la evolución.
La natural declinación de las estructuras de la materia provocan una exigencia de renovación, cada vez más intensa, en el mecanismo espiritual que únicamente la desencarnación podrá propiciar.  Y en este proceso como en el reencarnatorio las cosas deben suceder de modo complejo y variable.  La variabilidad estaría directamente subordinada a la posición evolutiva en que se encuentra el individuo.  No obstante, cualquiera sea la condición desencarnatoria, deberá estar acompañada de un complejo mecanismo de reacciones mucho más intensas y dramáticas que las que se desarrollan en el proceso reencarnatorio.  En este último existe todo un mecanismo constructivo con lentas y seguras adaptaciones; en la desencarnación, la mecánica es más acelerada y menos armónica por cuanto la liberación del espíritu es el fin a ser alcanzado. 
En la reencarnación, el proceso precisa ser seguro y ajustado para el mejor aprovechamiento de las experiencias que la vestimenta carnal puede ofrecer.  En la desencarnación el proceso es más abierto a fin de permitir el debilitamiento de los lazos que los campos periespirituales mantienen con la zona corpórea. 
En el proceso reencarnatorio la nueva forma periespiritual se va multiplicando.  En el proceso desencarnatorio ocurrirá el desligamiento del campo periespiritual, aunque con reacciones bastante resistentes y difíciles.  En el proceso reencarnatorio, la construcción aparentemente se logra sin óbices, en cuanto que en la desencarnación existe resistencia por parte de los campos periespirituales a dejar la materia, a despegarse de los campos celulares a los que se encuentran atados. 
En la reencarnación, el espíritu, al construir su cápsula va, poco a poco, controlando la estructura física con la cual se reviste y atiende sus necesidades.
En la desencarnación, la estructura física tiene como un recelo a perder al orientador y retiene la dinámica espiritual, el mayor tiempo posible, en su intimidad.
Todo lo anterior señala que el proceso desencarnatorio debe sufrir influencias ocasionadas por la natural resistencia que el campo periespiritual debe ofrecer.  Pero también debemos considerar el llamado campo físico o material donde las células, que por decenas de años venían siendo nutridas por los campos espirituales, se resisten a esta “desconexión” de las energías; reclamando siempre reabastecimiento energético, el cual día a día se va agotando y disminuyendo hasta la retirada completa.
Un factor de la más alta importancia en el mecanismo desencarnatorio es el tiempo que el espíritu pueda quedar retenido junto al cuerpo por las dificultades siempre intensas, del proceso habitual del desligamiento. 
En el proceso reencarnatorio, el espíritu antes de sumergirse en el mundo físico pierde la conciencia de la situación en que se encuentra para que no perturbe con su frágil “campo emocional” el desarrollo del mecanismo. 
En el proceso desencarnatorio es también común la pérdida de la conciencia para que el despertar espiritual se logre poco a poco, con un mínimo de desorden. 
Existirán divergencias (variabilidad) desencarnatorias individuales que estarían directamente relacionados a los factores éticos que el individuo consiguió adquirir.  Como en la Tierra todavía distamos mucho de ser una fami­lia moral con comprensión de las razones y finalidades de la vida,  care­cemos de conocimientos y nuestras posiciones éticas son bastante frágiles. 
El grupo humano que ya siente las influencias de una moral sana en el mecanismo evolutivo, todavía es bastante reducido. La civilización planetaria ha demostrado muy poco amor en sus actitudes y en sus manifestaciones.  No es que falte el amor, éste existe y hasta aun más de lo que se pueda imaginar, pero todavía es muy reducido frente a las necesidades de la evolución colectiva. De ahí que el proceso desencarnatorio, en los más carentes, en sentido general sea más demorado, más lento, porque la energética espiritual se encuentra más ligada a la materia. Es que su espíritu no desea abandonar aquello que considera ser de la más alta importancia: la vida física.
Los menos evolucionados, los que se apegan insistentemente a los campos de la vida física, crean mentalmente reacciones de defensa que, en el caso, son las reacciones de retardación frente al proceso desencarnatorio.  Esa retardación será tanto más intensa cuanto menos evolucionado fuere el individuo.
El ser poco evolucionado a que nos referimos son los endeudados por el desarrollo del mal en perjuicio de la comunidad a que pertenecen; espíritus cuyas actividades en el cuerpo físico desencadenan constantes agresiones por sus realizaciones negativas, con mayor o menor dosis de responsabilidad, o sea, más o menos conscientes del mal que causan.  Por tanto no nos referimos a los espíritus primitivos que dan rienda suelta, acostumbradamente, a sus instintos todavía inferiores pero sin conciencia de la consecuencia de sus manifestaciones; son más ignorantes que malos.  Estos salen por la desencarnación y entran en la reencarnación sin conocimiento y percepción del pasaje; se sienten como si siempre estuviesen encarnados; en el mundo espiritual continúan con las mismas sensaciones y necesidades.  Sus culpas son, por consiguiente, relativas. 
Cuando son más responsabilizados hieren la comunidad con conciencia de sus pensamientos negativos, tendrán respuestas más energéticas de la Ley a través de la responsabilidad que sus propios campos mentales demuestran.  Son generalmente los más rebeldes y revoltosos con el “destino”, candidatos a los “correctivos” del dolor que las respuestas de la Ley de Acción y Reacción exigen como condición de equilibrio. 
Generalmente, en las fases de cambios dimensionales los fenómenos son mejor observados: en la reencarnación la transferencia de las deficiencias energéticas espirituales hacia los campos de las células físicas, que se traducirán en malformaciones y en toda gama de dolencias “correctivas”; en la desencarnación, la demora en el desligamiento espiritual acarreando la absorción por parte del periespíritu, de productos nocivos desencadenados por el proceso de cadaverización.
Es de conocimiento de aquellos que conocen la Doctrina Espírita que el espíritu no se encuentra directamente ligado a la materia.  Existe una zona de transición, de específico dinamismo, por intermedio de la cual las ligaduras con las células físicas pueden darse. Este campo energético es conocido como periespíritu o psicosoma.
El psicosoma es un campo de energías más condensadas que el restante de la organización dinámica del psiquismo, con el fin de lograr la debida relación con las células de la estructura física. Cuanto más hacia el centro del psiquismo, en plena zona espiritual, las energías serán más evolucionadas, más tenues; cuanto más hacia el lado de la materia, menos evolucionadas, más pesadas. Del centro del psiquismo a la periferia, las energías se van condensando, cada vez más, hasta la condensación máxima que es nuestro cuerpo físico o material.
 De lo anterior (que está más ampliamente explicado en un libro del Dr. Jorge Andrea titulado “Dinámica PSI”) se puede concluir que los efectos de la cremación sobre el desencarnante dependerá del tiempo en que el periespíritu de este quede vibracionalmente relacionado al cadáver. Y esto dependerá de las necesidades evolutivas del individuo, observables o demostradas durante la encarnación que termina.

 Resumido por Flavio Acarón

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