De acuerdo a la Doctrina de los Espíritus y a lo que toda la
gama de conocimientos e investigaciones diversas han afirmado, el proceso
desencarnatorio es de alta complejidad, además de presentar variaciones que
oscilan de individuo a individuo.
El proceso desencarnatorio no puede depender únicamente del
desprendimiento de las energías espirituales, con abandono del cuerpo a las
reacciones de cadaverización. Si
el espíritu al reencarnar construyó su propio cuerpo dirigido por las
emanaciones de sus energías en la célula-huevo, dirigiendo el proceso genético
y las fases embriológicas que siguen al desenvolvimiento del producto de la
procreación, es muy claro y lógico que los campos de las células físicas tengan
una absoluta subordinación a las energías de aquél dinamismo. Con ello, podemos aquilatar el perfecto
engranaje e imantación de los campos del espíritu con la materia. Espíritu y materia, perfectamente
conjugados y preparados, a fin de atender las razones de la evolución.
La natural declinación de las estructuras de la materia
provocan una exigencia de
renovación, cada vez más intensa, en el mecanismo espiritual que únicamente la
desencarnación podrá propiciar. Y
en este proceso como en el reencarnatorio las cosas deben suceder de modo
complejo y variable. La
variabilidad estaría directamente subordinada a la posición evolutiva en que se
encuentra el individuo. No obstante,
cualquiera sea la condición desencarnatoria, deberá estar acompañada de un
complejo mecanismo de reacciones mucho más intensas y dramáticas que las que se
desarrollan en el proceso reencarnatorio.
En este último existe todo un mecanismo constructivo con lentas y
seguras adaptaciones; en la desencarnación, la mecánica es más acelerada y
menos armónica por cuanto la liberación del espíritu es el fin a ser
alcanzado.
En la reencarnación, el proceso precisa ser seguro y ajustado
para el mejor aprovechamiento de las experiencias que la vestimenta carnal
puede ofrecer. En la
desencarnación el proceso es más abierto a fin de permitir el debilitamiento de
los lazos que los campos periespirituales mantienen con la zona corpórea.
En el proceso reencarnatorio la nueva forma periespiritual
se va multiplicando. En el proceso
desencarnatorio ocurrirá el desligamiento del campo periespiritual, aunque con
reacciones bastante resistentes y difíciles. En el proceso reencarnatorio, la construcción aparentemente
se logra sin óbices, en cuanto que en la desencarnación existe resistencia por
parte de los campos periespirituales a dejar la materia, a despegarse de los
campos celulares a los que se encuentran atados.
En la reencarnación, el espíritu, al construir su cápsula va,
poco a poco, controlando la estructura física con la cual se reviste y atiende
sus necesidades.
En la desencarnación, la estructura física tiene como un recelo
a perder al orientador y retiene la dinámica espiritual, el mayor tiempo posible,
en su intimidad.
Todo lo anterior señala que el proceso desencarnatorio debe
sufrir influencias ocasionadas por la natural resistencia que el campo
periespiritual debe ofrecer. Pero
también debemos considerar el llamado campo físico o material donde las células,
que por decenas de años venían siendo nutridas por los campos espirituales, se
resisten a esta “desconexión” de las energías; reclamando siempre
reabastecimiento energético, el cual día a día se va agotando y disminuyendo
hasta la retirada completa.
Un factor de la más alta importancia en el mecanismo
desencarnatorio es el tiempo que el espíritu pueda quedar retenido junto al
cuerpo por las dificultades siempre intensas, del proceso habitual del
desligamiento.
En el proceso reencarnatorio, el espíritu antes de sumergirse
en el mundo físico pierde la conciencia de la situación en que se encuentra
para que no perturbe con su frágil “campo emocional” el desarrollo del
mecanismo.
En el proceso desencarnatorio es también común la pérdida de la
conciencia para que el despertar espiritual se logre poco a poco, con un mínimo
de desorden.
Existirán divergencias (variabilidad) desencarnatorias
individuales que estarían directamente relacionados a los factores éticos que
el individuo consiguió adquirir.
Como en la Tierra todavía distamos mucho de ser una familia moral con
comprensión de las razones y finalidades de la vida, carecemos de conocimientos y nuestras posiciones éticas son
bastante frágiles.
El grupo humano que ya siente las influencias de una moral sana
en el mecanismo evolutivo, todavía es bastante reducido. La civilización
planetaria ha demostrado muy poco amor en sus actitudes y en sus
manifestaciones. No es que falte
el amor, éste existe y hasta aun más de lo que se pueda imaginar, pero todavía
es muy reducido frente a las necesidades de la evolución colectiva. De ahí que
el proceso desencarnatorio, en los más carentes, en sentido general sea más
demorado, más lento, porque la energética espiritual se encuentra más ligada a
la materia. Es que su espíritu no desea abandonar aquello que considera ser de
la más alta importancia: la vida física.
Los menos evolucionados, los que se apegan insistentemente a
los campos de la vida física, crean mentalmente reacciones de defensa que, en
el caso, son las reacciones de retardación frente al proceso
desencarnatorio. Esa retardación
será tanto más intensa cuanto menos evolucionado fuere el individuo.
El ser poco evolucionado a que nos referimos son los
endeudados por el desarrollo del mal en perjuicio de la comunidad a que
pertenecen; espíritus cuyas actividades en el cuerpo físico desencadenan
constantes agresiones por sus realizaciones negativas, con mayor o menor dosis
de responsabilidad, o sea, más o menos conscientes del mal que causan. Por tanto no nos referimos a los
espíritus primitivos que dan rienda suelta, acostumbradamente, a sus instintos
todavía inferiores pero sin conciencia de la consecuencia de sus
manifestaciones; son más ignorantes que malos. Estos salen por la desencarnación y entran en la
reencarnación sin conocimiento y percepción del pasaje; se sienten como si
siempre estuviesen encarnados; en el mundo espiritual continúan con las mismas
sensaciones y necesidades. Sus
culpas son, por consiguiente, relativas.
Cuando son más responsabilizados hieren la comunidad con conciencia
de sus pensamientos negativos, tendrán respuestas más energéticas de la Ley a
través de la responsabilidad que sus propios campos mentales demuestran. Son generalmente los más rebeldes y
revoltosos con el “destino”, candidatos a los “correctivos” del dolor que las
respuestas de la Ley de Acción y Reacción exigen como condición de
equilibrio.
Generalmente, en las fases de cambios dimensionales los fenómenos
son mejor observados: en la reencarnación la transferencia de las deficiencias
energéticas espirituales hacia los campos de las células físicas, que se
traducirán en malformaciones y en toda gama de dolencias “correctivas”; en la
desencarnación, la demora en el desligamiento espiritual acarreando la absorción
por parte del periespíritu, de productos nocivos desencadenados por el proceso
de cadaverización.
Es de conocimiento de aquellos que conocen la Doctrina Espírita
que el espíritu no se encuentra directamente ligado a la materia. Existe una zona de transición, de
específico dinamismo, por intermedio de la cual las ligaduras con las células
físicas pueden darse. Este campo energético es conocido como periespíritu o
psicosoma.
El psicosoma es un campo de energías más condensadas que el
restante de la organización dinámica del psiquismo, con el fin de lograr la
debida relación con las células de la estructura física. Cuanto más hacia el
centro del psiquismo, en plena zona espiritual, las energías serán más
evolucionadas, más tenues; cuanto más hacia el lado de la materia, menos evolucionadas,
más pesadas. Del centro del psiquismo a la periferia, las energías se van condensando,
cada vez más, hasta la condensación máxima que es nuestro cuerpo físico o
material.
De lo anterior
(que está más ampliamente explicado en un libro del Dr. Jorge Andrea titulado
“Dinámica PSI”) se puede concluir que los efectos de la cremación sobre el
desencarnante dependerá del tiempo en que el periespíritu de este quede
vibracionalmente relacionado al cadáver. Y esto dependerá de las necesidades
evolutivas del individuo, observables o demostradas durante la encarnación que
termina.
Resumido por Flavio Acarón
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