“La infancia tiene además otra utilidad: Los
espíritus no ingresan en la vida corpórea sino para mejorarse; la debilidad de
los primeros años los torna flexibles; accesibles a los consejos de la experiencia
de aquellos que deben hacerlos progresar. Es entonces que se puede reformar su
carácter y reprimir sus malas tendencias. Ese es el deber que Dios confió a los
padres, misión sagrada por la cual tendrán que responder.”
(“El
Libro de los Espíritus”, Preg. 385)
Las implicaciones de los cambios por los que pasa el mundo y en
consecuencia la familia, traen una sobrecarga en el trabajo educativo de los
padres. La responsabilidad de transmitir emociones y principios saludables a
los hijos es el punto neurálgico de su tarea. Esa no es una afirmación
episódica, extemporánea o ridícula para nuestros días. Por el contrario. Se
verifica en las investigaciones científicas de la sociología, psicología,
psiquiatría y educación, que las impresiones marcadas en la infancia
constituyen un acervo positivo o negativo que cada uno carga durante toda su
existencia.
El hogar crea un estilo de convivencia que determina de modo
general la manera como el individuo pasará a ver la vida. Los padres elaboran
un modelo de comportamiento, condicionando los hijos a ajustarse a sus
principios. Ese modelo que la familia procura desenvolver en la educación de
los hijos no es necesariamente consciente. Refleja el complejo de opiniones,
ansias, frustraciones que los cónyuges absorbieron en esta existencia. Son
retallos de observaciones, reflejos de situaciones vividas en el ambiente familiar
de donde cada uno salió. Y exteriorizaciones de las experiencias acumuladas en
les vidas anteriores que toman formas en lo que se podría denominar como la
concepción existencial de cada uno. No obstante, a pesar de las marcas
particulares el modelo estará, en sus líneas generales, de acuerdo con los
patrones de la sociedad en que se vive.
Reflejamos opiniones, modismos, preconceptos, concepciones que
nuestros padres nos transfirieron. De la misma forma, transferimos nuestros
pensamientos y actitudes en el comportamiento de nuestros hijos. Muchos se
preguntan si esa influencia palpable no significaría un aspecto eminentemente
negativo para la familia. Y argumentan que la familia está formada por individuos
potencialmente desequilibrados, reprimidos, irrealizados. Transfieren esa
irrealización hacia los hijos. Estos crecen cargando la herencia biológica que
recibieron. Por su vez, serán inseguros e insatisfechos. Probablemente
continuarán transfiriendo esa insatisfacción hacia sus hijos. Formándose así
una cadena interminable.
Analizada esa perspectiva materialista, se llega a la conclusión
de que el núcleo doméstico es la matriz de todos los males, y donde el
individuo es inestable y, frecuentemente, perjudicado en su destino. Ya
analizamos anteriormente este aspecto, demostrando que, a pesar de las
condiciones ambientales del hogar, el espíritu, a así, continúa libre en
esencia. Pero también afirmamos que esa circunstancia, tomada en el campo de la
esencialidad de la vida no descartaba la importancia del proceso educativo en
el hogar, en virtud de la situación genética de los espíritus de la humanidad
terrena, todavía en formación psicológica.
Le incumbe a cada uno quebrar ese círculo vicioso mediante la
absorción de ideales y la renovación de sentimientos, de modo que se creen
nuevos caminos de elevación espiritual, mostrando direcciones ampliadas para la
plenitud de la realización del espíritu. Eso es, además, la motivación de la
propia existencia en el plano evolutivo, la cual se constituye de la
acumulación de las experiencias, para que las potencialidades del espíritu se
concreticen en la acción consciente de sus objetivos y metas.
Evidentemente esa renovación solamente será plena dentro de una
visión espiritualizada en la que se encuentre campo para la expansión de la
inteligencia y del sentimiento, sin límites de tiempo y espacio, en la
permanencia de la vida, en cualquier dimensión del universo, la concepción
finita de la vida, dimensionada entre la cuna y la sepultura, se contrapone a
la tendencia inmortalista ìnherente en cada individuo.
Es dentro de esa realidad espiritual, no enajenante, sino
vivencial y real, que debemos y podemos identificar los problemas de le
interpelación doméstica como un universo emotivo, condicionante, forjador,
reatemperador y dramático donde cada uno se encuentra temporeramente unido a un
grupo que se interrelaciona, reactúa y presiona en un aprendizaje edificante
aunque doloroso.
Se puede afirmar basándose en la experiencia que todos ansían
lo mejor y que son potencialmente buenos. Que dentro de cada cual existe un
sentimiento de bondad, muchas veces o casi siempre irrealizado debido a las
barreras levantadas por la visión deficitaria del objetivo de la vida, por el
temor de liberar las fuerzas creativas, por la temeridad de no darse, de darse
plenamente. El demostrar que ningún esfuerzo es inútil, que el amor triunfará y
el explicar que las causas más profundas del ser, es un recurso educativo capaz
y suficiente para motivar el espíritu a superar obstáculos, a derrumbar
barreras y encontrarse para dar plenitud a la carga de amor que consigo lleva.
Ese es el instrumental analítico que el espiritismo ofrece y es en el seno del
hogar que podrá tornarse real, a través de la creación de un clima idealista,
armonizado en los objetivos, trabajado en la aceptación recíproca y en la suma
de esfuerzos conscientes.
Uno de los asuntos más discutidos en este fin de siglo es la
planificación familiar, la cual puede tanto significar una actitud madura, no
egoísta, como camuflar la indisposición generalizada para asumir compromisos.
El problema es encarado bajo varios ángulos. Muchos afirman que
el crecimiento incontrolado de la población humana traerá problemas insolubles
que van desde las aglomeraciones urbanas a la producción de alimentos y
servicios, desde las condiciones de sobrevivencia hasta la hipotética destrucción
del globo terráqueo por el exceso de peso.
Se correlaciona el desarrollo económico y social con niveles de
población y se erigen tasas de crecimiento como factores de autodesarrollo y
estímulo al bienestar colectivo. Asociaciones privadas y organismos gubernamentales,
a través de lo propaganda o por la acción directa, procuran esterilizar hombres
y mujeres. Al mismo tiempo, el desarrollo de medicamentos anticonceptivos son
utilizados extensamente para asegurar el placer sexual sin la contrapartida de
la gravidez.
La píldora anticonceptiva, a pesar de las denuncias sobre sus
efectos colaterales, son distribuidas por las agencias, recetadas por los
médicos y procuradas ávidamente por mujeres casadas y solteras, alterando de
forma fundamental las antiguas estructuras del relacionamiento sexual y que
delineaban claramente el tipo de la concepción familiar que se adaptaba.
Ciertamente la urbanización de la sociedad produce una serie de alteraciones
estructurales no solamente en el concepto sino en la localización de la
familia, al imponer nuevos contornos a su instalación y expansión.
Muchos factores de orden cultural, económico y sanitario
introducen variables importantes en la interpretación y significado del
universo doméstico, porque el hogar puede ser tanto la caseta sobre el manglar
como la mansión lujosa, la casa o el apareamiento de la clase media o
proletaria. Esos factores representan las condiciones en que se procesa el
desarrollo del núcleo familiar.
Se puede decir que es el espacio doméstico el que determina el
comportamiento, o conjeturar que en una habitación óptima se desenvuelva una
educación pésima, aunque sea difícil afirmar lo contrario, porque las
condiciones de habitabilidad están relacionados con el nivel social y económico
y, como tal, determinan el acceso a las oportunidades de instrucción y factores
básicos.
Además de eso, en la actualidad, en gran cantidad de familias,
fue quebrada la antigua rutina doméstica en la cual la mujer permanecía como
guardián del reducto familiar, a disposición de la prole y del marido. Hoy un
número creciente de mujeres desempeña funciones profesionales fuera del hogar.
Obedecen horarios exigentes y disponen de poco tiempo para atender a los hijos.
Este factor vino, necesariamente, a alterar un tipo ya consagrado de familia,
introduciendo nuevas dimensiones en le ecuación del funcionamiento del hogar,
imponiendo notables reducciones en el contacto con los hijos, cónyuges y padres.
Se concluye que, tanto espacialmente como en cuestión de tiempo
de permanencia, la relación doméstica cambió bastante, por lo menos para un
número continuamente creciente de familias, conforme las nuevas generaciones
alcancen la creación de nuevas familias.
La familia actual tiende a concentrarse en torno a pequeños
contingentes al contrario de la antigua que parecía encontrar su fuerza en la
multiplicación de los nacimientos. Una prole numerosa era un “tesoro”. Hoy las
parejas planean con generosidad llegar a los tres o como máximo cuatro hijos.
¿Estarán equivocados? Aunque eso sea una cuestión del fuero
íntimo, se puede racionalizar y constatar que si la población de la Tierra
viene creciendo en proporción geométrica, es posible pensar que la humanidad
espiritual de nuestro planeta sea limitada y que cuando haya alcanzado un
número de saturación, entonces, surgirá una familia menos numerosa al dividir
la cantidad total por el número de los matrimonios o parejas. Luego, por lo
menos en términos teóricos la familia de menos miembros constituiría una
necesidad de ajuste a las peculiaridades de la vida tecnológica y urbana que se
instaló en el Tierra.
Una concepción menos concentrada de familia, una relación más
abierta entre todos, creará en el tiempo una gran familia, sin los imperativos
con sanguíneos y estrictos que la ley de causa y efecto actualmente impone.
Entonces, una familia de cinco o seis miembros, contando padres e hijos, tal
vez sea la que se ajuste más adecuadamente a las realidades sociales, a las
necesidades de sus miembros y a su integración en la comunidad.
Se deduce de esas consideraciones que el control de la
natalidad es válido, tanto en la programación de la vida del casado como de la
familia. Se trata de un acto de voluntad como cualquier otro, con sus
repercusiones específicas conscientemente asumidas.
Un hijo bebe ser concebido física y psicológicamente como un
acto deliberado, deseado y amado, pare que la maternidad y la paternidad
alcancen plena satisfacción y realización.
La planificación familiar, en la visión espírita, no significa
restringir. No tiene un sentido negativo que conduzca a posiciones egotísticas,
a una enajenación de los compromisos espirituales asumidos. Sino a una correcta
comprensión de todos loa factores que corresponden al elenco de
responsabilidades frente a sí mismo y para con otros.
Partiendo del punto básico de la recirculación reencarnatoria,
de cierto que nuestra comprensión del porqué de las cosas, de los
entrelazamientos afectivos, de las aproximaciones aparentemente casuales, de
las atracciones inexplicables y hasta compulsorias que crean situaciones
irremediables, tenderá a establecer criterios menos inmediatistas en la
planificación de nuestra vida.
Es necesario repetir que no se trata de creer que los cosas
tienen un rumbo predeterminado del cual nadie se librará, como un fatalismo
puro; sino de usar todos los elementos disponibles para asumir conscientemente
una posición que atienda a las conveniencias y necesidades morales del casado.
Porque una ideología racional como el espiritismo, no podría admitir un envolvimiento
ciego, a título de obedecer las leyes naturales, cuya comprensión estará
siempre de acuerdo al estado evolutivo alcanzado. Así, el comportamiento no se
deberá a la aceptación de une falsa idea de aceptación de la voluntad de Dios,
sino de un análisis consciente de todos los factores.
Por eso, en nuestro entendimiento, la planificación familiar es
un ejercicio válido, pero de innegable repercusión en el campo moral, porque
implica el asumir una posición que cuando basada en el egoísmo movimentará
reacciones imprevisibles. Según nuestro parecer la actitud a adoptar en esta
cuestión debe resultar de un análisis profundo, libre de preocupaciones marginales,
centrada en la necesidad de atender simultáneamente las alegrías y necesidades
de procrear inherentes a todos, y a los compromisos morales asumidos antes de
le reencarnación.
Como no existe una definición concreta en ese respecto, sólo
resta el consultar su conciencia más profunda; por la oración, la concentración
y por el comportamiento, para sentir hasta que punto sus planes atienden a sus
verdaderos intereses.
La forma y el medio de lograr ese control es una cuestión de
orden particular que también envuelve problemas médicos, los cuales deben ser
debidamente considerados.
Lo que no es admisible es el aborto voluntario.
El aborto provocado es una aberración Inconcebible en una vida
basada en el espiritismo. En ella, el acto de procrear no se diluye en la
irresponsabilidad ni se conforma con la inconsciencia. La procreación conforme
a la óptica espírita, no se restringe a provocar el proceso de creación de un
organismo de un animal pensante, ni de un cuerpo que obtendrá un alma de la
nada.
Para el espiritismo esta es una acción bipolar que envuelve a
los genitores, protagonistas del acto reproductor, y a un espíritu
preexistente, una individualidad concreta. Como si fuera, como de hecho lo es,
un contrato con obligaciones recíprocas. Abortar es romper el contrato. Es someterse
a las cláusulas penales.
Todas las modificaciones señaladas en el encaminamiento de los
problemas familiares, aunque pueden estar apoyadas sobre las bases del
redimencionamiento social, se originan primordialmente de alteraciones más
profundas en la ideología de las personas. Se puede constatar un cierto
cansancio moral, una sensación de inutilidad para con los esfuerzos y problemas
que envuelven la manutención de la familia. Esa es consecuencia palpable de la
ausencia de horizontes espirituales y de la absorción de los estímulos del
egoísmo e inmediatismo humanos oriundos de la visión materialista de la vida.
La paternidad realza el valor del hombre para consigo mismo,
tanto cuanto la maternidad eleva en la mujer su propio concepto. Son estados de
conciencia que gratifican al espíritu, preparándolo para movimentar energías y
posibilidades.
Por eso si el reencarnante penetra en el círculo familiar,
mediante el nacimiento, como criatura indefensa, aunque experimentada, también
la familia lo recibe en calidad de agente de realización. Padres y madres de
modo genérico, transfieren hacia los hijos sus esperanzas y el acto creativo,
largamente elaborado en la gestación, introduce ligaduras emotivas que
desdoblan reacciones interiores ponderables.
Ese punto de conjugación emotiva, marca a los participantes de
ese extraordinario momento. Envueltos afectivamente ellos se predisponen con
mayor intensidad a una aproximación más profunda. Se atenúan reminiscencias y
se diluyen casi siempre los antagonismos, facilitando así el ajustamiento entre
todos.
Si bien es verdad que conforme la vida se desarrolla muchos se
rebelan y promueven conflictos de intensidad relativa, si no fuese por los
mecanismos de la reencarnación para el espíritu que vuelve y las emociones de
la maternidad y de la paternidad para los que lo reciben, imposibles serían
para la abrumadora mayoría, los trabajos de reequilibrio, expiación y prueba a
que se somete para alcanzar su felicidad propia.
Los padres tanto como los hijos, son espíritus en proceso de
aprendizaje. No se puede esperar que
las condiciones personales de cada uno de los progenitores evolucionen hacia un
nivel más alto de superioridad por el simple hecho de generar hijos. En su
calidad de espíritus confrontando los problemas existenciales, están sujetos a
engaños y a los imperativos de su realidad interior.
Entretanto, la tarea paterna y materna implica una actitud de
moderación, expresada en la aplicación consciente de la voluntad y en la
utilización de los instrumentos personales de inteligencia y sentimiento en la
dirección de los hijos. Es una misión y como tal sugiere la concentración de
esfuerzos adecuados para alcanzar sus metas.
No se puede esperar perfección; mas se supone el ejercicio del
altruismo como condición necesaria para establecer bases adecuadas en la
relación familiar. Esas bases representan un segmento de la poderosa cadena de
influencias que desembocan en el proceso educativo del cual el hogar es
portador insuperable.
Es preciso recordar que el hijo es un ser. Y como tal, ese
proceso educativo debe ser ejecutado para estimularlo, ayudarlo a tener una
visión lo más realista y positiva posible, a fin de que durante el crecimiento
pueda absorber los impactos de su realidad interior canto como los de la
realidad exterior, sin deteriorarse mentalmente.
Ese cuidado no significa, sin embargo, que el hijo deba ser
sobreprotegido, sofocado. La educación equilibrada armonizará el entusiasmo y
la libertad, la dedicación adecuada y la equidistancia respetuosa, de modo que
el espíritu reencarnante pueda encontrar su camino. De otro lado, esa compleja
tarea, en una comprensión consciente de la paternidad y de la maternidad, se
reviste de características dominantes, exigiendo el empeño de todas las fibras
del espíritu.
Conviene señalar algunos aspectos de la relación entre padres e
hijos de modo a considerar varios factores que cuando, debidamente situados,
ayudan a hacer de la interligazón emotiva entre los participantes del equipo
familiar una más eficiente y productiva. Es evidente que la parte más
importante depende de los padres porque estos son los que establecen los
patrones, determinan el camino. Ellos son los hospederos. Los hijos, los
huéspedes.
Así, es razonable decir que muchos de los desaciertos
existentes surgen de actitudes superables. Raros son los padres que oyen a los
hijos. Pocos respetan su individualidad. ¿Cuantos pueden decir que se dieron,
en emociones y tiempo al convivio familiar? ¿Cuantos supieron amar sin aprisionar?
Escuchar es un acto de respeto. No es una acción mecánica de
captar sonidos por los canales auditivos. Es realmente estar interesado en el
mensaje que el interlocutor desea trasmitir. Es dar libertad para que éste
exponga lo que desee. Es tener la humildad de aceptar que él tiene derecho a
estar en desacuerdo y de aceptar que lo que está diciendo, aunque ello no pueda
ser aceptado, tiene valor y expresa estados del alma que guardan profundo
sentido para sí mismo. Frente a este cuadro, ¿Cuántos realmente escuchamos?
¿Cuántos oyen a sus hijos?
Actualmente se debate la necesidad de que los padres respeten
la individualidad de los hijos. Durante muchos siglos, el individuo no fue
considerado en su dignidad, personalidad, voluntad, dentro del hogar. En ese
largo periodo, él debía seguir le vocación y el deseo de los padres, más
específicamente, del jefe de la familia. Al hombre se le imponía una profesión,
se le establecía su destino familiar y se le enseñaba un comportamiento típico,
sin tomar en cuenta que era un ser pensante, que tenía inclinaciones propias. A
la mujer, simplemente se le despreciaban sus sentimientos: se le daba en
casamiento y se le esculpía un carácter superficial.
El individuo era apenas un componente en el engranaje familiar
y debía comportarse dentro de los patrones preestablecidos para su clase
social. Ahora se repudia ese comportamiento predatorio y se pide que los hijos
sean tratados como personas, corno individualidades; portadores de estructuras
y emociones propias.
La teoría reencarnacionista no solamente sanciona esta justa
adquisición de la evolución humana sino que le da fundamento básico. En fin, el
hijo es un espíritu ya vivenciado, con opiniones e ideas propias que precisa
ser respetado, pero, no obstante, eso no justifica la pasividad u omisión de la
acción de los padres en el proceso evolutivo. De acuerdo con In técnica
reencarnatoria, la cual promueve un estado de prontitud educativa para el
reencarnante, el dejar de influir positivamente es abrir oportunidad a las inclinaciones
menos nobles.
Respetar la individualidad no significa abandonar al hijo a su
propia suerte, ni quiere decir que él no debe ser contrariado, orientado, educado
y hasta impedido de preceder incorrectamente. Al contrario, respetar la
individualidad es saber que él trae la marca de su carácter, construido en el
tiempo, probablemente con bastante incorrección. Por eso, para ayudarlo es
preciso aceptar lo que él es y, además, intentar por el ejemplo, por la
palabra, por el clima, por el ideal, proveerle estímulos que lo conduzcan a
incorporar valores nuevos, cuestionar antiguas posiciones y renovarse a sí
mismo. Para eso, la atemperación de la energía del amor, del compañerismo y de
la autoridad, son instrumentos indispensables.
Finalmente, las emociones y el tiempo son cuestiones de
cuantificación, difíciles, si miramos su aspecto más esencial porque se puede
estar presente y ausente. Se puede envolver a alguien de caricias, de
atenciones, de preocupaciones y, aún así, no dar toda la emoción que es posible
y preciso dar.
Muchas veces la madre está horas enteras con el hijo y
transmite apenas inquietudes, quejas y nerviosismo. Otras, compelidas a
separaciones prolongadas, saben, en los momentos de convivencia, envolverlos de
emociones profundas y equilibradas, proveyéndoles alimento espiritual y garantizándole
relativa tranquilidad. De la misma forma, el padre que procure ser amigo de los
hijos, en juegos, excursiones, pero que no le asegura un equilibrio emotivo y
la afirmación íntima, por la transferencia de emociones nobles, ideales
definidos y comportamientos que justifiquen la creencia en la rectitud, en el
bien y en lo justo, por más tiempo que esté junto a él, será una presencia
apenas superficial y agradable.
Verificamos que el problema educacional en el hogar no puede
ser esquematizado en términos simplistas o puramente didácticos. El comporta
todo un universo de emociones que expresan los deseos verdaderos del grupo
familiar. Inseguro, debido a estar en el proceso de recrear la personalidad, el
espíritu espera encontrar en el seno de la familia la orientación que le dé un
horizonte, la firmeza o liderato que le señale un camino para enfrentar las
incertidumbres y choques de su vida social e íntima.
Si el espíritu al reencarnar se siente amado, protegido, bien
recibido, registra en lo más profundo de su percepción espiritual sensaciones
indefinidas de satisfacción. Si por el contrario, recibe vibraciones da insatisfacción
u odio, se ve afligido y angustiado. Se acentúan problemas de desequilibrios
que se manifestarán después en actitudes de rebeldía o búsqueda desesperada de
cariño y afirmación personal.
Esa realidad demuestra que el camino del diálogo y de la ayuda
recíproca ya no es una virtud impuesta por el deber, sino una actitud de
equilibrio frente a hechos concretos. El hijo es, pues, una especie de
visitante bajo condiciones especiales. Es un individuo con un carácter propio,
que no salió del de sus padres. Es igual en lo esencial, aunque ligado de
manera indeleble a ellos por los conductos afectivos. Depende de ellos, pero no
es de ellos.
Esa ausencia de propiedad y el cambio del sentido posesivo del
hijo hacia una concepción universalista de compañero en el desdoblamiento
existencial, quebrará la rigidez de las concepciones y conducirá a una posición
más fraternal de los padres en relación a los hijos.
Las ciencias del comportamiento están divididas en escuelas de
orientación divergente y hasta conflictivas. Buscan la libertad del individuo,
pregonan los derechos de los hijos. Entretanto, a cada momento, constatan que
enfocaron el asunto sin la madurez indispensable o que prescribieron recetas
muy generales para casos demasiado particulares.
Es innegable que el modelo familiar actual, de bases
materialistas o religiosas convencionales está en desintegración y no
sobrevivirá frente a las exigencias del crecimiento moral e intelectual de la
humanidad. Por eso somos llamados a reconstruir las bases de la unidad familiar
dentro de una óptica más amplia, fundamentada en una concepción existencial
abrumadora. El modelo existencial espírita vino justamente a revolucionar el
relacionamiento familiar, cambiándole su estructura, sin retirarle su importancia
y espontaneidad.
Entretanto, los padres conscientes y decididos continuarán
preguntándose cómo educar los hijos.
La respuesta es compleja y ya hemos delineado los factores que
determinan las aglutinaciones familiares, en el campo de las relaciones
emotivas. Sabemos que en muchos casos la familia puede ser la reunión de
espíritus de madurez diversificada, resultante del aprovechamiento diferenciado
de las experiencias. Es un grupo heterogéneo que marca un encuentro para
intentar resolver, en conjunto, sus problemas y definir de la mejor forma el
propio destino. Por eso la generalidad de esos grupos respire grados de
angustia y hasta de conflictos abiertos. Hay desmande de palabras, actitudes y
comportamientos.
Y para agravar substancialmente el problema, en este caso, las
palabras tienen valor secundario. De cierto que influyen y contribuyen
poderosamente. Pero, sobre todo, es el ejemplo el que marca indeleblemente. El
clima psíquico, por así decir, creado en casa absorbe imágenes, sentimientos,
aspiraciones, aunque se mantenga silencio o discreción. Cuando hay
desentendidos entre los cónyuges, aunque sean disimulados hábilmente, permanece
una sensación de inquietud y tristeza, de inseguridad y amargura, que es
absorbida por los miembros de la familia a través de los conductos mentales.
Todos esos factores llevan a la conclusión de que la tarea
educativa que incumbe a los padres, debe partir de la adopción de una posición
consciente, reflejando las opciones asumidas para la construcción del destino.
Es lo que se encuentra en muchos núcleos familiares donde la dedicación, el
altruismo, la comprensión fraternal, estimulan esfuerzos para superar
incompatibilidades, antipatías, despecho, odio, santificando así la vida con
impulsos de simpatía y respeto, sembrando las raíces del amor.
Capítulo 5 del libro: "Amor Matrimonio y Familia" de Jaci Regis.
Capítulo 5 del libro: "Amor Matrimonio y Familia" de Jaci Regis.
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