sábado, 25 de abril de 2015

LA CIENCIA DEL TERCER MILENIO

Hubo un tiempo en que el conocimiento del hombre se concentraba en las manos de pocos. Estos individuos, del conocimiento y del poder, dictaban las reglas sociales y culturales, ocupando cargos de comando en la Iglesia, y mezclando religión y ciencia. En cierto tiempo, la ciencia en su evolución natural, comenzó a levantar evidencias que colocaban en jaque algunos de los dogmas que eran impuestos por esta clase dominante. Temiendo la pérdida de su poder, la casta dominante, pasó a condenar las evidencias científicas que surgían y consecuentemente, la ciencia y sus formas de pesquisa, impidiendo su libre desenvolvimiento. No hay dudas de que esta actitud radical y cobarde, típica de los que temen a la verdad, trajo como consecuencia, un largo período de oscurantismo y represión violenta para la humanidad, donde nada se hizo para su progreso, prevaleciendo la ignorancia y la intransigencia de los “dictadores de la verdad”.
Pero, como ocurre con toda y cualquier forma de represión, llegó el tiempo en que no fue más posible mantener el control. El producto de mentes geniales, frente a la preeminente y hasta instintiva necesidad humana de conocimiento y desenvolvimiento, despierta finalmente, a pesar de todas las adversidades. Eclosionaron teorías y trabajos geniales como los de Newton y Copérnico, declarando una escisión litigiosa entre la ciencia y la religión, liberando la primera de toda y cualquier “verdad” pré-determinada o impuesta.
La ciencia parte ahora hacia el encuentro de sus propias verdades, que serían construidas a partir de evidencias científicas, obtenidas por una metodología lógica y racional, muy bien estructurada por otra mente privilegiada: la de René Descartes. Nace ahí la ciencia positivista y materialista, también llamada newtoniana o mecanicista.
Esta ciencia pasó a conducir a la humanidad, fundando un próspero período de desenvolvimiento y progreso en todas las áreas del conocimiento. Estudiando, pesquisando y explicando los fenómenos de la materia, progresó siempre negando la existencia del espíritu, como si fuese un trauma sufrido por la represión de sus antiguos verdugos.
Paralelamente a este movimiento de la ciencia, la religión también se vio, libre de aquel modelo represor, y fue lentamente reformulándose frente a los hechos científicos innegables que pasaron a ser expuestos. Dentro de este despojo se vio purificada la filosofía cristiana; ahora manifestada de maneras más variadas y libres, mas manteniendo en sus ciernes un mensaje que estuvo siempre vivo y coherente; encontrando siempre una acogida en el corazón de los hombres. Este fenómeno no es nuevo, y nos demuestra, una vez más, que existe en el hombre un conocimiento intrínseco de la divinidad, o sea, de una fuerza superior organizativa, así como siempre hubo en todas las civilizaciones que viven y/o vivieron en el planeta.
          En sincronía con esta evolución científica, un respetado científico francés llamado Hipólito León Denizard Rivail, publica en 1857, bajo el seudónimo de Allan Kardec, una obra titulada “El Libro de los Espíritus”, fruto de sus pesquisas a cerca de fenómenos “paranormales” que ocurrían en la Francia de esa época. El trabajo sorprende trayendo como contenido el cristianismo asociado a teorías reencarnacionistas, tratadas con el mayor rigor científico, y explicando de forma racional, no sólo los fenómenos a los que se propuso inicialmente estudiar, mas también, a una serie enorme de otros fenómenos. Allan Kardec dio así, el primer paso para la reconciliación entre la ciencia y la religión, proponiendo un nuevo paradigma para la ciencia, que no niega ninguna de las verdades expuestas por la ciencia materialista mas va más allá de ésta, admitiendo ahora la existencia del espíritu.
A partir de ahí pasamos a vivir un nuevo e interesante capítulo del desenvolvimiento del conocimiento humano, donde la ciencia materialista, toma ahora la posición de la antigua iglesia represora, negando evidencias y hechos comprobados científicamente con explicaciones ilógicas o simplistas, intentando adaptar el fenómeno a la explicación de manera procustiana[1]. Nuevamente el pensamiento de las mentes privilegiadas no se exime al cuestionamiento y a la investigación; fundando una nueva era del pensamiento científico: la ciencia einsteniana o espiritualista.
El conocimiento humano sólo se puede desenvolver a través de aquellos, cuyas mentes abiertas y sin preconceptos, no temen, mas buscan, incesantemente la verdad.
A partir de un fenómeno desconocido, lo que tenemos que hacer es: elaborar una hipótesis y desenvolver proyectos para estudiarla y experimentarla, hasta que sea probada o negada.
¿Por qué entonces, no partimos de la premisa de la existencia del espíritu en nuestras hipótesis? Hasta el momento no hay como negarla.
Fenómenos como la clarividencia, clariaudiencia, apariciones, materializaciones, psicofonía, psicografía, poltergeist y hasta las regresiones hipnóticas a las vidas pasadas, necesitan para una explicación lógica y racional, de la hipótesis espiritualista, o sea, la religión no está al final, tan distanciada así de la verdad como supuso la ciencia materialista. Considerar tales fenómenos de “sobrenaturales” es anti-científico, pues admite algo que no respeta las leyes naturales. ¿No sería más cartesiano admitir nuestra ignorancia en cuanto a estos fenómenos, y elaborar nuevas hipótesis para comprobarlas?
No existen fenómenos sobrenaturales, existen fenómenos cuyas leyes naturales aún no conocemos y no podemos explicar.
Se propone entonces, el estudio de estos fenómenos bajo un nuevo paradigma: el de la existencia del espíritu. Esta es la ciencia del tercer milenio, que no niega la materialista, mas camina a su lado por un largo período, para entonces, seguir hacia adelante donde la otra se detuvo. La ciencia del espíritu no teme a la verdad, mas amplía los horizontes del conocimiento humano y definitivamente funde ciencia y religión.  Al final, cada una a su modo, ciencia y religión, ¿no procurarán siempre la misma cosa?
La verdad absoluta, por ser verdad, sólo puede ser única e inmutable.
La constante búsqueda del hombre por el conocimiento, lo hace crear alternativas que conducen a estradas diferentes en sus tentativas y experimentaciones. No vemos en eso, ningún empecilho à evolución del hombre, mas un beneficio, pues todas las filosofías son válidas a principio, trayendo de una forma o de otra, su colaboración. Las filosofías, de cualquier naturaleza, que no se abran a su tiempo para las nuevas y eminentes verdades científicas de este milenio, sucumbirán naturalmente, por puro descrédito, aproximando más y más los caminos, que al final, nos llevarán a un mismo destino.
Así se funde ciencia y religión, aproximandonos cada vez más al conocimiento de la verdad absoluta, y comprobando científicamente, lo que en nuestro íntimo siempre supimos: DIOS EXISTE...



* Decio Iandoli Junior es médico y profesor de fisiología de la Universidad Santa Cecilia (UNISANTA) y profesor de Cirugía de la Facultad de Ciencias médicas de Santos.


"Texto publicado en la revista Ceciliana - Año VII - no 8, 1997"


[1] Procustiano deriva de Procusta; personaje que colocaba sus vítimas en un lecho de hierro y les cortaba las piernas si eran mayores que el lecho, o les estiraba el cuerpo por medio de tracción si eran menores, para que se adaptasen perfectamente al mismo.

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