Hubo un tiempo en que el
conocimiento del hombre se concentraba en las manos de pocos. Estos individuos,
del conocimiento y del poder, dictaban las reglas sociales y culturales,
ocupando cargos de comando en la Iglesia, y mezclando religión y ciencia. En
cierto tiempo, la ciencia en su evolución natural, comenzó a levantar
evidencias que colocaban en jaque algunos de los dogmas que eran impuestos por
esta clase dominante. Temiendo la pérdida de su poder, la casta dominante, pasó
a condenar las evidencias científicas que surgían y consecuentemente, la
ciencia y sus formas de pesquisa, impidiendo su libre desenvolvimiento. No hay
dudas de que esta actitud radical y cobarde, típica de los que temen a la
verdad, trajo como consecuencia, un largo período de oscurantismo y represión
violenta para la humanidad, donde nada se hizo para su progreso, prevaleciendo
la ignorancia y la intransigencia de los “dictadores de la verdad”.
Pero, como ocurre con toda y
cualquier forma de represión, llegó el tiempo en que no fue más posible
mantener el control. El producto de mentes geniales, frente a la preeminente y
hasta instintiva necesidad humana de conocimiento y desenvolvimiento, despierta
finalmente, a pesar de todas las adversidades. Eclosionaron teorías y trabajos
geniales como los de Newton y Copérnico, declarando una escisión litigiosa
entre la ciencia y la religión, liberando la primera de toda y cualquier
“verdad” pré-determinada o impuesta.
La ciencia parte ahora hacia el
encuentro de sus propias verdades, que serían construidas a partir de
evidencias científicas, obtenidas por una metodología lógica y racional, muy
bien estructurada por otra mente privilegiada: la de René Descartes. Nace ahí
la ciencia positivista y materialista, también llamada newtoniana o mecanicista.
Esta ciencia pasó a conducir a
la humanidad, fundando un próspero período de desenvolvimiento y progreso en
todas las áreas del conocimiento. Estudiando, pesquisando y explicando los
fenómenos de la materia, progresó siempre negando la existencia del espíritu,
como si fuese un trauma sufrido por la represión de sus antiguos verdugos.
Paralelamente a este movimiento
de la ciencia, la religión también se vio, libre de aquel modelo represor, y
fue lentamente reformulándose frente a los hechos científicos innegables que
pasaron a ser expuestos. Dentro de este despojo se vio purificada la filosofía
cristiana; ahora manifestada de maneras más variadas y libres, mas manteniendo
en sus ciernes un mensaje que estuvo siempre vivo y coherente; encontrando
siempre una acogida en el corazón de los hombres. Este fenómeno no es nuevo, y
nos demuestra, una vez más, que existe en el hombre un conocimiento intrínseco
de la divinidad, o sea, de una fuerza superior organizativa, así como siempre
hubo en todas las civilizaciones que viven y/o vivieron en el planeta.
En sincronía con esta
evolución científica, un respetado científico francés llamado Hipólito León
Denizard Rivail, publica en 1857, bajo el seudónimo de Allan Kardec, una obra
titulada “El Libro de los Espíritus”, fruto de sus pesquisas a cerca de fenómenos
“paranormales” que ocurrían en la Francia de esa época. El trabajo sorprende
trayendo como contenido el cristianismo asociado a teorías reencarnacionistas,
tratadas con el mayor rigor científico, y explicando de forma racional, no sólo
los fenómenos a los que se propuso inicialmente estudiar, mas también, a una
serie enorme de otros fenómenos. Allan Kardec dio así, el primer paso para la
reconciliación entre la ciencia y la religión, proponiendo un nuevo paradigma
para la ciencia, que no niega ninguna de las verdades expuestas por la ciencia
materialista mas va más allá de ésta, admitiendo ahora la existencia del
espíritu.
A partir de ahí pasamos a vivir
un nuevo e interesante capítulo del desenvolvimiento del conocimiento humano,
donde la ciencia materialista, toma ahora la posición de la antigua iglesia
represora, negando evidencias y hechos comprobados científicamente con explicaciones
ilógicas o simplistas, intentando adaptar el fenómeno a la explicación de
manera procustiana[1]. Nuevamente
el pensamiento de las mentes privilegiadas no se exime al cuestionamiento y a
la investigación; fundando una nueva era del pensamiento científico: la ciencia
einsteniana o espiritualista.
El conocimiento humano sólo se
puede desenvolver a través de aquellos, cuyas mentes abiertas y sin preconceptos,
no temen, mas buscan, incesantemente la verdad.
A partir de un fenómeno
desconocido, lo que tenemos que hacer es: elaborar una hipótesis y desenvolver
proyectos para estudiarla y experimentarla, hasta que sea probada o negada.
¿Por qué entonces, no partimos
de la premisa de la existencia del espíritu en nuestras hipótesis? Hasta el
momento no hay como negarla.
Fenómenos como la clarividencia,
clariaudiencia, apariciones, materializaciones, psicofonía, psicografía,
poltergeist y hasta las regresiones hipnóticas a las vidas pasadas, necesitan
para una explicación lógica y racional, de la hipótesis espiritualista, o sea,
la religión no está al final, tan distanciada así de la verdad como supuso la
ciencia materialista. Considerar tales fenómenos de “sobrenaturales” es
anti-científico, pues admite algo que no respeta las leyes naturales. ¿No sería
más cartesiano admitir nuestra ignorancia en cuanto a estos fenómenos, y
elaborar nuevas hipótesis para comprobarlas?
No existen fenómenos
sobrenaturales, existen fenómenos cuyas leyes naturales aún no conocemos y no
podemos explicar.
Se propone entonces, el estudio
de estos fenómenos bajo un nuevo paradigma: el de la existencia del espíritu.
Esta es la ciencia del tercer milenio, que no niega la materialista, mas camina
a su lado por un largo período, para entonces, seguir hacia adelante donde la
otra se detuvo. La ciencia del espíritu no teme a la verdad, mas amplía los
horizontes del conocimiento humano y definitivamente funde ciencia y
religión. Al final, cada una a su
modo, ciencia y religión, ¿no procurarán siempre la misma cosa?
La verdad absoluta, por ser
verdad, sólo puede ser única e inmutable.
La constante búsqueda del hombre
por el conocimiento, lo hace crear alternativas que conducen a estradas
diferentes en sus tentativas y experimentaciones. No vemos en eso, ningún
empecilho à evolución del hombre, mas un beneficio, pues todas las filosofías
son válidas a principio, trayendo de una forma o de otra, su colaboración. Las
filosofías, de cualquier naturaleza, que no se abran a su tiempo para las
nuevas y eminentes verdades científicas de este milenio, sucumbirán
naturalmente, por puro descrédito, aproximando más y más los caminos, que al final,
nos llevarán a un mismo destino.
Así se funde ciencia y religión,
aproximandonos cada vez más al conocimiento de la verdad absoluta, y
comprobando científicamente, lo que en nuestro íntimo siempre supimos: DIOS
EXISTE...
* Decio Iandoli Junior es
médico y profesor de fisiología de la Universidad Santa Cecilia (UNISANTA) y
profesor de Cirugía de la Facultad de Ciencias médicas de Santos.
"Texto publicado en la
revista Ceciliana - Año VII - no 8, 1997"
[1] Procustiano deriva de Procusta; personaje
que colocaba sus vítimas en un lecho de hierro y les cortaba las piernas si
eran mayores que el lecho, o les estiraba el cuerpo por medio de tracción si
eran menores, para que se adaptasen perfectamente al mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario