martes, 21 de abril de 2015

LOS GENES Y EL MECANISMO REENCARNATORIO

AUTOR: DR JORGE ANDREA DOS SANTOS

En el mecanismo reencarnatorio, las unidades responsables por el gran evento en la dimensión física, son las células genéticas.  Estas células, de un lado el espermatozoide y del otro el óvulo, tienen las características de poseer la mitad de los cromosomas que las demás células del organismo.  Ello porque después de su conjugación en las vías femeninas, como sus respectivos núcleos cargan cada uno la mitad del material de la herencia física, restablecen el número adecuado de cromosomas de la especie.  En el caso de la especie humana, cada célula sexual carga 23 cromosomas, que unidos, completan las 46 unidades nucleares transpor­tadoras de la herencia física.
En el núcleo conjugado, en los 46 cromosomas, se encuentran incrustados una infinidad de genes, los cuales responderán por el mecanismo de la herencia.  Esos genes distribuidos en las cintas cromosómicas de modo preciso y ajustado, se nos van revelando en su posición “exacta”, a medida que surgen mejores métodos biológicos.  Tenemos conocimiento de su existencia delante de las actitu­des bioquímicas que presentan en el código genético en la zona nuclear, pero continuamos aprendiendo lo que realmente son y como se comportan dentro de su potencial de trabajo.
Sabemos que para muchos expertos el gen sería una determinada estructu­ración de las substancias que componen la molécula del ADN, característica del núcleo celular.  Recientemente el Dr. Khorana, en EEUU, obtuvo sintéticamente, un gen artificial.  El investigador denomina al gen como una banda cromosómica de la molécula ADN, cuyo código fue anteriormente descifrado.  El valor de la obtención del gen artificial es que al ser incluido en la organización nuclear de una bacteria, hubo respuesta metabólica con las funciones normales de un núcleo, aun dentro de la simplicidad que caracteriza aquella unidad microscópica (bacteria).  Este investigador descubrió lo que llamó código de entrada y salida de una peque­ña porción cromosómica (una asa en la doble hélice del cromosoma), permitiendo la posibilidad de intervención en la “asa” cromosómica de la bacteria, con la finalidad de ampliar sus actividades.  Los estudios para mayor control del código genético están superando su fase inicial (con el desarrollo de la llamada ingeniería nuclear y la clonación).  Ha habido, realmente, un gran incremento y ampliación en el trabajo nuclear, pero no han sido posible modificaciones de la conducta bioquímica.
Para nosotros el gen sería el pequeño campo organizador de las fajas moleculares de ADN (ácido desoxirribonucleico) que orienta y manipula la bioquí­mica del núcleo celular.  Por ser un campo organizador, estaría en faja dimensio­nal energética, y por eso, sin posibilidades de ser evaluado y debidamente compu­tado por los métodos científicos en vigor.
Cuando los 23 cromosomas paternos (espermatozoide) se unen a los 23 cromosomas maternos (óvulo), se restablece el material de la herencia en los 46 cromosomas, donde los genes, como campos organizadores de la vida, se instalan para dar impulso al nuevo metabolismo de la célula-óvulo, que fue fecundada y se transformó en cigoto.  Por tanto, junto a la zona física, representada por el mate­rial cromosómico, existirían, en la intimidad de la molécula del ADN, los genes como unidades energéticas, influyendo directamente al sector físico, mediante vibraciones específicas, estimulándolo a un trabajo armónico y con finalidad. Sería imposible concebir la armonía del bioquimismo cromosómico con una perfecta orientación de sus mecanismos.  Solo un campo de energías más evolucionado (genes) podría responder por tales reacciones del más alto quilate biológico.
De esa forma, conceptuamos al gen como una zona energética y no como el material físico del cromosoma representado por la molécula ADN, conforme al pensa­miento de muchos investigadores.  No negamos la organización del ADN muy bien estu­diada por la bioquímica, pero afirmamos que las unidades genésicas son energías y no la estructura física de ADN.  A su vez, el propio gen, siendo energía, sería consecuencia de otras proyecciones energéticas más evolucionadas que le dictarían sus destinos.
Por todo, tendríamos en los genes el punto de unión entre la materia corpórea y los campos especiales de energías que cargamos y forman parte de nuestra estructura biológica.  Los genes serían el punto de transición entre la materia y las energías especí­ficas del psiquismo. Las energías psíquicas de profundidad, el Inconsciente o Zona Espiritual, tendrían en los genes sus puntos de acoplamiento con la materia y por intermedio de los cuales ejercerían sus influencias directoras en las zonas físicas del cuerpo.
Cuando el óvulo se convirtió en huevo y tuvo su núcleo integrado con los cromosomas de la especie, un pequeño par cromosómico (paterno y materno) se asociaron para definir el sexo en el material de conjugación.  Conforme la combinación entre los mismos tendremos un producto masculino o femenino.  También es comprensible que todas las modificaciones anatómicas patológicas en relación al sexo, estén unidas a desajustes en esa área por influencia de los genes que cargan, en sus vórtices energéticos, las desarmonías.  De este modo, los genes dejarán en la zona física la impresión de aquello que realmente poseían y transfieren de sus campos irradiativos...
Ya integrado el núcleo del huevo, el proceso de desarrollo va progresando con la orientación de las energías que los campos organizadores van imprimiendo en las células, dirigiendo la morfogénesis.  Como los genes representan los puntos de contacto de los campos de energías con la zona física de los cromosomas, se deduce que, por intercambio del núcleo celular, el metabolismo de la vida se expresa precisamente a través del trabajo del código genético.
Los genes serían las expansiones más periféricas de los campos de energía del Espíritu que, a manera de un sobre (envoltorio) o estrato, representaría la denominada zona del psicosoma o periespíritu.  Este a cada movimiento renova­dor determinado por la reencarnación, presentaría nuevas modalidades, como también nuevo sería el cuerpo físico en formación.
Cuando la energética espiritual está preparada para sumergirse en la carne, sufre un proceso de encogimiento natural denotando la “desaparición” del “antiguo” periespíritu, a punto de ocupar, prácticamente, con sus irradiaciones, la zona uterina.  En esta situación, el campo espiritual, como siempre, estará pro­yectando su energética hacia la periferia, a fin de afirmarse en los genes, dando nacimiento al nuevo espíritu, que luego pasa a comandar el metabolismo de la vida en la construcción de un nuevo ovillo físico, donde serán obtenidas las expe­riencias que el nuevo ser podrá ofrecer.
El campo de la energética espiritual, buscando, bajo el impulso de la Gran Ley, el crisol físico para obtener nuevas experiencias y adquisiciones, estará abrigado y protegido por el campo periespiritual materno que le daría el necesario amparo y la debida acogida en esta fase de transformaciones y nuevas adaptaciones.  Debido a nuestra todavía rudi­mentaria evolución, el Espíritu, en la fase reencarnatoria, pierde la concienciación del proceso, verdadera hibernación, a fin de que los impulsos de sus vórtices energéticos no sufran modificaciones causados por los campos emocionales conscientes.
Podemos sentir la complejidad que debe existir en el mecanismo reencar­natorio, donde apenas conseguimos focalizar pequeños ángulos en nuestro enten­dimiento, escapándosenos tal vez las modalidades y matices más significativos del fenómeno.  El análisis intelectivo del presente todavía no tiene condiciones para poder ofrecer una explicación o ideación que pueda abarcar todos los campos de la conciencia.
El acoplamiento espiritual, como hemos adelantado, debe ocurrir entre los genes y la estructura cromosómica, la cual permitirá, a manera de un tapete, que esas unidades energéticas espirituales se alojen ahí y puedan manifestar su influencia.
Ampliando más las ideas, podemos afirmar, basados en los estudios reali­zados y desarrollados sobre la psiquis humana, que los genes, esas unidades peri­féricas de las energías espirituales, tendrían, cada uno de ellos, su correspon­diente unidad en fuentes específicas en las zonas espirituales.  El Espíritu poseería inmensos vórtices de energías que se van emancipando, en adquisiciones, en las diversas incursiones reencarnatorias.  Muchos otros vórtices irían naciendo por efecto de nuevas experiencias en la zona física.  Y así, en cada reencarnación, en innumerables experiencias, el Espíritu absorberá el material de su propio trabajo constructivo.  “A cada cual según sus obras”.
Esos vórtices espirituales a los cuales denominamos “núcleos en poten­ciación” estarían distribuidos en una determinada región del inconsciente, que, por eso, denominamos “inconsciente pasado” o “arcaico”.  Es esta la región que carga­ría con todo el potencial de nuestras actitudes, adquiridas en las etapas de nues­tras diversas vidas corpóreas.  De ese modo, esa región del inconsciente o zona espiritual lanzaría sus energías directoras hacia la periferia, a fin de influenciar los mecanismos del cuerpo físico.  La tela más adaptada a la recepción de esas ener­gías, tras los filtrajes en los diversos estratos que constituyen al Espíritu, sería el gen.  Este vivificado e impulsado por el correspondiente núcleo en potenciación del campo espiritual, daría al cuerpo físico, por los canales del código genético —relación núcleo-citoplásmica—, las necesarias informa­ciones a la estructura física para proseguir en su bien organizado trabajo de orientación.
Así, comprendemos que un determinado Espíritu, cuando acondicionado hacia la reencarnación, traerá, a través de sus núcleos en potenciación, todo el material que posee, orientando la morfogénesis de su cuerpo y transfiriendo aquello que es realmente de su propia naturaleza.  Con ello, el cuerpo será siem­pre consecuencia de aquello que el Espíritu posee y lleva consigo.  Si sus energías son benéficas y evolucionadas, construirá condiciones que siempre traducen armo­nía, equilibrio y tendencias hacia un organismo físico casi sin deficiencias.  Lo contrario se observa con los Espíritus enfermos, ignorantes, todavía evolutiva­mente inferiores, cargando componentes de maldad y venganza, que solamente podrán construir organizaciones físicas deficientes por las atonías que poseen, las cuales forman parte de su estructura íntima. Todo ello constituyendo un bien para los Espíritus deudores, que cosecharán en el panorama de las deficiencias y de los dolores físicos, los acordes de la gran sinfonía que les proporcionará el equilibrio necesario y ampliación de las posibilidades evolutivas.
Podemos decir que no existen privilegios en el concierto universal.  Cada cual posee el cuerpo que merece, cosechando en las deficiencias, en el intelecto limitado, en la organización saludable, o igualmente en la genialidad, todo aquello que la Evolución necesita para afirmarse.  La afirmación de que cada uno tiene lo que merece, interpreta aquello de que la cosecha es de conformidad con la siembra, la cual será tanto más depurada y responsable, cuanto mayor fuere el grado de concienciación de cada ser.
Todo el proceso reencarnatorio, de modo irrefutable, tendrá en la estructura materna que recibirá al Espíritu, el mayor amparo y gran protección, con el fin de que el mecanismo en cuestión se efectúe con buen margen de equilibrio y buenas posibilidades de realización.  Entretanto, con las nuevas técnicas de inseminación artificial en animales, los traslados de los gérmenes de la procreación en las primeras semanas de la cavidad uterina de un animal a otro, la conservación por algunas horas del producto procreativo en las primeras semanas de vida en posición extracorpórea, y tantas otras técnicas que se vienen desarrollando, como el bebé de probeta; se puede especular, al menos teórica­mente, que se podrá lograr sin la protección periespiritual materna en el futuro.
Cuando en el porvenir, el hombre tuviera condiciones para manipular su propia organización genética, sabiendo el resultado exacto del proceso hereditario en cuanto al sexo y las demás posiciones, estará en condiciones morales tan avanzadas que compren­derá cuales serían las razones y motivos de una posible interferencia en la intimidad de la célula-huevo.
Se concluye de todo eso, que el mecanismo reencarnatorio, a pesar de los puntos ya esclarecidos, todavía presentará posiciones desconocidas y que solo el futuro podrá explicar las razones y hasta donde se extienden los fundamentos de sus mecanismos.


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(Jorge Andrea Dos Santos es Médico, Profesor del Instituto de Cultura Espírita de Brasil y Presidente del Instituto de Investigaciones Psicobio-físicas del Estado de Guanabara, Br.)

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