En el
mecanismo reencarnatorio, las unidades responsables por el gran evento en la
dimensión física, son las células genéticas. Estas células, de un lado el espermatozoide y del otro el
óvulo, tienen las características de poseer la mitad de los cromosomas que las
demás células del organismo. Ello
porque después de su conjugación en las vías femeninas, como sus respectivos
núcleos cargan cada uno la mitad del material de la herencia física,
restablecen el número adecuado de cromosomas de la especie. En el caso de la especie humana, cada
célula sexual carga 23 cromosomas, que unidos, completan las 46 unidades
nucleares transportadoras de la herencia física.
En el núcleo
conjugado, en los 46 cromosomas, se encuentran incrustados una infinidad de
genes, los cuales responderán por el mecanismo de la herencia. Esos genes distribuidos en las cintas
cromosómicas de modo preciso y ajustado, se nos van revelando en su posición
“exacta”, a medida que surgen mejores métodos biológicos. Tenemos conocimiento de su existencia
delante de las actitudes bioquímicas que presentan en el código genético en la
zona nuclear, pero continuamos aprendiendo lo que realmente son y como se
comportan dentro de su potencial de trabajo.
Sabemos que
para muchos expertos el gen sería una determinada estructuración de las substancias
que componen la molécula del ADN, característica del núcleo celular. Recientemente el Dr. Khorana, en EEUU,
obtuvo sintéticamente, un gen artificial.
El investigador denomina al gen como una banda cromosómica de la
molécula ADN, cuyo código fue anteriormente descifrado. El valor de la obtención del gen
artificial es que al ser incluido en la organización nuclear de una bacteria,
hubo respuesta metabólica con las funciones normales de un núcleo, aun dentro
de la simplicidad que caracteriza aquella unidad microscópica (bacteria). Este investigador descubrió lo que
llamó código de entrada y salida de una pequeña porción cromosómica (una asa
en la doble hélice del cromosoma), permitiendo la posibilidad de intervención
en la “asa” cromosómica de la bacteria, con la finalidad de ampliar sus
actividades. Los estudios para
mayor control del código genético están superando su fase inicial (con el
desarrollo de la llamada ingeniería nuclear y la clonación). Ha habido, realmente, un gran
incremento y ampliación en el trabajo nuclear, pero no han sido posible
modificaciones de la conducta bioquímica.
Para
nosotros el gen sería el pequeño campo organizador de las fajas moleculares de
ADN (ácido desoxirribonucleico) que orienta y manipula la bioquímica del
núcleo celular. Por ser un campo
organizador, estaría en faja dimensional energética, y por eso, sin
posibilidades de ser evaluado y debidamente computado por los métodos
científicos en vigor.
Cuando los
23 cromosomas paternos (espermatozoide) se unen a los 23 cromosomas maternos
(óvulo), se restablece el material de la herencia en los 46 cromosomas, donde
los genes, como campos organizadores de la vida, se instalan para dar impulso
al nuevo metabolismo de la célula-óvulo, que fue fecundada y se transformó en
cigoto. Por tanto, junto a la zona
física, representada por el material cromosómico, existirían, en la intimidad
de la molécula del ADN, los genes como unidades energéticas, influyendo
directamente al sector físico, mediante vibraciones específicas, estimulándolo
a un trabajo armónico y con finalidad. Sería imposible concebir la armonía del bioquimismo
cromosómico con una perfecta orientación de sus mecanismos. Solo un campo de energías más
evolucionado (genes) podría responder por tales reacciones del más alto quilate
biológico.
De esa
forma, conceptuamos al gen como una zona energética y no como el material
físico del cromosoma representado por la molécula ADN, conforme al pensamiento
de muchos investigadores. No
negamos la organización del ADN muy bien estudiada por la bioquímica, pero
afirmamos que las unidades genésicas son energías y no la estructura física de
ADN. A su vez, el propio gen,
siendo energía, sería consecuencia de otras proyecciones energéticas más
evolucionadas que le dictarían sus destinos.
Por todo,
tendríamos en los genes el punto de unión entre la materia corpórea y los
campos especiales de energías que cargamos y forman parte de nuestra estructura
biológica. Los genes serían el
punto de transición entre la materia y las energías específicas del psiquismo.
Las energías psíquicas de profundidad, el Inconsciente o Zona Espiritual,
tendrían en los genes sus puntos de acoplamiento con la materia y por
intermedio de los cuales ejercerían sus influencias directoras en las zonas físicas
del cuerpo.
Cuando el
óvulo se convirtió en huevo y tuvo su núcleo integrado con los cromosomas de la
especie, un pequeño par cromosómico (paterno y materno) se asociaron para
definir el sexo en el material de conjugación. Conforme la combinación entre los mismos tendremos un
producto masculino o femenino.
También es comprensible que todas las modificaciones anatómicas
patológicas en relación al sexo, estén unidas a desajustes en esa área por
influencia de los genes que cargan, en sus vórtices energéticos, las
desarmonías. De este modo, los
genes dejarán en la zona física la impresión de aquello que realmente poseían y
transfieren de sus campos irradiativos...
Ya integrado
el núcleo del huevo, el proceso de desarrollo va progresando con la orientación
de las energías que los campos organizadores van imprimiendo en las células,
dirigiendo la morfogénesis. Como
los genes representan los puntos de contacto de los campos de energías con la
zona física de los cromosomas, se deduce que, por intercambio del núcleo
celular, el metabolismo de la vida se expresa precisamente a través del trabajo
del código genético.
Los genes
serían las expansiones más periféricas de los campos de energía del Espíritu
que, a manera de un sobre (envoltorio) o estrato, representaría la denominada
zona del psicosoma o periespíritu.
Este a cada movimiento renovador determinado por la reencarnación,
presentaría nuevas modalidades, como también nuevo sería el cuerpo físico en
formación.
Cuando la
energética espiritual está preparada para sumergirse en la carne, sufre un
proceso de encogimiento natural denotando la “desaparición” del “antiguo”
periespíritu, a punto de ocupar, prácticamente, con sus irradiaciones, la zona
uterina. En esta situación, el
campo espiritual, como siempre, estará proyectando su energética hacia la
periferia, a fin de afirmarse en los genes, dando nacimiento al nuevo espíritu,
que luego pasa a comandar el metabolismo de la vida en la construcción de un
nuevo ovillo físico, donde serán obtenidas las experiencias que el nuevo ser
podrá ofrecer.
El campo de
la energética espiritual, buscando, bajo el impulso de la Gran Ley, el crisol
físico para obtener nuevas experiencias y adquisiciones, estará abrigado y
protegido por el campo periespiritual materno que le daría el necesario amparo
y la debida acogida en esta fase de transformaciones y nuevas
adaptaciones. Debido a nuestra todavía
rudimentaria evolución, el Espíritu, en la fase reencarnatoria, pierde la
concienciación del proceso, verdadera hibernación, a fin de que los impulsos de
sus vórtices energéticos no sufran modificaciones causados por los campos
emocionales conscientes.
Podemos
sentir la complejidad que debe existir en el mecanismo reencarnatorio, donde
apenas conseguimos focalizar pequeños ángulos en nuestro entendimiento, escapándosenos
tal vez las modalidades y matices más significativos del fenómeno. El análisis intelectivo del presente
todavía no tiene condiciones para poder ofrecer una explicación o ideación que
pueda abarcar todos los campos de la conciencia.
El
acoplamiento espiritual, como hemos adelantado, debe ocurrir entre los genes y
la estructura cromosómica, la cual permitirá, a manera de un tapete, que esas
unidades energéticas espirituales se alojen ahí y puedan manifestar su
influencia.
Ampliando
más las ideas, podemos afirmar, basados en los estudios realizados y
desarrollados sobre la psiquis humana, que los genes, esas unidades periféricas
de las energías espirituales, tendrían, cada uno de ellos, su correspondiente
unidad en fuentes específicas en las zonas espirituales. El Espíritu poseería inmensos vórtices
de energías que se van emancipando, en adquisiciones, en las diversas incursiones
reencarnatorias. Muchos otros
vórtices irían naciendo por efecto de nuevas experiencias en la zona
física. Y así, en cada
reencarnación, en innumerables experiencias, el Espíritu absorberá el material
de su propio trabajo constructivo.
“A cada cual según sus obras”.
Esos
vórtices espirituales a los cuales denominamos “núcleos en potenciación”
estarían distribuidos en una determinada región del inconsciente, que, por eso,
denominamos “inconsciente pasado” o “arcaico”. Es esta la región que cargaría con todo el potencial de
nuestras actitudes, adquiridas en las etapas de nuestras diversas vidas corpóreas. De ese modo, esa región del
inconsciente o zona espiritual lanzaría sus energías directoras hacia la
periferia, a fin de influenciar los mecanismos del cuerpo físico. La tela más adaptada a la recepción de
esas energías, tras los filtrajes en los diversos estratos que constituyen al
Espíritu, sería el gen. Este
vivificado e impulsado por el correspondiente núcleo en potenciación del campo
espiritual, daría al cuerpo físico, por los canales del código genético
—relación núcleo-citoplásmica—, las necesarias informaciones a la estructura física
para proseguir en su bien organizado trabajo de orientación.
Así,
comprendemos que un determinado Espíritu, cuando acondicionado hacia la
reencarnación, traerá, a través de sus núcleos en potenciación, todo el
material que posee, orientando la morfogénesis de su cuerpo y
transfiriendo aquello que es realmente de su propia naturaleza. Con ello, el cuerpo será siempre
consecuencia de aquello que el Espíritu posee y lleva consigo. Si sus energías son benéficas y
evolucionadas, construirá condiciones que siempre traducen armonía, equilibrio
y tendencias hacia un organismo físico casi sin deficiencias. Lo contrario se observa con los
Espíritus enfermos, ignorantes, todavía evolutivamente inferiores, cargando
componentes de maldad y venganza, que solamente podrán construir organizaciones
físicas deficientes por las atonías que poseen, las cuales forman parte de su
estructura íntima. Todo ello constituyendo un bien para los Espíritus deudores,
que cosecharán en el panorama de las deficiencias y de los dolores físicos, los
acordes de la gran sinfonía que les proporcionará el equilibrio necesario y ampliación
de las posibilidades evolutivas.
Podemos
decir que no existen privilegios en el concierto universal. Cada cual posee el cuerpo que merece,
cosechando en las deficiencias, en el intelecto limitado, en la organización
saludable, o igualmente en la genialidad, todo aquello que la Evolución
necesita para afirmarse. La
afirmación de que cada uno tiene lo que merece, interpreta aquello de que la
cosecha es de conformidad con la siembra, la cual será tanto más depurada y responsable,
cuanto mayor fuere el grado de concienciación de cada ser.
Todo el
proceso reencarnatorio, de modo irrefutable, tendrá en la estructura materna
que recibirá al Espíritu, el mayor amparo y gran protección, con el fin de que
el mecanismo en cuestión se efectúe con buen margen de equilibrio y buenas
posibilidades de realización.
Entretanto, con las nuevas técnicas de inseminación artificial en
animales, los traslados de los gérmenes de la procreación en las primeras
semanas de la cavidad uterina de un animal a otro, la conservación por algunas
horas del producto procreativo en las primeras semanas de vida en posición
extracorpórea, y tantas otras técnicas que se vienen desarrollando, como el
bebé de probeta; se puede especular, al menos teóricamente, que se podrá
lograr sin la protección periespiritual materna en el futuro.
Cuando en el
porvenir, el hombre tuviera condiciones para manipular su propia organización
genética, sabiendo el resultado exacto del proceso hereditario en cuanto al
sexo y las demás posiciones, estará en condiciones morales tan avanzadas que
comprenderá cuales serían las razones y motivos de una posible interferencia
en la intimidad de la célula-huevo.
Se concluye
de todo eso, que el mecanismo reencarnatorio, a pesar de los puntos ya
esclarecidos, todavía presentará posiciones desconocidas y que solo el futuro
podrá explicar las razones y hasta donde se extienden los fundamentos de sus
mecanismos.
(Jorge Andrea Dos Santos es Médico, Profesor del Instituto
de Cultura Espírita de Brasil y Presidente del Instituto de Investigaciones
Psicobio-físicas del Estado de Guanabara, Br.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario