miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA IDOLATRÍA


Paulo Alves Godoy
“No son dioses los que se hacen con las manos” (Actos, 19:26)
El primer mandamiento del Decálogo prescribe que no se debe hacer escultura alguna de lo está en la tierra, en el cielo o en el mar, debajo de las aguas, y no prestarle culto.
Moisés, cuando descendió del Monte Sinaí portando las tablas de la ley vio a su pueblo adorar al becerro de oro; se enfureció, quebró las tablas y ordenó que pasar por la espada a todos aquellos que adoraban ídolos. Ese día mataron a 23,000 personas.
No obstante, algunas religiones de la rama cristiana, que aceptan y adoptan de los Diez Mandamientos, persisten en la adoración de imágenes, sumergidas que están, en un sistema de franca idolatría.
La historia registra que un emperador, llamado León III, abolió la idolatría, en el seno de la Iglesia. Él y sus seguidores, entonces, llamados iconoclastas, encontraron feroz resistencia, intentándose, tras su muerte, la restauración de las estatuas, en los altares. Isaurico, en el año de 726, décimo año de su reinado, publicó un decreto contra el culto de las imágenes, declarándolo inadmisible, según las Sagradas Escrituras; no se sabe con certidumbre, si inducido por el ejemplo de los musulmanes, o como consecuencia de abusos supersticiosos, o por cualquier otra razón. Esa ley fue aplaudida por los obispos Constantino de Nacólia, en Frigia, Thomaz de Claudiópolis y Theodósio de Éfeso. El año de 730, fue labrado nuevo decreto, contra el uso de imágenes, no solo prohibiendo su veneración, sino también ordenando destruirlas todas. Ese acto tuvo la condescendencia del jefe de la iglesia de Oriente, fue aplaudida por muchos obispos, en el tiempo del emperador Constantino V Capronio.
El Concilio de Constantinopla, realizado en 754, declaró la veneración de imágenes, como “obra del demonio” y grande idolatría. En todos lugares, fueran las esculturas retiradas de las iglesias, las pinturas substituidas por paisajes, y casi todos se doblegaban a la voluntad imperial. La iglesia de Occidente ofreció resistencia, pero no tuvo mucho éxito. León, el armenio, en el año 815, renovó aquel acto, ordenando la destrucción de las imágenes, una vez que los decretos anteriores habían sido revocados por algunos de sus antecesores.
Los que apoyan el uso de imágenes, afirman que se trata, apenas de veneración, y que la adoración, solamente, es prestada a Dios.
No nos consta que los cristianos de los dos primeros siglos adoptasen la costumbre de adorar o venerar imágenes. Ese hábito fue introducido tras haber el Cristianismo sido oficializado por el emperador Constantino, en el año 306, pues los paganos, principalmente los miembros de la nobleza, no se sentían bien en humildes casas, desprovistas de las imágenes de los antiguos dioses. La sencillez de las casas, donde se reunían cristianos primitivos, contrastaba con la suntuosidad de los templos paganos, agravada por la ausencia de las imágenes que alegraban su vista. Se procuró, entonces, un medio de agradar a los nuevos conversos del Cristianismo, restaurándose, en los altares, las figuras petrificadas, ahora, con nuevo ropaje y nuevo nombre.
Mucha gente no consigue hacer una oración a Dios si no están frente a una imagen o figura. Para fijar el pensamiento y hacer la adoración, precisan contemplar cualquier cosa tangible.
El uso de imágenes dejó rastros profundos, hasta en muchos de aquellos que cambiaron de religión. En una gran Casa Espírita de San Pablo, existe un gran busto de Allan Kardec, moldeado en bronce. La casaca del Codificador, ya, está bien gastada, en determinado punto, de tanto que los frecuentadores de la Casa, al entrar al salón principal de la institución, tocarla con los dedos, en un gesto de pedir una bendición o esperar una gracia.
A su tiempo, el apóstol Paulo de Tarso se rebeló contra el uso de imágenes, entre los gentiles. Para tanto, él se dirigió a la ciudad de Éfeso, juntamente con otros compañeros, tentando explicar al pueblo que “no son dioses los que se hacen con las manos”, y que no deberían continuar a prestar homenaje a la diosa Diana, a través de nichos de plata, generalmente vendidos en la ciudad.
Entretanto, se levantaron contra él los orfebres de la ciudad, inspirado por otro orfebre, llamado Demetrio. Formaron, así, una especie de motín, dentro da ciudad y, durante dos horas, el pueblo gritó enfurecido: “Grande es la Diana de los Éfesios”. Y no es  necesario decir que prevaleció el fanatismo, y Paulo e sus compañeros tuvieron que dejar, apresuradamente, la ciudad, dada la furia fanática de la multitud enfurecida.
El Espiritismo no adopta el uso de imágenes o cualesquiera otros objetos de adoración. Siendo una doctrina que viene con el fin de cumplir la sentencia de Jesús: “Conozca la verdad y ella vos hará libres”, no podrá, de forma alguna, consagrar esas esdrújulas formas de adoración o veneración, pues conforme sentenció el Maestro a la mujer samaritana: “Dios es Espíritu y, en Espíritu, deberá ser adorado por los verdaderos adoradores”.  (Unificación - nov-84/ene-85 - San Pablo-SP)
Tribuna Espírita - Septiembre/Octubre de 2000

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