El alma ha recorrido el camino de las pruebas; el gran viaje ha terminado. A través del flujo y reflujo de sus existencias, después de las muertes y de los renacimientos sobre las olas del Océano de los tiempos, ha ganado el puerto Supremo; ha encontrado la paz y la serenidad profunda; ha adquirido el poder y el derecho a las misiones gloriosas y de protección a las humanidades.
Desde el seno de los espacios, contempla la larga ruta, escarpada y sinuosa que ha grabado. Su historia se despliega ante su mirada como las páginas de un libro inmenso. A su llamamiento, a su evocación, todas las vidas, veladas, oscurecidas en la sombra de las edades, reaparecen una a una. El encadenamiento de sus destinos se desarrolla con el espectáculo de los errores, de las caídas, de los desfallecimientos y de los dolores que llevan en sí las expiaciones que han sido necesarias y los grandes padecimientos que son a redención de un pasado culpable.
Ante ella se levantan como fantasmas formas humanas en otro tiempo animadas; los despojos, hundidos en las cenizas de los siglos, que han sido su sangre y y su carne. Y con ello se renuevan los recuerdos punzantes, las vidas de placer y de vanagloria; después las grandes epopeyas, el choque de los ejércitos, los intereses que tumultuosamente pasan como trombas arrastrándolo todo en la noche y en la muerte; las existencias brillantes y fastuosas de los palacios; la pompa de las ceremonias, y las existencias oscuras en la choza del siervo y en la cabaña del pobre.
Después, las largas vidas de redención por la expiación, las celdas del claustro donde bajo el hábito más austero, prosternada, ruega y llora en silencio; las cadenas doradas de la grandeza; las inquietudes del poder; después la vida libre y necesitada sobre las comas soleadas o bajo la bóveda espaciosa de los bosques; la pasión brutal que deprime y el amor puro, ideal que eleva de nuevo y santifica.
Esta es la historia de la humanidad, y esta historia es la tuya, las páginas están escritas por nosotros; los seres que a través de los tiempos has amado, sufrido, buscado y pensado, los mismos que renacen, se suceden y se renuevan, hasta haber obtenido suficiente depuración.
En los siglos que fueron contempla el alma su pasado tremendo. Es la marea ascendente de las edades engrandecida con los lamentos de los oprimidos, las maldiciones de los huérfanos, el grito punzante del dolor humano y los gritos de alegría y de gozo; los cantos de fiesta de los camaradas de orgía, las salmodias lúgubres, los cánticos de súplica y de muerte; concierto horrible y aterrador que ella ha causado o en el que ha tomado parte; voz del pasado que hace revivir las impresiones olvidadas. Todo esto ascendiendo llega hasta el alma.
Después de esto la ascensión penosa, gradual hacia el Bien; las oscuridades angostas salvadas, la elevación por el trabajo y el sacrificio y la conquista ardua del saber y de la virtud.
La mirada del espíritu, serena y profunda, abarca este panorama inmenso. Y su canto elévase en lo extenso, como himno de amor y reconocimiento al Creador.
"Me arrastré en el abismo lóbrego de mis imperfecciones; he sido espíritu del mal; he causado derramamiento de sangre y por mí se han vertido lágrimas; he blasfemado del Cielo; me h e rebelado contra Dios."
Después he padecido a mi vez; el dolor me ha oprimido con sus menos de hierro; he inundado con mis lágrimas los umbrales de las mansiones humanas, los fríos lazos de la prisiones y las tumbas de los que me han amado y amparado. Mi corazón desgarrado se ha suavizado y he aprendido a amar.
He proseguido la lucha ardiente y tenaz y he adquirido gradualmente; he concluido mi largo peregrinaje a través de los mundos; he subido la escalera con sus peldaños innumerables. He alcanzado ya el bien supremo. He obtenido la luz, el amor, la fe imperecedera. !Yo ensalzo a Dios, mi Padre, mi Maestro amado, y voy a Él!
Y el alma, se eleva hacia su patria eterna donde sus hermanos le aguardan, cerniéndose como esencia pura por encima de los archipiélagos estelares. Y más alto los espacios se abren hasta lo íntimo de las profundidades, lleno de cantos, de claridades del cielo y de armonías, legiones de espíritus luminosos aparecen en orden compacto y se oye un concierto de voces melodiosas. Es el himno de triunfo, el canto de bienvenida al Cielo.
¡Salud, salud a las almas , por el sufrimiento, han alcanzado la felicidad!
León Denís
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