martes, 2 de julio de 2013

LA EVOLUCION ANIMICA: DEL ANIMAL AL HOMBRE

Por Alejandro Ferrari

Tal como en los seres humanos, existe en los seres animales un principio independiente de la materia que sobrevive a la desaparición del cuerpo. A ese principio podríamos denominarlo alma, según el sentido y la extensión que diéramos a la palabra. Tiene su origen en el elemento inteligente universal, fuente común con el que anima al hombre, pero en éste ha recibido una elaboración que lo eleva totalmente por sobre el de aquellos. Hay entre el alma de los irracionales y la humana, tanta distancia como la que existe entre el alma del hombre y Dios.

Los animales conservan después de la muerte su individualidad, pero no conciencia de sí. La vida inteligente permanece para ellos en estado latente. El espíritu del irracional es clasificado después de su muerte por los seres a quienes compete esa tarea y casi de inmediato se le utiliza, no tiene oportunidad de entrar en relaciones con otras criaturas.

Hasta ese momento por no estar unido a un cuerpo, podríamos hablar de un estado de erraticidad (para los que desconocen el significado de este término, aclaro que erraticidad se denomina a la situación en la que se encuentran los espíritus en el espacio en el período que corre entre una encarnación y la siguiente: por haberse desprendido de sus cuerpos se encuentran errantes). Decíamos que hasta ese momento, por no estar el principio inteligente unido a un cuerpo podríamos hablar de un estado de erraticidad, pero nunca de espíritu errante. Este es un ser que piensa y obra por su libre voluntad, que tiene plena conciencia de sí, facultades de las que no goza el animal.

Ahora bien, tanto los animales como los hombres se encuentran sometidos a la ley del progreso, pero éste, en los primeros, opera por la fuerza de las circunstancias. Por no mediar discernimiento, comprensión ni, por ende, voluntad de su parte, los animales no son posibles de expiación alguna (o sea, no tienen responsabilidad espiritual por su actos).

Por lo expuesto, los irracionales no están destinados en forma perpetua a la inferioridad, ello estaría en desacuerdo con la unidad de miras y de progreso que se observa en todas las obras de la creación. Dios no se contradice… en la naturaleza todo se eslabona y armoniza por leyes generales que trasuntan su infinita justicia y sabiduría.

Es en los seres inferiores de la creación, donde el principio inteligente al que nos estamos refiriendo se elabora e individualiza paulatinamente mientras ensaya para la vida. Consiste en una tarea preparatoria, como consecuencia de la cual, el principio inteligente experimenta una transformación y se convierte en espíritu. Entonces comienza para él el período de humanidad y, con éste, la conciencia de su futuro, la posibilidad para distinguir entre el bien y el mal y, consecuentemente, la responsabilidad por sus propios actos.

Trazando un paralelo, podríamos decir que acontece con el principio inteligente un proceso similar al que atravesamos los seres humanos, donde tras la etapa de la niñez, pasamos por la adolescencia, luego por la juventud, para finalmente alcanzar la edad madura.

Nada hay en este origen que deba avergonzarnos… ¿acaso creen ustedes que sienten humillación los grandes hombres por haber sido embriones informes en el seno materno…? Si por algo debe avergonzarse el ser humano es por su inferioridad que lo torna impotente para sondear en los designios de Dios y advertir la sabiduría de las leyes que rigen la armonía en el universo.

En la naturaleza todo es solidario… pensar que Dios ha podido crear seres inteligentes desprovistos de un futuro, sería blasfemar de su bondad la que se extiende a todas sus criaturas.

Ahora bien, la aludida comunidad de origen en el principio inteligente de los seres vivos no significa en modo alguno la consagración de la doctrina de la metempsicosis (aclaremos que esta doctrina afirma la posibilidad de que el espíritu del hombre vuelva a encarnar en animales o en seres de inferior evolución). Tengamos presente que dos cosas pueden tener un mismo origen y no asemejarse en modo alguno más tarde… ¿quién reconocería el árbol, con sus hojas, flores y frutos, en el germen amorfo contenido en su semilla? Tan pronto el principio inteligente alcanza el grado necesario de elaboración para ser espíritu e ingresar en el período hominal, deja de tener toda relación con su primitivo estado y solo es respecto del alma de los animales, lo que el árbol para su simiente. El hombre solo se asemejará al animal en la posesión de un cuerpo, en las pasiones que nacen de su influencia y en el instinto de conservación que le es inherente.

Por lo expuesto, la metempsicosis sería cierta si por ella entendiéramos la progresión del principio inteligente de un estado inferior a otro superior en cuyo transurso adquiere desarrollos que transforman su naturaleza. Falsa, si la interpretamos como una transmigración directa del hombre al animal, pues ello implicaría una retrogradación o involución inaceptable desde el punto de vista espiritual.

Tengamos presente que esta concepción, según la cual el principio inteligente sólo alcanza su condición de espíritu luego de haberse elaborado e individualizado en los diversos grados de los seres inferiores de la creación, condice plenamente con la justicia y la bondad de Dios quien otorga, de este modo, una salida, una meta, un destino a los animales, quienes dejan de ser así seres desheredados para encontraren el porvenir que se les reserva una compensación a los sufrimientos e inferioridad actuales.

La razón por la cual el espíritu no tiene conciencia de las vidas que han precedido para él a su período de humanidad, radica en que justamente es éste el punto de inflexión que determina el comienzo de su vida como tal: así también podríamos afirmar que apenas puede recordar sus primeras existencias como hombre, del mismo modo que el individuo adulto no retiene ya en la memoria los primeros tiempos de su infancia y, menos aún, el lapso en que ha permanecido en el seno materno.

Según la distancia que separe a los períodos de prehumanidad y el progreso adquirido desde el comienzo de este último, el espíritu podrá conservar durante algunas generaciones reflejos de su primitivo estado. Ello acontecería pues ningún cambio opera en la naturaleza por transición brusca, extendiendo siempre eslabones que unen los extremos de la cadena de seres y acontecimientos. Tales huellas se borrarán con el desarrollo en el ser de libre arbitrio (libre albedrío) y, por sobre todas las cosas, la toma de conciencia de sí mismo. Los progresos iniciales serán lentos pues no estarán secundados por la voluntad, pero a medida que adquiera más perfecta conciencia de sí, la progresión se acelerará.

Para finalizar, digamos que en todo ser viviente existe un elemento sustancial psicodinámico que trasciende la materia y las limitaciones de tiempo y de espacio. Que permanece idéntico a sí mismo a pesar de los continuos cambios derivados de la ley de evolución. En el reino vegetal se manifiesta por la sensibilidad ante los estímulos, en los animales, esa alma rudimentaria se expresa principalmente a través de los instintos y del raciocinio elemental, en los seres humanos, constituye el asiento de la individualidad superior se muestra en sus facultades cognitivas y voltivas, progresando en etapas alternativas de encarnación y desencarnación.

Que el hombre, máximo eslabón en la cadena de seres vivientes en el planeta Tierra, no constituye un capricho de la naturaleza ni el resultado azaroso de mutaciones orgánicas, sino la exacta consecuencia de un vasto plan cósmico que muestra a su espíritu en constante ascenso hacia el gran objetivo, consistente en alcanzar la depuración total y, con ella, la perfección espiritual.

No quisiera finalizar el trabajo sin transcribir la hermosa respuesta que dio el mundo espiritual a Allan Kardec, el codificador de la doctrina espírita, cuando preguntó sobre la evolución espiritual:

En la naturaleza todo se eslabona, desde el átomo primitivo hasta el arcángel, pues él mismo comenzó en un átomo; admirable ley de armonía cuyo conjunto no puede aprehender aún el hombre. Éste, mediante un esfuerzo de su intelecto puede entrever los vínculos. Pero sólo cuando su inteligencia haya adquirido el total desarrollo y se vea libre de los prejuicios del orgullo y la ignorancia, sólo entonces, podrá ver con claridad en la obra de la providencia”.

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